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De fábulas póstumas. Sobre Alabardas, de José Saramago

De fábulas póstumas. Sobre Alabardas, de José Saramago
16 de febrero de 2015 - 00:00

Cuando un escritor del calibre del nobel José Saramago muere, es casi normal quedarse con ganas de más, con algo que nos quede como el último recuerdo, además de toda la obra que ya publicó en vida. Aunque sea un texto pequeño, aunque sea una ‘yapita’.

Pero en el caso de Saramago, un texto pequeño no es solamente un añadido, el conchito, sino una fábula cuyo sentido y estilo muestra en las primeras líneas esa sabiduría disfrazada de inocencia a la que nos tenía acostumbrados el escritor portugués.

Artur Paz Semedo, protagonista de esta historia, Alabardas, trabaja, orgullosamente, en una fábrica de armas a pesar de su mujer, o exmujer (vamos, que la categoría, el prefijo, se vuelve relativo a medida que transcurre la historia), y que para colmo ha cambiado su nombre y se hace llamar Felicia, para así contrarrestar el aire belicista del mundo y que su propio marido, o exmarido, carga consigo.

Por supuesto, tal como sucede en las apacibles vidas de los personajes que presenta Saramago en su literatura, algo sucede, una piedra de toque, un acontecimiento, aparentemente trivial, que marca la existencia de Arturo Paz Semedo, un pequeño suceso que detona una cadena de acontecimientos hasta que...

Pues sí, la obra está inconclusa, pero la maravillosa edición que ofrece Alfaguara —ilustrada por Günter Grass, ¡vaya ‘añadido’!— cuenta con las notas de escritura de Saramago, donde podría visualizarse un posible final para esta historia de búsqueda que emprende Arturo Paz Semedo, en compañía de su mujer, o exmujer, como prefiera el lector. Por descontado está el decir que la búsqueda que inicia el protagonista está basada en una reflexión, que podría gatillar otras más, tal como sucede en otras historias de este escritor, que lleva al lector, a través de diálogos ágiles, a cuestionar el ambiente, el alma de los personajes, la escritura misma, la razón de ser de todo.

Otro elemento que hace especial esta edición póstuma son los comentarios de los escritores Roberto Saviano y Fernando Gómez Aguilera, a modo de reflexión sobre el texto, sobre el oficio de la escritura, más cuando este se ve truncado, más allá de la voluntad, por la muerte física del hombre.

Que la muerte, en realidad, no llega, pues si la obra pervive, lo hace también el espíritu de su creador, y esto es lo que importa.

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