Personaje
Álex Ayala Ugarte: Un viaje, un hogar y la cotidianidad de la muerte
Álex Ayala Ugarte (España, 1979) es una pluma destacada del periodismo narrativo iberoamericano. Ayala está conectado en su computadora, un domingo por la noche en La Paz. Convenimos esta entrevista por chat, no solo por la distancia entre Ecuador y Bolivia, sino porque prefiere evitar las llamadas y las videoconferencias: aunque ha logrado desempeñar el oficio del periodismo de forma destacada, sufre un problema del habla que lo mantiene en una pelea irreconciliable con el teléfono.
Su trabajo ha sido reconocido por pesos pesados del oficio periodístico, entre ellos el colombiano Alberto Salcedo Ramos y el estadounidense Jon Lee Anderson. Sobre su libro Los mercaderes del Che: grandes hazañas de personajes minúsculos, este último escribió: “Álex Ayala es uno de los cronistas más originales y agudos que hay hoy en América Latina. Ha escogido Bolivia como base de operaciones y allí se ha convertido en un detective ameno y audaz de la condición humana…”.
Ayala es también autor del libro La vida de las cosas (2015), en el que reflexiona acerca de la obsesión del ser humano con dotar de significados a los objetos. Además, este investigador español ha publicado varias piezas periodísticas en medios como Etiqueta Negra, Paula, Internazionale, Anfibia, FronteraD, Emeequis, entre otras revistas. En 2001, llegó a Bolivia con una beca.
Después de varios años, pasó a ser director de la edición dominical del diario La Razón, editor del semanario Pulso y fundador de la desparecida Pie Izquierdo, la primera revista boliviana de periodismo narrativo. A inicios de 2015, ganó la beca para periodistas de viajes Michael Jacobs, que ofrece la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Su propuesta: un libro de crónicas sobre la cotidianidad de la muerte en distintas latitudes del país desde donde ahora teclea algunas respuestas.
¿Qué fue lo que encontraste en Bolivia que te motivó a quedarte?
Llegué con una beca que me dieron el último año de universidad, luego de ganar un concurso de periodismo de investigación. Llegué a un país lleno de historias irrepetibles, de esas que te cuentan y a veces no te las crees. Tuve la oportunidad de viajar. Llegué al periódico La Razón, donde me dieron responsabilidades que nunca me habrían dado en España siendo tan joven (a los 22 años). Cada reportería era una aventura. ¿Quién no se hubiera quedado?
Y antes de la beca, ¿por qué decidiste dedicarte al periodismo?
Siempre me gustó escribir. En el colegio ya había creado una revista llamada Rincón natural y científico, que tenía artículos copiados de enciclopedias u otros lados. Esa revista la prestábamos a gente de nuestro curso o de otros. Y bueno, yo creo que todo viene de aquella época.
También comencé a leer muy pronto. Mi padre leía, mi hermano lee. Y aunque ambos vienen más del mundo de las ciencias, esas cosas influyen bastante.
En una entrevista dijiste que por la forma en que trabajas actualmente (despacio, ahondando en los detalles) sería complicado para ti volver a un medio como periodista de planta. ¿Cómo diste ese paso a un periodismo más profundo?
Uno no da ese paso de repente. Es poco a poco. La forma de contar de los periódicos es muy notarial. En mi caso fui conociendo revistas como El Malpensante, Gatopardo, Etiqueta Negra y otras, y descubriendo que se podía contar las cosas de otra manera, que como periodistas no era suficiente narrar los hechos. Además tenemos que seducir y conmover al lector. Intentar que cada línea que le ofrezcamos sea memorable. Intentarlo, porque la mayor parte de las veces fracasamos y esto consiste, a mi modo de ver, en fracasar cada vez menos.
Antes de iniciar esta conversación, precisaste que no te consideras cronista, sino periodista. ¿A qué se debe eso?
Muchos periodistas lo dicen, entre ellos Leila Guerriero: la palabra cronista se ha puesto de moda. Es como que todo el mundo hoy es cronista. O quiere serlo. O piensa que por serlo está por encima del resto de periodistas, y no es así. Por eso, al igual que Leila y otros colegas, yo también prefiero que me digan periodista. Tampoco me enfado cuando me dicen cronista, pero prefiero que me cataloguen como periodista, porque al final es lo que somos todos los que estamos en esto.
¿Crees que aquella ‘moda’ perjudica de algún modo al periodismo? ¿O quizás hay un aporte, mayor producción de contenidos y lectores?
La crónica sigue siendo minoritaria. Donde ha ganado espacios, al menos en lo que se refiere al mundo hispanohablante, ha sido en las editoriales más que en los diarios. Se publican más libros de no ficción, lo que es una buena noticia, pero no tengo la sensación de encontrarme con más crónicas en los medios tradicionales.
(Esta ‘moda’) aporta, claro que aporta, pero no es mayoritaria en el espectro de los medios. Y no es mayoritaria, pero creo que es necesaria, porque contribuye profundidad, mirada, y muchas cosas que para mí son indispensables.
La lógica de consumo informativo hoy en día es otra: información despersonalizada, directa, rápida. En ese sentido, ¿la crónica resulta atemporal?
Las tendencias de hoy no sabemos si serán las tendencias del mañana. Por lo tanto, pienso que los que consideramos que la crónica no puede desaparecer tenemos que seguir insistiendo con ella. El tiempo nos dirá si estamos equivocados. Pero el hecho de que revistas como Etiqueta Negra subsistan y tengan adeptos, creo que quiere decir algo.
Cuando contacté contigo por primera vez, comentaste que eres tartamudo. ¿Ha influenciado de alguna forma esa condición en tu trabajo?
Bueno, más han sido dificultades: me cuelgan el teléfono, alguna vez no falta el que te hace bromas tontas sin conocerte, el que te falta el respeto o el que no entiende lo que te pasa por más que le expliques. Pero yo siempre he intentado darle la vuelta a la tortilla. El no hacer nada por teléfono me obliga a ver a todo el mundo en vivo y en directo, por ejemplo, y con eso a veces gano.
La gente me ve más vulnerable y se abre más fácilmente. Y siempre he intentado no tener miedo a cumplir con mi trabajo. Nunca he dejado de hablar por miedo, estuviera en un día mejor o peor, siempre he tirado hacia adelante. Gracias a Dios, la mayor parte de los días son buenos y no se nota tanto salvo por teléfono, un aparato con el que sigo peleándome.
En reseñas autobiográficas resaltas el aporte de tus maestros. ¿Quiénes han sido y qué has aprendido de ellos?
Presenciales, Francisco Goldman, Alma Guillermoprieto, Jon Lee Anderson, Alberto Salcedo Ramos, Julio Villanueva Chang, entre otros. Pero también considero maestros a autores a los que sigo: Ander Izagirre, Gay Talese, Susan Orlean, Daniel Titinger, Juan Pablo Meneses y un larguísimo etcétera. También Martín Caparrós y Leila Guerriero, por supuesto. En los talleres presenciales aprendes gracias a su experiencia y, sobre todo, si sabes leer entre líneas, entre anécdota y anécdota. Te puedo decir que todos ellos o la inmensa mayoría son muy humildes. Una cualidad que deberíamos tener todos los que nos dedicamos a esto.
¿La humildad ayuda a acercarnos a otras realidades?
La humildad ayuda en todos los aspectos de la vida. Quien no es humilde se suele meter en más problemas. Con todo, un arrogante también puede ser buen periodista. En la viña del Señor hay de todo.
¿Qué elementos consideras en una historia antes de trabajar en ella?
Intento que las historias que cuento tengan algún ingrediente universal, que hablen de cosas que se puedan entender en cualquier país. Y siempre he pensado que los verdaderos protagonistas son las personas anónimas. Por eso intento poner el foco en ellas. Por otro lado, trato de escribir historias que se alejen de lo que vemos en la prensa habitualmente. A veces tardan en aparecer. Hay que tener paciencia.
El jurado de la beca Michael Jacobs, que ganaste en 2015, resaltó que en tu propuesta no utilizas el viaje como centro de una historia, sino como punto de partida. ¿Cómo se aplica eso en Rigor Mortis, el libro en el que trabajas actualmente?
Para mí lo importante era reflexionar sobre la muerte en planos más cotidianos y menos solemnes a los que estamos acostumbrados. Para eso presenté un proyecto que contempla historias por toda Bolivia, pero el centro es el tema general, la muerte, no el viaje en sí mismo. Es más, la reportería no consiste en un viaje continuo. Mis viajes a los lugares donde ocurren las historias o están mis personajes, los estoy haciendo poco a poco.
¿A qué lugares te ha llevado esa investigación, y qué has aprendido, en términos generales?
A pueblos fronterizos, ciudades, pueblos no tan fronterizos. En cuanto a lo de aprender en términos generales, ahora mismo no tengo una respuesta, creo que a eso responderán los textos. El libro tendrá veintitrés textos, y cada uno intentará responder a una pregunta concreta. Conclusiones salomónicas no he llegado a ninguna. Ni creo que sea el objetivo. El objetivo será contar la muerte desde la cotidianidad, a través de los pequeños detalles, de las historias mínimas. En el resumen del proyecto hay varias preguntas que intentaré responder, quizás alguna de ellas pueda servirte de ejemplo: ¿Qué ocurre cuando es un perro el que pierde al dueño y no el dueño el que pierde al perro? ¿Existe la adicción a los velorios? ¿Hay turismo en los cementerios? ¿Cómo afecta una ola de suicidios a una comunidad pequeña? ¿Cómo se convierte la víctima de un horrendo crimen en ‘santa’ de narcos y maleantes? ¿Cómo se anuncia un fallecimiento en los lugares donde no hay prensa? ¿Cómo funciona un grupo de duelo?...
Además de Rigor Mortis, ¿trabajas en otro proyecto actualmente?
Colaboro con varias revistas, algunas de crónica y otras no tanto. Pero por ahora estoy bastante centrado en el libro.
¿Sientes que Bolivia es tu lugar en el mundo?
Bueno, nadie puede decir dónde acabará. De momento, como familia, estamos a gusto y no hay por qué cambiar de lugar.