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Ecuador, 26 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Análisis

El prosumidor que la política mediática ignora

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Néstor García Canclini ha creado un nuevo sustantivo: prosumidor. Esa creación sobrepasa y pondera una realidad, enlaza el futuro que ya vivimos con un presente poco entendido.

A la revista Ñ le dijo en una entrevista lo siguiente a partir de esta pregunta:

“—Los consumos culturales ¿se han ‘actualizado’? Los videojuegos son considerados obras de arte; las series de tv están provocando un fenómeno cultural en todo el mundo...

—Sí. Pese a todo lo que se ha trabajado sobre el carácter interactivo de los consumos culturales, sigue existiendo la idea de que el consumidor es alguien que se apropia de un objeto o de un mensaje preconstituido y que en cierto modo traza su camino de lectura. Las tecnologías recientes han llevado mucho más allá esta situación, han inducido la noción de prosumidor: el que produce y consume. El DJ, por ejemplo, parte de contenidos preexistentes, los transforma, recrea, y sabe que lo que él produzca o suba a YouTube va a ser reformulado por sucesivos recreadores, prosumidores. Vivimos en una situación de constante interactividad que por un lado relativiza la capacidad de manipulación o las intenciones de dirección del consumo desde las grandes transnacionales, y al mismo tiempo empodera a los actores comunes, a estos prosumidores, para seleccionar dentro de un repertorio mucho más diverso y reinterpretar aquello que les ha sido ofrecido en contextos, en tejidos socioculturales más abiertos”.

Este antropólogo argentino reside en México desde 1976 y por eso ha logrado construir una perspectiva amplia y diversa de nuestro continente. Es quizá uno de los pocos en América Latina que ha seguido de cerca la evolución de los consumos culturales, la mediatización de la vida de los pobladores de las grandes ciudades y de los grupos sociales anclados a procesos urbanos complejos. Así también, algunos sectores académicos lo han cuestionado por sus posturas políticas ante determinados temas y también por sus enfoques sobre la construcción social tras el colapso del llamado socialismo real.

De hecho, en la misma entrevista citada ha dicho que en estos momentos no “estamos ya solo ante una crisis de la política sino una crisis de los propios modos de decir”. A la vez, considera que hay otras maneras de preguntar para indagar sobre la realidad compleja. Las Ciencias Sociales no atinan a explicar por qué determinados conceptos que parecían hechos solo para una realidad ahora explican los fenómenos políticos, resignificándolos. El populismo hoy por hoy tiene tantos significados como corrientes de pensamiento circulan por las universidades.

¿Todos somos prosumidores? Sí, desde el que baja un meme e incluye una frase u otra imagen a su antojo, hasta el ciudadano que sube al Facebook su foto o un comentario está creando contenidos de potencial uso para fines comerciales de determinadas empresas para entender a los nuevos consumidores y también de centros de investigación que ahora poseen más datos e indicios de esos comportamientos humanos frente a diversas realidades.

Atrás quedaron los receptores pasivos y por lo mismo las actividades políticas, económicas y sociales son entendidas y procesadas de otros modos por esos ‘receptores’. Difícilmente un ciudadano acepta con pasividad mensajes o contenidos, tampoco se queda ‘callado’ ante cualquier evento. Hoy son los mensajes de texto, los tuits y la compleja trama de contenidos en Facebook una cascada indeterminada e infinita de expresiones culturales en su más amplia expresión. ¿Habrá sistema humano que pueda procesar todo aquello?

Ya no hay patrones fijos e inamovibles, ni siquiera en los géneros o modelos tradicionales. La música es tan variada como composiciones se hacen desde cada grupo, intérprete o ‘karaokero’. La fotografía se multiplica por millones y las imágenes recorren todos los circuitos cibernéticos posibles. En estos dos casos (música y fotografía), la tecnología y el acceso a Internet aceleran su reproducción al infinito.

Sin embargo, lo de fondo es que los consumos culturales han variado porque también hay más ofertas que calzan dentro de códigos y búsquedas desenfrenadas para legitimar su existencia en la interactividad con sus audiencias. De ahí que no podemos trabajar (productores tradicionales de contenidos, como medios de comunicación y creadores de todo tipo) bajo el precepto de que ‘enviamos’ mensajes para receptores pasivos esperando respuestas clásicas y hasta recompensas de reconocimiento y/o prestigio. Es más, la producción de contenidos de la prensa es una mera reproducción de otros materiales que circulan, muchas veces, antes de estamparse en las pantallas de televisión de los noticieros o en las páginas de los periódicos.

Si hay una crisis de representación y legitimación en la prensa mundial es porque esta ya no cumple su rol de mediadora ni de notaria de la realidad. Ahora las audiencias tienen mucha más información que algunos medios y también la capacidad de verificar si lo que estos dicen es cierto.

Es más, si hay una pequeña falla o dato mal dado, esas audiencias castigan a los ‘productores’ de contenidos, aun si estos son aquellos respetabilísimos académicos que usaban los medios para sus especulaciones teóricas o a los políticos que tenían tribunas mediáticas para su proselitismo.

Ahora bien, ¿cómo somos todos los prosumidores y cómo actuamos frente a la cotidianidad?  ¿Cómo trabajan los medios, los académicos y los políticos ante los prosumidores? ¿En qué nivel de sintonía se hallan los actores sociales para definir y marcar la pauta de entendimientos, disputas, tensiones y agendas para sus propias problemáticas?

Parecería que por ahora son más complejas las preguntas que las respuestas. Partamos de que los campos de acción y tensión donde verificamos esa realidad son fundamentalmente el político, artístico y deportivo, sobre todo por el fervor puesto en las disputas en las redes sociales, las que ahora los medios deben atender para no quedar fuera de sintonía.

Tenemos pocos estudios para un abordaje de fondo sobre esta situación. No solo pesa la complejidad y la variedad de mensajes e interactividad. Hay ‘corrientes’ impuestas por la prevalencia de intensas actuaciones de unos pocos actores. Incluso, me atrevería a decir que la marca impuesta es la de la intolerancia generalizada para entender al otro. Mientras unos reclaman respeto y derechos al poder público y político, desde el otro lado, opositores y críticos no respetan nada y mucho menos consideran los derechos del otro para ejercer el cargo y para defender su honra.

Pero hay algo más grave: ¿tenemos verdaderos medios de comunicación, mediadores y generadores de contenidos para la circulación de ideas y para forjar agendas de debate público si los prosumidores pueden obviarlos, cuestionarlos y hasta reemplazarlos con una producción propia de contenidos?

Por lo pronto parece que el campo más exigente al que deben someterse los medios es el de la investigación periodística y el desarrollo del pensamiento para EXPLICAR una realidad más abigarrada y problematizada. Tarea difícil, pero la única que puede garantizar su sobrevivencia. De otro modo, no tiene sentido observar un noticiero o abrir un periódico si lo publicado ya no es noticia y al mismo tiempo no contiene todos los elementos que demanda un lector más preparado y con más requerimientos informativos.

Es sintomática la desaparición de suplementos culturales de los periódicos del Ecuador, igual que los programas de debate político y los de exploración científica. Y no solo tiene que ver con que no rentabilizan a las empresas de comunicación y mucho menos les garantizan utilidades, sino porque en la concepción misma de esos medios no hay razón ni tiene sentido una producción que resulta imposible para sus propios entendimientos culturales.

Por ahora, el terreno del pensamiento y la reflexión está minado de banalidades y de coyunturalismos gracias a actores mediáticos creados en las redes sociales, con todo el peso de su espontaneidad, inspiración y mucha verborrea.

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