Olga niega que planeó crimen de hermana y madre
Olga E. C., acusada de los asesinatos de su madre y hermana, se sentó a la izquierda de su abogado Alcides Mendoza y frente al Tribunal de Garantías Penales, presidido por el juez Abraham Cheing.
La mujer, de 34 años, precisó que es nacida en Guayaquil, que es soltera e ingeniera en Marketing, además que habla tres idiomas aparte del español: francés, inglés y mandarín.
“Sí, deseo dar mi testimonio”, precisó ante la consulta de Cheing, quien le expuso sus derechos de dar su testimonio de forma libre y voluntaria o acogerse al silencio.
El juicio en contra de Olga E. C., por el delito de asesinato se realizó en la sala 4 de la Unidad Judicial del cantón Durán. Eran las 11:31 del jueves cuando Olga empezó su relato de lo ocurrido el 26 de septiembre de 2018 en la urbanización Las Riberas, en Samborondón.
Esta vez, la imputada vestía una camiseta negra y un pantalón verde. “Cuando ocurrieron los hechos yo dormía. Era de madrugada, estaba acostada en mi cama cuando entraron cuatro tipos, al menos eso fue lo que vi”.
Olga narró que la puerta de su cuarto la aseguró con un escritorio y una balanza porque la chapa estaba dañada y el viento la bamboleaba y golpeaba durante la noche. “Me agarraron dos muchachos, me insultaron, me hablaron y me pusieron debajo del marco de la puerta. Ninguno estaba con máscaras ni capuchas. Empecé a gritar “¡auxilio!”, “¡ayúdenme!”. Me apuntaron con una pistola y un cuchillo”.
Según el relato, la progenitora se despertó para preguntar qué pasaba, abrió la puerta de su dormitorio y ahí la amenazaron.
Luego golpearon la puerta de su hermana menor y ante la insistencia ella salió.
A las 03:00 le pusieron cinta de embalaje en la boca y en los pies y le amarraron las manos con un cable de teléfono. “A mi mamá y a Stefany le hicieron lo mismo”.
Posteriormente, la llevaron a un cuarto y aseguró que ahí le pegaron con una pistola en la cabeza y le echaron un líquido en la cara que le ardía. “Y no recuerdo más hasta que me levanté. Empecé a gritar y en lo poco que pude dije ¡Auxilio!”.
Olga recordó que un vecino la escuchó y llamó al supervisor de guardias. Este entró y le ayudó a quitarse las amarras.
“La primera persona que vi fue a Stefy. Entré en pánico, dolor y horror. El guardia llamó al ECU-911 llegaron paramédicos y me auxiliaron”.
A las 11:42, Olga E.C. terminó su narración y antes de que el fiscal Manuel Alvear, encargado de la investigación, le hiciera preguntas, ella manifestó su pavor y pidió que no se pusiera junto a ella.
Durante los días de audiencia estuvo sentada a menos de tres metros de él en línea horizontal.
La acusada enfatizó que una versión que rindió poco después del crimen fue encaminada por él. En esa declaración ella aseguró que se reunió con su pareja, William R.C. (prófugo) y que él tenía un plan para desaparecer a su mamá.
El documento estaba firmado por Olga y ella reconoció que sí era su rúbrica, pero insistió en que no había dicho eso. “Teníamos un hogar cálido. Perdono a mi hermana (acusadora particular) porque las dos estamos sufriendo”.
Antes del testimonio de Olga, su abogado Alcides Mendoza presentó a dos mujeres como testigos, eran madre e hija y básicamente contaron que Olga les daba clases a dos chicos de la familia a quienes les enseñaba a domicilio Matemáticas, Física e Idiomas.
Una de ellas al finalizar su testimonio y aprovechando uno de los tantos cortos recesos que hubo durante la diligencia, la agarró de las manos, la animó a seguir adelante y la abrazó. Olga le ofreció una de las galletas que estaba comiendo.
Hasta el cierre de esta edición, la diligencia judicial continuaba desarrollándose en el complejo de Durán, porque el objetivo era concluir y dictar sentencia. (I)