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El Telégrafo
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El MacGuffin de Metallica

El MacGuffin de Metallica
11 de noviembre de 2013 - 00:00

Lo más bacán que puede hacer un fan de Metallica es incinerarse vivo. O al menos eso parece sugerir Through The Never, la nueva película del cuarteto multiplatino, multimillonario y multitarget (1). Este estreno heavy metalero en la reciclada reinvención del 3D –e inflado a formato IMAX– se centra en proyectar a Metallica como un sudoroso monstruo de ocho brazos capaz de dar el mejor espectáculo de rock duro del mundo mientras ese mismo mundo se despedaza. (Uno de los sueños húmedos de esta banda es, seguramente, ser contratados por Satanás para grabar la banda sonora del Apocalipsis).

Pero hablemos de fuego. En el clímax del filme, Dane DeHaan (el actor que hace de Jesse en la serie de HBO In Treatment), quien trabaja como roadie para su metalera banda favorita, debe enfrentarse –solo y en medio de una “misión” que lo ha sacado del coliseo en el cual Metallica está tocando– a una muchedumbre enardecida y violenta. Lo que decide hacer, ante el inminente linchamiento, es bañarse en gasolina, prenderse en llamas y lanzarse a golpes contra la horda que hemos visto batallar –en una especie de huelga devenida en guerra civil– contra la policía. Broncas y más broncas. Por si esto fuera poco, enseguida (sin que se muestre la resolución de la ardiente puñetiza) debe pelear contra un jinete apocalíptico experto en enlazar gente con sogas y colgarla de postes de luz. El jinete ahorcador está además enmascarado y nos recuerda más de una película de terror protagonizada por sádicos sin rostro. Mientras todo esto sucede, Metallica ruge en el escenario con su tema más conocido (y que aún sigue siendo una gran canción para mover la cabeza): Enter Sandman. Y el muchacho, de repente, cuenta con la ayuda de un gran martillo para enfrentársele… ¡Oh Thor!

El director de lo que The Village Voice llamó –en ese tonito vendedor de las contratapas– “la más envolvente película de concierto jamás hecha” es Nimród Antal, un cineasta dedicado a varios géneros fílmicos que podrían encuadrarse, en su caso particular, como acción. Dirigió Predators, Armored y Vacancy. Es decir, Antal es capaz de hacer zapping entre el terror, el thriller y la ciencia ficción. Los títulos y la visualidad enérgica de sus filmes ciertamente captaron la atención de Metallica. Como lo confirman de modo redundante los créditos (musicalizados por el pesado conjunto convertido en un sosegado y sentado cuarteto instrumental), James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett y Robert Trujillo hacen de sí mismos en Through The Never. O, al menos, eso parece.

Está claro para todos los devotos con camiseta negra que Metallica no es Kiss; un grupo que en 1978 decidió hacer una película con sus maquilladísimos integrantes dotados de superpoderes destinados a luchar –alabada sea la épica de cómic– contra un inventor de robots. Pero la banda originaria de Los Angeles es capaz de ser tan grandiosa y pomposamente espectacular como Kiss. Metallica –su sonido y letras, sus videos y su imagen– siempre ha tenido que ver con fuego, explosiones, anarquía, ira, violencia y, sobre todo, DINERO. Una asociación de temas tan obvia como brillante: ¿no es la guerra lo que mueve más plata en el planeta?

Metallica, que nació en los ochentas como una pandilla guitarrera de una agresividad anti comercial que incluso se negaba a filmar videoclips, es ahora una banda que
tiene más dinero que Dios. Al principio, su moral oscura y agresiva parecía oponerse al comercialismo descarado de bandas
que cantaban sobre chicas y sexo, como Van Halen...
Metallica, que nació en los ochenta como una pandilla guitarrera de una agresividad anticomercial que incluso se negaba a filmar videoclips, es ahora una banda que tiene más dinero que Dios. Al principio, su moral oscura y agresiva parecía oponerse al comercialismo descarado de bandas que cantaban sobre chicas y sexo, como Van Halen o Mötley Crüe. De hecho, cuando Metallica apareció, le arrebató muchos seguidores a estos otros músicos, pues su actitud y velocidad instrumental parecían estar diciendo: “Esto sí es cosa seria”. Todos (menos Ulrich que nació en Dinamarca y fue un prodigio del tenis antes de asistir a un concierto de Deep Purple en Copenhague y volverse baterista) provenían de hogares rotos. Metallica odiaba el mundo, llevó el thrash metal a un nuevo nivel de fuerza y rapidez y se ganó –hígado por hígado– el apodo de Alcoholica (2). (Hammett recuerda haber leído Hammer of the Gods, la biografía no autorizada de Led Zeppelin, y haber querido replicar, junto a su banda y durante cada noche de tour, los increíbles excesos que narra el libro. No se dio cuenta, sino años más tarde, que el texto recoge anécdotas de toda una carrera –y no simplemente de una sola gira– en el fiestero y duro mundo del rock duro).    

Metallica, no obstante, hacia los años noventa acortó la extensión de sus canciones y las hizo menos complejas, pero siguió manteniendo la misma estética. Invadió el mainstream y, aunque algunos desprecien este salto y quisieran llamarla Metall(n)ica, se convirtió en la banda de heavy metal más exitosa de la historia del rock: ha logrado vender alrededor de 90 millones de discos. Esos dólares han sido exhibidos sin ambages tanto en video como en celuloide. Y hay que tomar en cuenta que se trata de la misma banda que se atrevió a demandar a sus fans por bajarse de la Web su música (que requiere de tanto esfuerzo, sacrificio y difíciles negociaciones con el demonio) en los dorados tiempos de Napster.

Pobrecitos roqueros callejeros.

A Ulrich, el baterista, se lo puede ver en otro filme de la banda, Some Kind of Monster (2004), subastando su amada colección de pinturas de Jean-Michel Basquiat –copa tras copa de champán– en 12 millones de dólares. Y no solo eso. En el mismo documental aparecen en terapia psicológica junto a un analista al que le pagaban 40 mil dólares al mes por evitar que la banda –y los sueldos de todo su entourage– se desintegre. (El bajista, Jason Newsted, había dejado el grupo y Hetfield es llevado a rehabilitación por su alcoholismo en pleno documental). Además, luego de una audición a la que se presentaron varios de los mejores bajistas del rock duro (integrantes de Nine Inch Nails, Kyuss, A Perfect Circle, Jane’s Addiction y Marilyn Manson, entre otros) le ofrecen al elegido –Robert Trujillo, ex Suicidal Tendencies y bajista de Ozzy Osbourne–, de entrada, aún sin haber trabajado en una sola canción de Metallica, un millón de dólares.

Through The Never es otra prueba del volumen (ensordecedor) de sus cuentas bancarias. Si le quitamos el componente redundantemente confrontacional-metalero, la dimensión y la idea audiovisual de esta película de 18 millones de dólares es digna de los mejores y superproducidos años de Michael Jackson. En el clip de Bad, por ejemplo, apreciamos una lucha/coreografía de pandillas (los límites temáticos entre el pop y el metal pueden ser porosos) dirigida nada menos que por Martin Scorsese. La fórmula de música-intensa-más-visualidad-espectacular nos podría llevar a retroceder y pensar hasta en las óperas de Richard Wagner (quien, en el siglo XIX, le aumentó instrumentos a la ya gran orquesta sinfónica e hizo construir su propio gran teatro de ópera en Bayreuth). Y si nos ponemos aún más históricos, podríamos ir incluso más atrás. Pero quedémonos esta vez en el hard rock.

Metallica se atreve en esta cinta a proponer lo que parece una nueva idea en el rock filmado para la pantalla grande: hacer un soundtrack en vivo para un filme de ficción. En The Wall (1982), Pink Floyd se desvanece como grupo para volverse soundtrack (es decir, prefiere mantenerse como banda de estudio entregada a las imágenes y a las animaciones que pueblan ese filme de psicoterapeuta freudiano). Y, antes, Led Zeppelin, en The Song Remains the Same (1976), intercala escenas de un concierto en el Madison Square Garden con inconexos pasajes fantasiosos (los miembros del grupo hacen de actores): hechiceros, espadachines medievales, campiñas británicas y efectos visuales cargados de colores chillones. (Solo John Bonham –baterista incomparable– se mantiene con los pies en la tierra y lo podemos ver en su casa jammeando con su hijo Jason, trabajando la tierra de su finca o andando en su auto de carreras).

No importa que la trama paralela de este concierto no se merezca la Palme d’Or del Festival de Cine de Cannes. Lo que le importa al grupo es que la sala de cine se vuelva una marejada de cabezas moviéndose al son de Fuel, The Memory Remains, Cyanide, Battery, Master of Puppets y demás éxitos.Metallica, en contraste, yuxtapone una trama (casi independiente) a la filmación de uno de sus megaconciertos en Canadá. El joven roadie, apodado Trip (¡vaya riqueza imaginativa!), debe poner gasolina a un camión que se ha quedado varado en su trayecto al concierto. Cuando llega al vehículo, lo único que encuentra en el interior es un gran bolso. Luego de sortear los peligros de una urbe anárquica y violenta –así como las escenas de martillazos, golpes y fuego ya descritas–, logra volver al coliseo cuando Metallica ya ha salido del edificio. Además de mostrar a los fans como sujetos que le deben los mejores ratos de su vida (es decir, horas-distorsión y horas-alcohol) a Metallica, hay cierta ridiculización del headbanger (3). Sobre todo en la primera escena de la película: un regordete admirador entra al parqueadero del coliseo en su auto destartalado –el tipo lleva todas las marcas sociales del looser– grita y se jacta torpemente de ser el primero en llegar al show.

No obstante, causa más risa el sobreactuado momento en el que, en media tocada, ocurren supuestos averíos en las grandes grúas que escenifican sillas eléctricas, relámpagos, explosiones... Hetfield deja de cantar un rato y luego dice que todo está bien, que dos personas salieron heridas pero que estarán bien (debió decir: the show must go on y el dinero espera). No hay sentido auténtico del drama en este filme, no hay más suspenso que el que va de un buen riff de guitarra o un remate de Ulrich a un gran solo en manos de Kirk Hammett. Y eso que el bolso que busca Trip quiere funcionar como MacGuffin (palabra que, en la tradición hitchcockiana, se refiere a un elemento u objeto fílmico que opera como catalizador de suspenso, pero que, en sí mismo, no es importante o no tiene ningún contenido). Sí, este es un concierto deslumbrante. Con toda su parafernalia de luces sofisticadas, sonido y escenografía –el piso del escenario funciona al mismo tiempo como una enorme pantalla–, Through the Never es una gran filmación de un concierto, pero ¿podría decirse que es un buen filme?

¿Desde cuándo el rock puebla el cine con un sinnúmero de clichés?; ¿hay que culpar a Elvis Presley y su decisión de volverse una estrella de Hollywood en los sesenta para bajarse del trono de rey del rock?; ¿por qué pocos siguieron el camino de los Beatles cuyas películas van del falso documental (A Hard Day’s Night) a la animación experimental (Yellow Submarine), pasando por el surrealismo psicodélico (Magical Mystery Tour), la vuelta al mundo en marihuana (Help!) hasta la crónica de su propia muerte (Let It Be)?

Wim Wenders, cineasta alemán y apasionado de la música, resaltó ya en 1970 sus dudas alrededor del género fílmico del rock en su colección de ensayos Emotion Pictures. El director del célebre documental Buena Vista Social Club desarrolla un texto virulento titulado Un género que no existe: “Solo puedo escribir sobre este festival con desilusión y rabia, no por su concepción o la organización del mismo, o incluso debido a la selección de las películas, que fue representativa, sino más bien por las propias películas, que demostraron una carencia: un género que pudo haber existido, pero que no existió. Y ya que las viejas películas de rock and roll muestran lo maravilloso que pudo haber sido este género, las nuevas películas parecen por eso mismo más dolorosas. Solo muestran la música desamparadamente, o con desprecio, mutilada y desde lejos. En los noticieros de conciertos de los Beatles o Stones se les ponía, por supuesto, más atención a los adolescentes extáticos de las filas de adelante que a los propios Beatles o Stones: un primer plano de una chica gritando es realmente el ángulo opuesto del primer plano de un camarógrafo disgustado. Es una imagen defensiva, una imagen de miedo, una fórmula de exorcismo. Este mecanismo abarca tanto, que los músicos y la música solo aparecen al margen: sirve para excluirlos de la película”.

Sin embargo, Metallica nunca se podría excluir a sí misma de una película que lleve la palabra Metallica en el subtítulo. Ya sea que se enfoque en su música, como Through the Never, o en sus tensiones de súper banda haciendo pit stop en el diván del psicólogo, como Some Kind of Monster. Es más, Metallica quiere ser tan apabullante que –como vimos antes– es capaz de burlarse de sus seguidores o hasta de llegar al extremo de demandarlos. Si bien su filmografía no es tan extensa, su videografía sí que lo es. Grabaron, por ejemplo, para DVD y VHS su concierto junto a la Sinfónica de San Francisco.

Los tics y manierismos de estos metaleros son tan conocidos y parodiados que existe una agrupación, llamada Beatallica, dedicada a tocar canciones de los Beatles al estilo de Metallica (y, al escucharlos, de verdad parece que la banda original estuviera haciendo covers del cuarteto de Liverpool). Metallica ha invadido la televisión y ahora (una vez más) el cine. El grupo más mainstream y digerible de toda Hispanoamérica y El Caribe (con excepción tal vez de Bob Marley cuando canta de amor o de amor al porro) no podría ser tan mainstream como Metallica.

No importa que la trama paralela de este concierto no se merezca la Palme d’Or del Festival de Cine de Cannes. Lo que le importa al grupo es que la sala de cine se vuelva una marejada de cabezas moviéndose al son de Fuel, The Memory Remains, Cyanide, Battery, Master of Puppets y demás éxitos. Lo que interesa es la posibilidad de generar una experiencia vicaria en el fan: que se sienta como si estuviera en el escenario, a centímetros de Hetfield, Ulrich y compañía. Metallica –herejía de herejías– se cortó el pelo en los años noventa. Aquí no solamente Hetfield lleva el pelo corto sino que Ulrich está cerca de quedarse calvo. James Hetfield sigue siendo el vikingo armado de guitarras cool y Lars Ulrich, a sus casi 50, es todavía un músico hiperactivo siempre listo para hacerle muecas a la cámara.

El MacGuffin de Through the Never no es el bolso que queda abandonado en el escenario cuando se cierran los créditos (al observar esto, un asistente a la función el día del estreno gritó intrigado e indignado: “Nooo… repite, ¡repite!”). El asunto es que Metallica termina siendo su propio MacGuffin. Al querer mostrarse como maestros del espectáculo y al tocar sus canciones más exitosas, no importa lo que de verdad sean en el fondo. Esta no es una crónica de su realidad como multimillonarios padres de familia. Lo que importa es que se comporten como una máquina imparable de distorsiones, solos taladrantes y ritmos inmisericordes.

Mi teoría acerca del bolso-MacGuffin es que no lleva nada adentro. Y, si es que llevara algo en su interior, lo más seguro es que no sea ni alcohol ni drogas.

 

Notas:

 

1. En el complejo multisala donde la vi, la película fue proyectada de manera simultánea en dos salas colmadas de un grupo de espectadores que iba, aproximadamente, de los 11 a los 45 años. Aunque es una película recomendada para mayores de 17.

 

2. Resulta por lo menos curioso que hayan tenido que expulsar a Dave Mustaine –guitarrista principal– por ser el más alcohólico del grupo. Mustaine pasó a formar Megadeth (para muchos, una mejor banda que Metallica) y a estar eternamente resentido con Hetfield y Ulrich.

 

3. Sin embargo, Metallica, con el roadie como personaje principal, también ofrece esperanzas (sobre todo para quien conoce la historia del rock, es decir, su farándula). Entre las estrellas que antes de ser estrellas fueron roadies están: Noel Gallagher (Oasis), Lemmy Kilmister (Mötörhead) y Kurt Cobain (Nirvana).

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