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La columna de Ángello
La Feria de Durán Q. E. P. D.
La Feria de Durán ha muerto. Sus honras fúnebres no han sido muy concurridas, pero a todo muerto se lo recuerda para bien. Se hablan cosas lindas, se rememoran anécdotas, se echa una lagrimita. Así es la cosa.
Que en su momento fue la ‘pelucoferia’, es verdad, hay que decirlo. La Feria de Durán, a finales de los 80 e inicios de los 90, era también la vitrina de las chicas guapas que nos mostraban algo desconocido para la mayoría: las modelos de los stands, una especie de desfile (aunque los que desfilábamos éramos nosotros; ellas estaban allí, intocables, al ingreso de cada recinto comercial), plácidas las chicas, altísimas. La mayoría de ellas pasaba por un riguroso casting, porque hasta mediados de los 90 ser “de las modelos de la Feria de Durán“ era como estar en la versión criolla del Victoria Secret fashion show. Eso cambió de a poco. Ya en los últimos años no hubo casting alguno y las top models criollas dejaron de participar de la feria en mención.
Ir (hasta hace unos 6 años) a la Feria de Durán, en especial en los días y horas pico, podía haberse considerado un deporte de extremo riesgo. Tenga o no automóvil propio, el sufrimiento era igual. Se viajaba por el puente Rafael Mendoza Avilés (inaugurado en 1970), generalmente iluminado solo hasta la mitad del tramo de lado y lado. Tomaba hasta 3 horas llegar de Guayaquil hasta la famosa feria. Bajando el puente maltrecho, se llegaba a Durán, pero el sufrimiento no acababa allí. Treinta minutos después, siendo parte de una demoniaca caravana de carros, se ingresaba a una polvorienta callejuela que era la que llevaba a los parqueos de la feria. A mí me asaltaron una vez en esos oscuros estacionamientos de tierra pura, en donde, si se salía con vida, se podía degustar los llapingachos más deliciosos del planeta. Había que comer rápido y dejar casi limpios los platos de plástico porque el periplo a la feria aún no culminaba. Una larga caminata llevaba hasta la entrada principal de ese enorme recinto. Una tediosa fila que, en los días de fiesta, fácil podía alargarse hasta 200 metros. Al fin llegábamos a nuestro destino.
Dicen, quienes lo recuerdan mejor, que en las décadas del 80 y 90 ciertas casas comerciales se esmeraban en bajar los precios de los productos y artefactos. Eso no se dio ya en años recientes. Lo que sí recuerdo con exactitud es la carpa cervecera, mi rincón favorito, aunque los baños quedaban lejos. Entonces muchos no se aguantaban y cercana de la medianoche se podía ver a gente con cero retención orgánica.
Otro sector que place recordar es el pabellón aquel de las modelos colombianas que lucían lencería. Se vendía poco, pese a que la asistencia de caballeros era alta.
El escenario del teatro de la Feria de Durán albergó a artistas como Miami Sound Machine, de Gloria y Emilio Estefan, a finales de los 80, Cristian Castro, Alejandro Jaén, Olga Tañón, Ricardo Montaner, mientras que en la carpa cervecera estaban Alci Acosta y Lucho Barrios.
El teatro de la feria siempre me pareció antiestético, poco funcional. Los camerinos eran nada seguros y no muy bonitos. Hace 2 años sé que los remodelaron, pero ya no los pude ver.
Y se muere la feria y se quedan los recuerdos. No va más, se baja el telón.
En su lugar y espacio, aprovechando las inmensas dimensiones de lo que fue la feria, pronto tendremos escuelas y colegios del milenio, donde miles de jóvenes se prepararán para un futuro con menos circo y feria, pero con más conocimientos, tecnología y ciencia.