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El Telégrafo
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El eco de las voces (Enigmas de la soledad)

El eco de las voces (Enigmas de la soledad)
25 de noviembre de 2013 - 00:00

“El 23 de noviembre de 1966 fue el día más importante de sus vidas. Ese día a las tres de la mañana nacieron las dos en dos ciudades distintas de dos continentes diferentes. Las dos tenían el pelo oscuro y ojos verdes. Cuando ambas tenían dos años y ya sabían caminar una se quemó la mano en un horno. Unos días más tarde la otra estuvo a punto de tocar el horno pero apartó la mano justo a tiempo aunque no podía saber que estaba a punto de quemarse…”                                                                    

Alexandre Fabbri, La doble vida de Verónica

 

La soledad del universo no es sino la soledad de uno mismo. El término soledad no existe en abstracto ni en absoluto; solo en la sensación experimentada por el individuo. Y quizás por eso asusta tanto. La soledad es ausencia de otro, o más que eso: reconocerse en la ausencia del otro. Allí donde no encontramos sentido de filiación con los demás; ese es nuestro territorio desolado.

 En la película La doble vida de Vérónica, el cineasta polaco Krzysztof Kieslowski aborda con magistral sensibilidad el tema del desdoblamiento como respuesta metafísica a la soledad humana. Verónica y Veronique, nacidas el mismo día en continentes diferentes y sin saber la existencia una de la otra, están intuitivamente conectadas entre sí a lo largo de sus vidas. Ambas mujeres intuyen coincidencias inexplicables que se materializan de forma soberbia en una fotografía concurrente. Este recurso narrativo incita a la convicción en el espectador de que para cada uno de nosotros existe un doble posible.

 La ciencia deja poco espacio a estos temas. A pesar de la ya afamada teoría de las cuerdas, que plantea la existencia de universos paralelos y concomitantes que eventualmente pueden coexistir; el paradigma científico continúa siendo el mismo: el universo tridimensional. Sin embargo; algo brilla en los ojos de las personas cuando descubren a un semejante que tiene cosas en común. Gustos peculiares, anécdotas curiosas y la misma cicatriz en el cuerpo son interpretados como designios místicos en una realidad en la que todos en algún momento nos sentimos solos. A diferencia de la ciencia, la literatura abre sus páginas para avivar el surrealismo desconcertante que supone la existencia de realidades paralelas como metáforas de nosotros mismos.

 En su cuento ‘Lejana’, Julio Cortázar nos conduce por un diario de anagramas y palíndromos mientras Alina Reyes describe cómo su vida se superpone a la de esta otra mujer, “la lejana”. “Nora se quedó anoche como tonta, dijo: ‘¿Pero qué te pasa?’. Le pasaba a aquella, a mí tan lejos”. Una mujer muy distinta a ella en clase y costumbres, de alguna manera la habita trasmutando percepciones y dolencias: “Es la parte que no quieren y cómo no me va a desgarrar por dentro sentir que me pegan o la nieve me entra por los zapatos cuando Luis María baila conmigo y su mano en la cintura me va subiendo como un calor a mediodía, un sabor a naranjas fuertes o tacuaras chicoteadas, y a ella le pegan y es imposible resistir y entonces tengo que decirle a Luis María que no estoy bien, que es la humedad, humedad entre esa nieve que no siento, que no siento y me está entrando por los zapatos”.

 Elementos que no pueden explicarse con leyes, que escapan a la lógica y a la razón, pero que de alguna manera responden a interrogantes humanas sobre el sí mismo. Multiplicar en la vida de otros minúsculos fragmentos propios no reconocidos nos genera un efecto de legitimidad sobre los secretos que no nos atrevemos a develarnos. Alina Reyes vive en carne propia el sufrimiento físico de otra mujer, proyectando quizás así sus íntimas miserias. Cortázar tiene el don de insertar lo psicopático en lo cotidiano; logra una verosimilitud aplastante a la que es muy difícil anteponer el juicio razonable del lector a su sensata sinrazón. Usar un diario personal como único testigo del desdoblamiento de Alina Reyes nos remite a un estado de  íntima confesión del cual ya no podemos liberarnos una vez leída la primera fecha. Pero no es el único autor que  retrata este fenómeno. Años antes, el escritor mexicano Alfonso Reyes ya había abordado el tema del desdoblamiento en su cuento ‘La cena’, escrito en 1912 y publicado ocho años después.

 Casi desde el inicio usa Reyes sus artes de prestidigitador para anunciarnos lo que sucederá:

 

“- Amalia- pregunté.

-Sí-. Y me pareció que me contestaba yo mismo.”

 

Y luego, derrocha imágenes crípticas para generar este juego especular en el cual el protagonista, que es a su vez narrador en primera persona y por ende, el autor del relato, se enfrenta a su propio retrato en la figura de aquel capitán de artillería, muerto ya.

Fotograma de la película La doble vida de Vérónica, del cineasta polaco Krzysztof Kieslowski.

 

Trepidar en las vivencias de otra persona, consuela. Resuelve la necesidad de saber que no se está solo en este mundo; ahuyenta a la tristeza y a la melancolía.  La máxima de que “ningún hombre es una isla” requiere avistar tierra más allá de nosotros mismos, aunque esto implique caer en paradojas e inverosímiles e incluso privilegiar un conocimiento clarividente del que la literatura hace gala retando los márgenes de la realidad. Esto sucede en el maravilloso cuento de otro escritor mexicano,  Salvador Elizondo, ‘La historia según Pao Cheng’: un filósofo chino descubre que no es sino el recuerdo de otro hombre imaginado por él mismo. “Si ese hombre me olvida moriré” es la frase que los condena a ambos a depender simbióticamente.

 Reconocernos en el otro nos humaniza según aquella tesis sociológica que plantea la subsistencia humana solo en cuanto ser social. Tener la certeza de que somos semejantes, más allá de las características triviales, sino justamente en aquellas que consideramos únicas de nuestra individualidad, nos produce un asombro tranquilizador, suscitando de inmediato un nexo intimista con la persona cuyas rarezas coinciden con las nuestras aun cuando acabemos de conocerla.

 Sin dudas, el maestro Borges lleva esta ecuación metafísica más allá de lo predecible. En su libro Ficciones; el cuento ‘Las ruinas circulares’ resulta ser la parábola perfecta con la que Jorge Luis Borges plantea su visión del desdoblamiento llevándolo más allá del individuo; extrapolándolo al tiempo y el espacio y estableciendo además un estado ambiguo entre la vigilia y el sueño. Nos ubica en un escenario incierto y mítico alusivo a la eternidad. Y allí, el hombre gris invoca a los demiurgos gnósticos para soñar un hombre. Lo sueña íntegro, activo, lo adapta pacientemente a la realidad para que cobre vida. ¿No es este el arquetipo por antonomasia de la comunión con el otro; de resolver armónicamente el signo de la soledad humana? Sin embargo; Borges se burla de la ingenuidad del lector al sentenciar al creador a ser a su vez el sueño de otro: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñando”.

 Así, la literatura resulta el país de lo posible para el encuentro con el otro en este plano intangible de la batalla contra la soledad. Tanto así, que algunos escritores son exponentes reales de este fenómeno como el portugués Fernando Pessoa, a cuya obra me gustaría referirme particularmente en otra ocasión, pero que lo traigo a colación por su figura como autor. Creador de 72 heterónimos, Pessoa se transfigura en cada uno de sus álter egos y engendra letras radicalmente diversas desde cada personalidad, como un mutante. Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Alberto Caeiro, nacen del mismo genio quien no parece encontrar sosiego a su soledad personal: “Ser poeta no es una ambición mía, es mi manera de estar solo”, dice. O, como aquel pequeño cuento en el que Jorge Luis Borges nos confiesa:

 “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico (…) Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica (…) Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página”.

La batalla contra la soledad tiene infinitos escenarios.

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