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El Telégrafo
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Teatro

Cuando la realidad es más fuerte que la ficción

Foto: Fernando Sandoval / El Telégrafo
Foto: Fernando Sandoval / El Telégrafo
15 de junio de 2015 - 00:00

El género de la performance, arte en acción, no es nuevo, pero aún sorprende y provoca encendidos debates a su alrededor. En Latinoamérica, la performance se ha desatado en varios espacios y en este contexto, la artista chilena Eli Neira visitó nuestro país para dictar unos talleres y hacer una propuesta conjunta con el grupo performático Pacha Queer, conformado por los artistas Coca y Mota.

 

En un diálogo con estos tres artistas, que conjugaron sus propuestas, tratamos de despejar qué es la performance en nuestros días y por qué se convierte en un vehículo ideal de expresión artística.

 

Empecemos por lo básico, ¿qué es la performance?

 

Eli: Esta palabra se ocupa desde los años sesenta para denominar lo que llamamos arte en acción o poesía en acción, porque hay muchas ramas. Se puede hacer performance desde la dance, desde las artes visuales... Es muy amplio el espectro. Lo que distingue a la performance de otras artes es que su materia prima es el cuerpo, la realidad. Uno trabaja con lo real. La performance ha tenido diversos momentos, de auge, de decadencia. Ahora, en América Latina se han realizado varias bienales de performance, y se ha dado un auge después de la muestra de Marina Abramović en el MOMA. En nuestro continente la performance ha tenido mucha resonancia, porque somos un territorio con crisis sociales; la performance es el lenguaje adecuado para hablar de las crisis. En este momento, está súper candente el tema del cuerpo, y la discusión alrededor de este. Y como es una cuestión de vanguardia, te encuentras con el rechazo de los sectores más tradicionales del arte. Y es que el cuerpo es algo fuerte, su presencia. La performance es un género que se presta para la radicalización de los discursos, y ese es su papel, remecer las escenas culturales, que a veces se estancan, y generar discusión alrededor de temas como la sexualidad, la discriminación, la raza, etc.

 

Mota: Es un medio que nos permite cuestionar un tema para debatirlo.

 

O sea, es un género que te incita sí o sí a la reflexión.

 

E: Yo creo que sí, reflexión y perturbación. Te conmueve. Claro, la performance es tan amplia que puedes encontrar muestras súper espirituales —con flores, con un cuerpo pacífico—, hasta las performances radicales como las de las feministas del porno terrorismo, que están abocadas a provocar el rechazo y el shock en los espectadores. Claro que provocar shock es antiguo, pero como los movimientos artísticos también son cíclicos, la performance entra dentro de esto.

 

En sus inicios como artista, ¿siempre hizo performance o llegó a esta de otro arte?

 

E: En realidad, yo llegué a la performance como un devenir, caí en ella._Yo hacía periodismo y crítica cultural, tuve una crisis hace 10 años y me puse a escribir poesía y de ahí me di cuenta de que el lenguaje me estaba pidiendo más compromiso; ahí entra el cuerpo, para complementar el lenguaje poético. Seguí escribiendo poesía, pero el lenguaje hegemónico dentro de lo que yo hago es la performance.

 

M: Este es un camino al que llegas después de haber tanteado otras artes escénicas. En algún momento, todos los artistas devienen en performance, porque es potente, por el trabajo con el cuerpo, y porque no hay una obra estática, moldeable, sino que sucede en el preciso momento. Sucede.

 

¿Sus performances tuvieron relación con las propuestas performáticas de Pedro Lemebel, por ejemplo?

 

E: No precisamente. Pero sí tuve yo relación con él. Yo le hice las primeras notas en El Mercurio. Había toda una generación con él y con su trabajo, con ‘Las yeguas’. Cuando nosotros éramos estudiantes, era lo más vanguardista que llegasen a tu universidad ‘Las yeguas del Apocalipsis’. Claro, Pedro siempre fue una gran influencia.

 

Presentar ‘Las yeguas’ en Chile debe haber sido complicado...

 

E: No tanto. ‘Las yeguas’ era lo que necesitaba Chile. Era tal el desmadre al final de la dictadura, que emergiera un grupo radical como el de Las yeguas era normal porque todos queríamos romper con algo para pasar al orden democrático. ‘Las yeguas’ fue un producto de su tiempo, de años de dictadura, un referente para la performance, la poesía y el feminismo, porque sus miembros cuestionaron los lugares comunes desde su puesta en escena.

 

Entonces, el discurso paralelo al trabajo del cuerpo, en la performance, es la transgresión...

 

E: No necesariamente, pero históricamente sí ha ocurrido así. La transgresión puedes instalarla desde cualquier arte, solo basta con tener la valentía de romper los códigos. Sin embargo, la performance tiene la fama de ser un arte transgresor porque trabaja con elementos tabú: el cuerpo y sus fluidos, la política... Dentro de la historia de la representación, siempre un cuerpo en vivo va a tener más fuerza que una imagen, que una foto, que una escenografía, seguramente porque se acerca al origen de todo.

 

Sus puestas en escena, ¿han evolucionado, cambiado, o siguen una misma línea?

 

E: No. La performance te permite cierta plasticidad. Es decir, puedes tener unas puestas súper tranquilas, e irte a otras líneas de trabajo más radicales como de posporno... o puedes hacer performances políticas, en las calles, con los grupos de protesta, en los espacios públicos. Yo he ido radicalizándome de a poco, pero nunca he dejado de trabajar aspectos más sutiles. Justo antes de venir, estaba trabajando en el sur de Chile con figuritas con la basura, en las que el cuerpo no tiene nada que ver, mientras que aquí, en el CAC, pude hacer algo más radical que tenía que ver con el cuerpo.

 

¿Hay alguna performance suya que no le haya dejado satisfecha?

 

E: Uy, montones. En la performance, tienes un acierto y dos errores, aunque tal vez no sea bueno hablar de error. La performance es como un viaje: te subes a un auto y no sabes adónde vas a llegar ni qué puede pasar en el camino; puedes tener un mapa, pero nada más. Lo que pasa en el viaje siempre es azar.

 

Lo que sí ha pasado es que los materiales con los que has empezado a trabajar tienen otra vida, funcionan de otra manera. No puedes planificar 100%. Nuestra materia es la realidad y esta es entropía, azar, así que puede ser que algo no vaya como lo planeaste, hay que someterse a la voluntad de lo real. La realidad es más fuerte que la ficción. Te toca reinventarte siempre.

 

Usted (a Eli) vino a dictar talleres sobre posporno. ¿De qué va esta corriente?

 

Surge en los años ochenta en Estados Unidos y tiene que ver con una reelaboración de los códigos de la pornografía. Surgió a partir de la obra de Annie Sprinkle, quien fue actriz porno y que en algún momento se dio cuenta de que toda esa industria estaba hecha por hombres y para hombres, una construcción patriarcal. Entonces, empezó a hacer su propia obra, resignificando la industria.

 

El término posporno denomina a todas las narrativas acerca de la sexualidad hechas por mujeres y por grupos minoritarios —LGBTI— sobre su propia condición. Es decir, esto sucede cuando las sexualidades que no son heteronormativas toman la palabra. En Latinoamérica este discurso se da en los años 2000, de los primeros antecedentes que tengo son los de la mexicana Rocío Boliver, ‘La Congelada de Uva’. Como se produjo con desfase en América Latina, acá se convirtió el posporno en un vehículo para retomar reivindicaciones no solo porno, sino que tienen que ver con cuestiones políticas y de sexualidad, dado el nivel de represión de distintos frentes. Así, estamos hablando de la problematización de la identidad de género, identidad de clase, etc.

 

De ahí interseca su trabajo con el de Pacha Queer en lo de posporno.

 

Claro, porque hicimos las presentaciones en el CAC, también con Gustavo Solar, y estoy contenta de que esto pase, porque estamos sacando el posporno de las catacumbas, de los ambientes cerrados, para instalarlo en un eje cultural como motivo de reflexión.

 

En el Macho-Mariposa, obra que presentaron hace unos meses, ¿qué estaban tratando de problematizar?

 

M: El machismo, la sociedad machista.

 

C: A través del simbolismo en nuestros cuerpos. A través de nuestra disidencia sexual, queremos cuestionar todos los estatutos que están atravesados en la sociedad como una heteronorma, como el machismo, la división entre hombres y mujeres, cuerpos que son divididos en rosa-celeste.

 

M: Nos apropiamos de un código, como el maquillaje y la ropa, y lo rompemos, utilizándolo a través de nuestros cuerpos de hombres. La fuerza de la performance es romper el código, llevarlo al fin para revertirlo.

 

La violencia es un código, pero siendo el cuerpo la materia prima de la performance, ¿no es una puesta en escena una manera de exponerlo?

 

E: Es una violencia controlada por el artista, por tanto, es reapropiada. No te hace daño. Además, la idea de violencia está estigmatizada, pues sin dolor no hay movimiento. En la performance, generamos movimiento físico y síquico, entonces hay dolor. Esta línea de trabajo con el dolor es muy antigua, así como el ritual también trabajaba con ella. Todas las ritualidades tienen dolor. La sociedad moderna nos saca del dolor, nos expropia el dolor y lo estigmatiza.

 

Mira, si me como un pollito y este sufre, estoy generando dolor. Si arranco una planta, también provoco violencia. Estos conceptos están estigmatizados y socializados. Desde la performance, nos apropiamos de estos conceptos y los manejamos.

 

¿Qué códigos les interesa seguir revirtiendo?

 

M: Todos los que se identifican con el binarismo: hombre-mujer, bien-mal, masculino-femenino, rico-pobre.

 

El espacio, como espacio sagrado, ¿no es un código que también es necesario revertir?

M: Todo es un código.

 

E: Dentro de la performance, todo es un escenario, en realidad. Si salimos vestidos así, estamos armando un escenario performático. Así, este género nos permite desplazar los escenarios y desacralizarlos.

 

M: Es importante, en realidad, qué escenario escoges para realizar la performance, así que no es lo mismo armar una representación frente a la iglesia de San Francisco que en otro sitio, porque depende de qué quieras problematizar o debatir.

 

Superada la frontera del escenario, la relación con el público, ¿cómo se maneja?

M: Para nosotros siempre es horizontal, directa, al mismo nivel. Creemos que en el momento de la puesta en escena todos somos una unidad, todos influyen: el que mira, el que no quiere mirar, quien filma... Todas las energías convergen en la performance.

 

Y si todas las energías influyen, ¿qué pasa cuando alguien rechaza la obra, contribuye con mala energía?

Coca: En el momento en que empiezas a intervenir un espacio cotidiano en el que no están acostumbrados a que suceda algo, estás arriesgándote a que te digan muchas cosas, buenas o malas, que te digan brujos, hechiceros... A veces nuestra propia energía es la que desvía lo que sucede.

 

E: Es como si hubiera muchos colores.

 

M: Más bien si hay interrupciones, cuando no te permiten hacer la performance, pero a nosotros no nos ha pasado.

 

C: Y eso que incomodamos a la gente.

 

E: Eso es lo que pasa. Aquel que se siente desprotegido de su certeza, por la ruptura de sus códigos, puede reaccionar violentamente o tratando de interrumpir. Pero en la performance esa es la idea, tenemos que seguir, porque sin roce, no hay surgimiento del nuevo pensamiento. Tiene que haber movimiento, un choque. Nosotros somos los agentes de choque.

 

M: Y ahí se produce el cambio.

 

E: Y para nosotros también, porque salimos intervenidos de cada performance. No salimos impunes. Salimos con la conciencia despierta, pues se produce un cambio en uno y luego en el público.

 

¿Qué comentarios les han hecho, en función de este cambio que se produce luego de la presentación?

 

M: Bueno, en el Macho Mariposa tuvimos una acogida tremenda, la sala estaba repleta.

 

C: Cuando terminamos la presentación, había gente que se quedó para hablarnos y abrazarnos, darnos las gracias por decir lo que nadie se atreve. Y eran viejos, chiquillos, hombres y mujeres.

 

M: Los temas que tocamos son esos que todos llevamos atravesados, pero nadie los enuncia. Pero si los subes a una presentación, los enuncias, eso que no se dice cobra realidad, y puedes discutirlo.

 

C: Claro que hemos tenido comentarios fuera de lugar. Como que debería haber contextos específicos, pero porque esa gente no sabe cómo hemos preparado nuestro trabajo. Las reacciones son diversas.

 

¿Presentarán otra vez la obra, alguna obra?

 

E: Es muy raro que una performance se repita, porque es algo que sucede una única vez.

 

M: Podríamos replantear el Macho Mariposa, pero no sería lo mismo, quizá variando algunos detalles.

 

¿Y ahora qué viene, en qué van a trabajar?

 

M: Seguiremos viviendo y actuando para la disidencia, en talleres, muestras colectivas. Este es un espacio transdisciplinario. Y hay que trascender, pues lo queer no tiene que ver únicamente con la cuestión de género, sino que se aplica a toda problematización sobre temas sociales, políticos, económicos, aquellos que están cruzados por la opresión.

 

E: Venimos de países densos, con problemas varios, cotidianos, y son temas que nos interesan a todos, en realidad, no solo a nosotros.

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