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El Telégrafo
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Vigilantes y muy sigilosos policías patrullan las calles

Vigilantes y muy sigilosos policías patrullan las calles
28 de mayo de 2011 - 00:00

El barullo en la vía perimetral, al norte de Guayaquil, está peor que nunca. Tráileres, buses de cooperativas urbanas, vehículos particulares, transeúntes y vendedores autónomos tornan el panorama en un verdadero caos. Sin embargo, a dos kilómetros del peor punto de conflictividad vehicular, el escenario se presenta distinto.

La base general del Grupo de Operaciones Especiales (GOE) tiene un ambiente lúgubre, apagado, oscuro, a tal punto que muchos creen que no hay nadie en sus instalaciones. Apenas dos agentes reciben a los visitantes en la puerta principal para cumplir con el protocolo de identificación de rigor, y más allá, adentro de la base, todo es silencio y soledad.

Pero todo cambia en pocos minutos. A las 20:30 –en punto- esos dos mismos agentes se apresuran a abrir la puerta de rejas para que dos camiones, tres patrulleros y un vehículo Pathfinder salgan a toda velocidad, pero sin crear ningún tipo de alboroto. Inclusive ni las sirenas de las patrullas emiten sonido alguno.

El operativo ha iniciado y solo los 10 elementos del GOE que lideran al grupo –en el que también se incluyen 30 miembros de la Policía Nacional- conocen el recorrido y los sectores que se visitará esa noche. El denso tráfico vehicular en la Perimetral detiene el raudo ritmo que traía la caravana. No obstante, una serie de maniobras temerarias de los oficiales al volante posibilitan que en menos de cinco minutos los gendarmes estén en la avenida Casuarina, arteria principal que conduce a las profundidades de Bastión Popular, Balerio Estacio y Monte Sinaí.
Mientras los vehículos avanzan, la turbación aumenta entre las personas que se apostan en los lados de la avenida.

Puñados de hombres que se concentran en las esquinas se dispersan y las mujeres proceden a llamar a los niños para que se pongan a buen recaudo en sus hogares.

De manera sorpresiva –como resultaron ser todas las decisiones de esa noche- los carros viran a la izquierda para internarse por los recovecos de Flor de Bastión, bloque I. Calles enlodadas, no baches sino verdaderos cráteres tornan difícil la circulación. Pero a pesar del esfuerzo de los motores, el silencio sigue predominando en la escena, a tal punto de que pocos son los ciudadanos que salen de sus hogares para ver el paso de los agentes.

“Quiero mi llamada”

Un bus de la cooperativa 49, totalmente copado, se aproxima al punto de revisión. Luego del desvío, elementos del GOE, encabezados por Gavilánez, suben a la unidad para pedir a los varones que desciendan para el cacheo y para revisar debajo de los asientos. Uno de los primeros en bajar es un joven de unos 25 años, su aspecto desorientado y nervioso alerta a dos policías que proceden a separarlo del grupo de pasajeros y llevarlo hasta una pared cercana.

Luego de la inspección de sus prendas de vestir –lo que fue dificultado por el joven- no se encontraron evidencias incriminatorias. Pero la voz ronca de Gavilánez se hace sentir desde las profundidades del autobús. “Deténganlo, llevaba un arma blanca”, grita el oficial mostrando un cuchillo.

Un policía se acerca al joven para recitarle sus derechos, a lo que el arrestado responde: “Quiero mi llamada, quiero llamar a mi papá para solucionar este asunto”. Sin embargo, ya es tarde, la orden ha sido que sea trasladado a la “carcelera” (camión  donde van los presos).

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