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Ecuador, 02 de Febrero de 2025
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El Telégrafo
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El muro, las fronteras, el pensamiento y el espacio

Y el muro cayó, al fin, el 9 de noviembre del año 1989, luego de vaticinios, deseos e imprecaciones. Cayó y Alemania avanzó hacia la unificación, para bien o mal, aún bajo el mismo cielo, pero sin barreras entre ellos.

 

¿O acaso las barreras existieron siempre, más allá de lo físico?

 

Es innegable que el muro, en su momento, se levantó por un motivo, tal como sucede aún hoy, pues en el mundo el caso de Berlín no ha sido el único: Cisjordania, la Franja de Gaza, Corea, Chipre, Cachemira... y otros. Fronteras, divisiones, barreras, levantadas por miedo, por odio, por amor... Muros, al fin y al cabo, que una vez elevados, pierden su sentido, se desvanece en el espacio el motivo que originó su construcción y se dispara, entonces, el imaginario. ¿Qué pasaría si cayeran estos muros?

 

El 9 de noviembre, también, aunque muchos años antes de la caída del muro de Berlín, nació en Nueva York Carl Sagan, el científico que supo transmitir su conocimiento y logró que la definición de cosmos llegara a la mayoría de las personas. Sagan fue el responsable, durante las primeras misiones espaciales, de enviar mensajes para cualquiera que pudiese acceder a ellos más allá de las estrellas, en nuestro mismo espacio, pero lejano...

 

Resulta paradójico el comportamiento humano, aun en el siglo XXI. Hemos alcanzado enormes adelantos tecnológicos, avanzamos, supuestamente, hacia un futuro que hemos proyectados durante décadas, con el fin de mejorar nuestra calidad de vida, pero todavía mantenemos desacuerdos que nos compelen a levantar muros, las fronteras que, asimismo, frenan la socialización de los adelantos que nos llevan al futuro. Y nos movemos en un círculo.

 

¿Cada vez que damos un paso hacia adelante es deber del hombre sabotearse a sí mismo con la construcción de fronteras?

 

Acaso el deseo de avanzar, el acto en sí mismo, necesite que algo lo frene, porque aún la humanidad siente miedo de sus propios alcances, de que ese horizonte al que nos dirigimos inexorablemente no sea el paraíso proyectado, sino el fin de la especie, por soberbia, por descuido o porque las especies están destinadas en algún momento a desaparecer en el universo, enorme y vasto.

 

Y sin embargo, ahí está, siempre, el afán, el paso del hombre, que avanza, trémulo, pero contante. Somos pequeños en el universo, es cierto, pero aún somos grandes en nuestro mundo, con o sin fronteras, reales o imaginarias.

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