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Reseña

El lenguaje es una zona de riesgo

Claudia Piñero, Una suerte pequeña, Alfaguara, 2015.
Claudia Piñero, Una suerte pequeña, Alfaguara, 2015.
29 de junio de 2015 - 00:00

De lejos el mejor libro de Claudia Piñeiro (1960), que deja de lado el suspense presente en Las viudas de los jueves, Betibú o Las grietas de Jara, y con el que se ha ganado miles de seguidores. En su novena novela, la escritora argentina se instala en una narración introspectiva, silenciosa, como el personaje más destacado de esta historia, que nos deja oír su voz, solo cuando ella considera que es necesario. ¿Pero cómo se narra con silencios, cómo se construye una vida callada, cómo se escriben cartas silenciosas? Las respuestas podrían bordear el camino de la soledad, la muerte de una persona que se ha amado o, posiblemente, haciendo evidente la distancia que separa a una madre de un hijo. A ratos, esta mujer recuerda otra geografía con todo lo que eso implica: unos mapas de tránsito que en el presente de la narración quieren ser borrados. Pero su voz está ubicada en el silencio. Es desde ahí desde donde reconstruye su vida. Sin amigas, sin familia, sin amor.

Una suerte pequeña es un doble desplazamiento ficcional; por un lado, la narradora despliega búsquedas en su memoria, y por otro, deambula por las calles de Temperley, un barrio del conurbano bonaerense, huyendo. ¿Se puede huir para siempre? ¿Se puede, una misma, borrar de la tierra y reaparecer 20 años después?

Del otro lado del territorio de la dictadura

A diferencia de otros relatos de escritores argentinos, en esta novela, la protagonista no huye del horror de la dictadura, de sus secuelas, de sus fantasmas, ni tampoco regresa a ese espacio ya mítico del Cono sur en donde todavía susurran los desaparecidos. Es decir, vuelve, y aunque lo hace, se distancia de uno de los temas más tratados de la literatura argentina. De este modo, la ruptura que hace Claudia Piñeiro es profundamente interesante. Me atrevería a decir que su exploración literaria recién empieza, no solo por la temática que eligió para esta última novela sino también por el manejo del lenguaje, en la construcción de sus personajes que se hacen hondos y en su magnífica simplicidad para contarnos o recrear diálogos (esta característica, sí, siempre presente en sus obras pasadas). Sobre todo, en su estilo clásico para mostrarnos lo que, como lectores, no sabíamos, o poner frente a nosotros personajes que repentinamente se redescubren y que a propósito de este redescubrimiento cambian el curso de la historia. Ni para qué nombrar aquí la purgación, que no podemos evitarnos leyendo Una suerte pequeña. Pero es aquí en donde esta autora logra incomodarnos y hacer que pasemos de la diversión a un estado del que tardaremos en recomponernos.

Un diario, una bitácora, un testimonio, una historia sobre la identidad.

¿Quién es María Elena Pujol, quién es Marilé Lauría, quién es Mary Lohan, quién es Mary? María. Una mujer desdibujada, dañada pero no rota, dice en algunos momentos la narradora de Una suerte pequeña. Dice también sobre sí misma que hay muy pocas certezas. En ese sentido, se replantea su propia maternidad y repara en que lo que muchas mujeres consideran absolutamente inherente a la condición humanofemenina definitivamente para ella, jamás lo fue. Este personaje de ficción entraría en mi clasificación de lo que yo llamo ‘muñecas averiadas’, esas que deambulan por las páginas de la literatura, despedazadas, como la mujer rota de Simone de Beauvoir, como Anna Karenina, como Emma Bovary, como la protagonista de La campana de cristal de Silvia Plath o cualquier mujer de los cuentos de Jumpha Lahiri en Tierra desacostumbrada. Muñecas literarias imposibilitadas por nudos históricos y culturales de los que no pueden escapar. En la novela, no solo la protagonista tiene un ‘desperfecto’, su madre también: “¿Es verdad que tu mamá está loca?”. Pero mi padre dijo que no, y para mí, si él lo decía, así era. Mi madre no era loca...”. La avería o el daño, en este caso, viene de fábrica. Intentar reparar el daño es construir la identidad en un círculo que no tiene fin. En este intento, Mary Lohan, decide escribir, aunque señala y reitera que no es escritora, pero me quedo con la poética del aprendizaje de Mary Lohan, que es un espejo de la poética de esta novela de Piñeiro.

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