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Alguien vive: estás despierto, poeta (In memoriam José Emilio Pacheco)

Alguien vive: estás despierto, poeta (In memoriam José Emilio Pacheco)
03 de febrero de 2014 - 00:00

Aquel 23 de abril de 2009, cuando acudió a la ceremonia de entrega del Premio Miguel de Cervantes en su 35° edición, el polígrafo mexicano José Emilio Pacheco pronunció un discurso en el que arrancó sosteniendo reflexiones que configuraron una suerte de delimitación del territorio simbólico de las letras, así como de un universo solidario, colectivo.

El que había sido miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2006 dijo, por ejemplo, que la memoria inventa lo que evoca, así como la imaginación ilumina la densa cotidianidad que vivimos. Para ambas circunstancias habrá que prestar oídos, pues se trata de un arte poética que, con el pretexto de sus cavilaciones sobre el Quijote, proyectaba hacia sus escuchas –que a su vez se multiplicaron de forma geométrica debido a la trascendencia del evento–. Si la memoria crea lo que recuerda, entonces “todo lo que inventamos es cierto” (Flaubert dixit), con la prioridad en la estética. La imaginación, por su lado, cubre, revela, se rebela y enfrenta a los demonios, que por estos lares no son pocos.

Un poco antes

José Emilio Pacheco nació en el Distrito Federal en 1939 y había cursado estudios de Derecho y Filosofía en la UNAM. Si alguien recuerda la revista Medio Siglo, lo hará también con sus colaboraciones. Más tarde dirigió el suplemento de la revista Estaciones. Y se desempeñó como secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México, y en cuanto a la magacín Novedades, se ocupó de su suplemento, ‘México en la cultura’. También fue jefe de redacción en Siempre, que mantenía su suplemento ‘La cultura en México’.

El periodismo cultural fue su fuerte, aparte de la creación. Dirigió la Biblioteca del Estudiante Universitario. Fue docente en algunas universidades de Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido, así como ocupó el puesto de investigador en el Departamento de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH).

Muchos recuerdan su sentido afable, buen humor y un algo de timidez. Vivía en la colonia Condesa, en el D.F., donde era vecino del poeta argentino Juan Gelman(fallecido hace 2 semanas). Dejó ver siempre su espíritu combativo, como en la huelga de hambre que sostuvo con otros intelectuales como Pitol en 1960 en protesta contra la represión ordenada por el gobierno, o en sus poemas sobre la matanza de Tlatelolco (1968).

Sobre todo, poeta

José Emilio Pacheco halló perfección y emoción en los poemas de su inicial Los elementos de la noche (1963). En gran parte, la editorial Era cumplió con la misión de hacer llegar las ediciones exentas de los poemarios de Pacheco.

→ Perteneció a la hornada de poetas como Eduardo Lizalde, narradores como Sergio Pitol y hombres de letras como Carlos Monsiváis. Pacheco decía que era en verdad el
lector el que construye el poema, tras la propuesta del escritor. Mucho se ha hablado sobre la sencillez de la escritura de José
Emilio Pacheco, el poeta.
Perteneció a la hornada de poetas como Eduardo Lizalde, narradores como Sergio Pitol y hombres de letras como Carlos Monsiváis. Pacheco decía que era en verdad el lector el que construye el poema, tras la propuesta del escritor. Mucho se ha hablado sobre la sencillez de la escritura de José Emilio Pacheco, el poeta. Allí tenemos un recurso que habla de concisión. También hay esperanza en la fuerte carga semántica latente que germina desde esa nueva dimensión que hay en las palabras que se combinan en el siempre cambiante continente del poema. Pacheco sabe que escribir es dirigirse a un alguien. Se apasiona, entre otras cosas, por las versiones. Pretende que ese heterocosmos que es la literatura, entendido como una segunda naturaleza paralela a la que habitamos, puede ser prisma de reconocimiento del otro y, a la vez, herramienta autoexploratoria. Sin embargo, una de las conclusiones que saca de esta actividad avizora es constatar que la ecúmene (mundo reconocido por la cultura) deviene área de desastre con poca confianza en que los daños sean resarcidos. En cuanto a la escritura de lírica, Pacheco es un neurótico por la forma. Parecería que otro de los intereses del poeta es tentar en su palabra la percepción del desgaste social; algo como el menoscabo que produce un horizonte de desilusión y, por lo mismo, un debilitamiento que se siente en la modernidad de Latinoamérica hasta extenuar las bases que sostenían el discurso esperanzador del progreso. Esa fuerte indignación que se lee en su poesía es la que ha dado potencia a una refutación del mundo tal y como aquello en lo que está transformándose. Cómo no poner el dedo en textos como ‘Alta traición’. El poema fue, y es, repetido de memoria por miles de jóvenes en México. Es la antípoda del poema intelectualizado y recargado: “No amo mi patria./ Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ –y tres o cuatro ríos”.

Por otro lado, ‘Aceleración de la historia’ es excelente muestra de metapoesía: “Escribo unas palabra/ y al minuto/ ya dicen otra cosa…”; ¿la metamorfosis, la piedad, ese camaleón que es el idioma?    

En ‘Presencia’, escribe un epitafio, el suyo: “¿Qué va a quedar de mí cuando me muera/sino esta llave ilesa de agonía,/ estas pocas palabras con que el día,/ dejó cenizas de su sombra fiera?/[…] No quedará el trabajo, ni la pena/de creer y de amar. El tiempo abierto,/semejante a los mares y al desierto,/ ha de borrar de la confusa arena/todo lo que me salva o encadena./ Mas si alguien vive yo estaré despierto.” Hay un gran aplomo en la dignidad de esas palabras; al estar seguro de que perdurarán incluso cuando el autor sea polvo de huesos.

Podría haber un punto de quiebre en No me preguntes cómo pasa el tiempo (1970, que le significó el Premio Aguascalientes del año anterior), en el que se agudiza la ironía y los registros se amplían hacia lo coloquial, lo nativo mexicano y la poesía pura. La mayor parte de su poesía está en Tarde o temprano (poemas 1958-2000.); y allí podemos percibir las modulaciones que lo acercaban tanto a la recuperación de la memoria colectiva, como a la construcción de versiones propias de lo que la violenta cultura hace.

Café Tacvba se inspiró en este libro para comoponer ‘Las batallas’ en 1992.

La narrativa y el ensayo

El ensayo fue cultivado por esta voz en El derecho a la lectura, de 1984, mientras que La hoguera y el viento corresponde a 1994. Le fue concedido el Premio Malcolm Lowry en 1991 por su trayectoria en el género.

Un Pacheco muy conocido, y para unos uno bastante buscado en los estantes de librerías, es el Pacheco narrador. A pesar de eso, la mayoría de los acercamientos críticos a la obra del escritor mexicano se refiere a su poesía. Los primeros pasos del cuentista fueron sombreados por la figura de Borges. Hay tópicos caros al argentino que se desarrollan en la primera entrega narrativa de corto aliento, aunque los escarceos de Pacheco por liberarse de dicho ascendiente, dieron como resultado un producto que reformula el mito clásico y lo contextualiza en una banda sonora latinoamericana. Así, tenemos textos con personalidad propia, con su particular impronta. Sus primeros relatos fueron publicados por Juan José Arreola (Cuadernos del unicornio, 1958).

La sangre de Medusa y otros cuentos marginales es calurosamente recibido y bastante celebrado en la lengua porque reúne cuentos de entregas anteriores (La sangre de Medusa, de 1959, El viento distante, de 1963 y El principio del placer, de 1972). El cuento que le da nombre al conjunto propone asimilar a la figura del héroe mítico con un ser humano llano, más bien común y sin importancia para el resto del mundo.

La madurez de su voz va hilada por una fina ironía que nos obliga a desafiar la existencia diaria, mirar alrededor de nosotros mismos. ‘Las máscaras’, por ejemplo, es un entramado detalle de cómo las coincidencias no lo son: un eventual encuentro entre un personaje y el hombre que lo sometió a torturas en el pasado y las acciones, los engranajes de la posible venganza. Como siempre, la literatura ha provisto material para la literatura y Pacheco no ha querido permanecer al margen sino que aporta con importantes eslabones para la tradición. Me refiero a que la crítica a la situación social contemporánea de México aparece entrelazada con una especie de anuncio en el sentido de que la humanidad entera se halla de pie al borde de un abismo, con la duda de si avanzar, retroceder o quedarse allí, en la expectativa no reflexiva de su nicho, de su lugar en el mundo. Es llamativo que Pacheco reflexione sobre los cuentos que escribió durante décadas y publicó nuevamente a una edad otoñal. Algo que reclamaba como verdad es el hecho de que no es posible, a pesar de que todo cambie, que haya transformaciones en la visión de mundo de cada quien y, además, la sintaxis. Me llama mucho la atención de que para nuestro autor la sintaxis, esto es, el orden con que concebimos a los seres humanos (incluidas sus creaciones) y las cosas, no sea susceptible de erosión alguna en el imaginario de los habitantes del planeta.    

A mí en particular me llegan de manera irrebatible ciertas microficciones y algunos cuentos de talante fantástico. Hay en estos últimos plagas presentes en el mundo de hoy que alteran los espacios, trascienden su lugar y avanzan tétricamente hasta donde no los imaginamos antes. Por ejemplo, un universo donde las ratas subvierten su condición y pasan a ocupar, en este nuevo orden, la posición de los seres humanos está en ‘El polvo azul’.

En aquel relato con implicaciones mediáticas, ‘Paraque eternamente estés conmigo’, sostiene el discurso del stalker. “Jodie: el amor es lo más terrible del mundo”, le lanza el personaje narrador (un acosador) al personaje que se ha convertido en objeto de su deseo, la actriz estadounidense(J. Foster). “Si no puedo dar amor, daré muerte”, afirma alguien para quien una llave y un arma son la misma cosa.

Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981) son sus obras de largo aliento en el campo de la narrativa. En la primera se nota una especie de entrelazados relatos en los que se percibe la óptica distinta de cuatro aristas sobre el holocausto judío. Pero es en la segunda en la que asistimos a la tesitura densa de su pluma. Aunque en un continente mucho menos extenso (no llega a 70 páginas), la voz narrativa de Las batallas en el desierto nos recuerda contundentemente al Gustave Flaubert de La educación sentimental. Pero aquí no tenemos a un joven Frédéric Moreau enamorado de Madame Arnoux durante el II Imperio en Francia; tenemos los albores del sexo en un niño, Carlos, y cómo su inocencia se pulveriza al desplegarse su deseo por una mujer, Mariana, nada menos que la madre de su amigo, Jim. La novela se ambienta en 1948, y la microsociedad que es el núcleo familiar de Carlos no está preparada para enfrentar semejante incidente. Además, dicho microcosmos es, para el narrador, proyección del eje conservador de aquel México que bordeaba la mitad del siglo XX.

Aproximaciones del traductor

Aunque ya nos tenía habituados a que en sus entregas líricas incluyera una sección de “aproximaciones”, o sea traducciones de poemas específicos de poetas como Salvatore Quasimodo, Arthur Rimbaud, Gérard de Nerval, John Donne, Charles Baudelaire, Horacio, etc., las versiones al castellano de obras enteras que se escribieron originalmente en inglés y francés son otro de los productos literarios que ofreció José Emilio Pacheco. Del inglés son los poemarios Cuatro cuartetos (Four Quartets), de Thomas Stearns Eliot; De profundis, de Oscar Wilde; así como la pieza de teatro Un tranvía llamado deseo (A Streetcarnamed Desire), de Tennessee Willliams. Del francés, en cambio, el cuentario Vidas imaginarias (Vies imaginaires), de Marcel Schwob. También está la novela Como es (Howitis, o Comment c´est), de Samuel Beckett.

Un poco después

No se quedó allí. Con Octavio Paz, Alí Chumacero y Homero Aridjis compiló la antología Poesía en movimiento. Pacheco fue nombrado Doctor Honoris Causa en la Universidad Autónoma de Sinaloa, la Universidad Autónoma de Nueva León, la Universidad Autónoma de Campeche y la UNAM. Le fueron entregados numerosos premios, entre los que destacan el Xavier Villaurrutia (1973), el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (2001), el Premio Internacional Octavio Paz de poesía y ensayo (2003), el Premio Internacional Alfonso Reyes (2004), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2004) y el Premio Reina Sofía, el mismo año que el Cervantes (2009).

→ El poeta, quien fue varias veces asimilado como un hombre del Renacimiento por los distintos frentes y géneros que abarcó, falleció el 26 de enero, a los 74 años. “Me duele que las obras eternas no lo sean tanto porque el idioma cambia todos los días y con él se alteran los sentidos de las palabras”, dijo también en la ceremonia de entrega del Cervantes.Estuvo cerca del cine, también: escribió, en 1972 y junto a Arturo Ripstein, el guion de El castillo de la pureza. La cinta Mariana, Mariana es una adaptación cinematográfica de Las batallas en el desierto. La adaptó Vicente Leñero y la dirigió Alberto Isaac; fue estrenada en 1987. Aparte está la versión al teatro de las compañías Arte Lugio Sobreviviente y Teatro de Aire, en 2012. Y para los amantes del rock, Café Tacuba lanzó en 1992 su disco Las batallas, en el que aparece la canción del mismo nombre. Son algunos de los abiertos homenajes a la novela de José Emilio Pacheco.

La labor de la memoria

La Caja de las Letras del Instituto Cervantes es una serie de bóvedas en que autores importantes son invitados a depositar objetos personales que se expondrán al público en la fecha en que ellos decidan. José Emilio Pacheco dijo que dejaba aquellos objetos porque dudaba que alguien recordaría su obra en el futuro, así que colocó su aporte en 2010 y solicitó que en un siglo (2110) se dejara ver el contenido de su bóveda.

El poeta, quien fue varias veces asimilado como un hombre del Renacimiento por los distintos frentes y géneros que abarcó, falleció el 26 de enero, a los 74 años. “Me duele que las obras eternas no lo sean tanto porque el idioma cambia todos los días y con él se alteran los sentidos de las palabras”, dijo también en la ceremonia de entrega del Cervantes. Lo sabía muy bien, pues ralentizando o acelerando los ritmos y modificando lo semántico, las palabras dirán mañana lo que no dicen hoy.

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