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Diarios de viaje (fragmentos dispersos)

Diarios de viaje (fragmentos dispersos)
18 de noviembre de 2013 - 00:00

 

 

 

 

 

 

 

 

 


País Vasco, junio 2012

 

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Camino a Bilbao


Ya en el autobús. Asiento 7a. La mujer sentada a mi costado lee El cuerpo nunca miente de Alice Miller. Abre la página en un ensayo sobre Marcel Proust. Es una suerte que me haya tocado ella. No molesta, no indaga, no pregunta. Su rostro me produce paz. Es una mujer madura, entrada un poco en kilos, cabello gris, lentes gruesos. Me intriga, pero tampoco pregunto nada. Respeto su espacio; no molesto, no pregunto, no indago. Ambas nos hemos visto con libros en mano, e inconscientemente, supongo, hemos creado una especie de pacto silencioso, un acuerdo que ambas entendemos, la complicidad del lector.

 

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San Sebastián

¿Y si todo lo que necesitaba (necesito) era perderme? Caminar pensando que voy hacia algún lado y de repente aparecer en otro. Intuir que me alejo del camino correcto y sin embargo no detener el paso. Esa necesidad de dejarme perder por mis ganas de soledad para salir ganando, como ayer, que iba en dirección al Guardetxe para la inauguración del Festival de Poesía y de pronto seguí escalando por un sendero medieval hasta aparecer en los altos de un mirador. Nunca imaginé que al cruzar ese pequeño túnel iba a desembocar en el mar Cantábrico. Todo lo que hice fue sonreír. Allí estaba la inmensidad, dispuesta frente a mí como un terreno líquido, horizontal, partido en dos, lo más parecido al infinito.

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Lezo

Una cama, decenas de libros y el otoño de Euskadi en todo su esplendor. Si tuviese más tiempo me quedaría en este sitio, ideal para no distraerme, para no dar tregua a mis miedos y paranoias, para centrarme únicamente en mi escritura y en una lectura continua. Un burro rebuzna cada media hora, marcando el tiempo con exactitud. Un burro me acompaña, y hoy le escribí este poema:

 

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Dejad al burro rebuznar

gallo anunciador del día en estos pueblos lejanos

campana de una iglesia que no existe

reloj que marca el tiempo

de algún dios que nació en el campo.

 

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Roma, mayo 2012

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Otra vez en el Panteón. Es casi media noche. Los ríos de gente se han ido y ya puedo ocupar mi lugar en el centro del círculo de mármol. Favio, el músico callejero,  toca el cello frente a mí. Preludio 6 de Johann Sebastian Bach. Favio cierra los ojos, los aprieta tanto como si tratara de ver algo lejano y oscuro. Él es su propio director, se dirige por dentro. Favio se mueve, susurra, suda. Destroza sus dedos por la fuerza con que aprieta las cuerdas. Callo sobre callo, abierto, cerrado, vuelto a abrir. Pienso que la escritura también es eso: callo sobre callo, aberturas, quiebres, cicatrices. Los temas se repiten siempre, pero la clave radica en el cómo. Parece fácil, suena fácil, pero cuántos han fenecido en el intento.

 

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Madrid, junio 2012

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Ahora en un viaje interno, un encierro que yo misma elegí. Retrospectiva. Nadie sabe en qué ciudad estoy, ni siquiera yo. ¿Madrid? En esta casa deshabitada existo. Existo en cuanto no sabe el mundo que aquí me encuentro. Hay cosas que no me caben en el alfabeto. Entonces prefiero salir al balcón y traducir a los pájaros o los burros, oficio que a veces me resulta más sublime. He tenido visiones las últimas semanas, conocí a mi nieto y lo besé. Conocí a mi tribu y les confesé mi cansancio, porque estoy exhausta de haber dado a luz a tanta gente y así no hay vientre que aguante. Pero el mío sí. 8 y 45 de la noche. La respiración es muy pesada de este lado del sol. Llevo gafas. Y he visto brillar el hígado del cielo. Me gustaría que Dios bajase ahora mismo de esa nube, y nos dijese a todos que no existe.

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El Encano, 25 de diciembre 2012

Estoy aquí, en un rinconcito de Colombia. Estoy al pie de la laguna de La Cocha, en Nariño. Llegamos hace un par de días con mis padres y mi hermana. Así, como cuando era chiquita y todo me parecía enorme, lejano, y sin embargo tan alcanzable. Aquí estoy y sigo jugando (jugándome), manchándome las manos, aprendiendo. Mientras haya superficies en el mundo, escribiré; seguiré siendo.

 

***

Mi padre y sus historias de hace 41 años. Hace 41 años él estuvo aquí, caminando por este mismo sendero, exiliado político en tiempos de Velasco Ibarra. Yo también quiero regresar a esta Isla y decir “hace 41 años estuve aquí, con mi padre, escuchando sus historias cuando el sol se ponía —lento y cadencioso—  una lejana tarde de navidad.”

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Mi madre y su bendición en un beso infinito sobre mi frente. Mi madre, su sonrisa y su inagotable ternura frente al fuego, una chimenea llena de carbón y recuerdos en reversa. Porque el fuego también me remite a ella. Mi madre y su mano extendida entregándome una agenda en cuya portada yacen mariposas pintadas, como entendiendo que el verdadero sentido de mi vida es la búsqueda de la libertad; porque sí, porque que me doy el lujo de buscarla y sobre todo, por momentos, de encontrarla. Siempre hay retorno, madre (le digo en silencio mientras la abrazo) porque aun muy lejos, de ti nunca me voy. Pero ahora gocemos, porque estamos, porque somos. Sin tiempo. SOMOS.

 

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Mi hermana y nuestro código común. El aprendizaje y el hombro para cuantas veces sea necesario. Mi hermana y la risa de Marylin Monroe desde algún templo que sigue incendiándose. Suena un blues desde el altarcito de nuestras pequeñas muertas. El miedo es un grillo que puede tomar dimensiones monstruosas, lo sé, pero si lo enfrentas con la luz de tu pincel se irá achicando hasta dejarte dormir, plácidamente.

 

Hay en todos los colores una espada.

 

***

Hoy crucé al santuario de la Isla de La Corota, en lancha, y hundí mis manos en el oleaje que Ángela no pudo tocar en mi país. Hoy lo toqué por ella. Me limpié y la limpié en la distancia. Los símbolos solo existen cuando se materializan en otras metáforas. El agua es un espejo que nunca se rompe, solo deforma. Y entonces mi voz también es oleaje: Somos pedazos de vidrios sosteniéndose. Hay en el silencio un lugar del cual siempre querré acordarme. Aquí estoy yo. Travestida. Iluminada. Y todas las aves del páramo se levantan para saludarme. Hay leña, mucha leña. Y ya la noche reclama su espacio. Creo en la alquimia que produce el lenguaje de la ausencia. Pero aquí estoy yo, escribiendo, mientras haya superficie.

 

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