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A oscuras, a la búsqueda de la niñez perdida. Sobre Si te dicen que caí, de Juan Marsé
Conversar de los efectos de la guerra no solo implica dar cifras, hablar de muertos, de ciudades devastadas. Es hablar de los seres que sobrevivieron y que llevarán cicatrices en su interior las cuales, posiblemente, serán transmitidas a sus hijos. Así, hablar de la posguerra en España no es trabajo fácil, y sin embargo, uno de los mejores escritores de ese país, el barcelonés Juan Marsé, lo ha hecho, no en una, sino en varias novelas, aunque quizá sea esta su obra emblemática, dolorosa, que reproduce una horrible realidad con voces de ficción.
Un grupo de niños recorre el barrio del Guinardó buscando municiones, jugando peligrosamente entre escombros y chismorreos sobre un inválido de intenciones dudosas, a la busca de una prostituta apodada ‘La Roja’, que, lastimosamente, podría ser la madre de cualquiera, así de triste es la situación de algunos, que se han quedado huérfanos —sus padres han muerto o están exiliados, o quizá escondidos por ahí para que la Guardia Civil no los encuentre, la victoria de los vencedores es cruel—, otros que viven un poco como mercenarios en las calles, recogiendo mendrugos y esperando que en casa haya algo de comer, algo más que caras largas y temerosas, desgastadas por el trabajo diario y la tarea de reconstruir una ciudad luego de la guerra.
En esta novela, categorías como ‘bueno’ y ‘malo’ no significan nada, pues nadie escapa de caer, en algún momento, en la tentación de hacer algo que no habría hecho en circunstancias normales, pero hay que tomar en cuenta la necesidad, el temor, los rumores... Barcelona, luego de la guerra, se convirtió en una ciudad llena de paredes falsas, mirillas y mirones, calles polvosas donde las huellas deben ser borradas lo antes posible, y donde los cines, a los que se entra de incógnito, a veces para pasar el tiempo y el frío, la soledad, se convierten en sitios de encuentro entre espías, prostitutas, todos juntos, los niños también, cobijados por la oscuridad y las voces en la pantalla, por una historia que no sea la de ellos, una historia distinta de los que cayeron.Pero esos niños, en algún momento, cuando el país se cree recuperado —aún persisten miedos y rencores, gente que huye o se esconde detrás de las paredes— crecen y deciden echar tierra, de una u otra forma, a toda esa época de posguerra, a la pobreza, a las carencias y a las obsesiones. Y sin embargo, no se puede olvidar por completo, pues siempre alguien recupera retazos de memoria, a partir de un accidente, de cuerpos sobre una mesa de laboratorio, de los propios momentos guardados, las sensaciones aún están presentes.
Esta es, según muchos, la mejor novela de Marsé, porque en ella confluye toda su maestría literaria.