Las mujeres estudian en la cárcel en busca de una nueva oportunidad
Elsy tiene 60 años y no sabe leer ni escribir, solo puede delinear su firma. La mujer, quien está privada de la libertad, nunca estuvo en una escuela y ahora decidió involucrarse en el programa “Todos ABC”, en el Centro de Rehabilitación Social (CRS) de Mujeres de Guayaquil.
Es el primer día de clases en la cárcel, 194 mujeres fueron distribuidas en aulas: algunas de cuatro paredes de cemento y otras delimitadas con madera y hasta cortinas.
Elsy solo tiene una hoja y un bolígrafo que le prestó otra interna. Espera que su familia luego le envíe los útiles escolares.
A las 09:00, la mujer vestida con ropa holgada ingresó evidentemente nerviosa al edificio del área educativa, laboral y cultural del recinto penitenciario.
Para llegar hasta ahí hay que salir del área de pabellones y atravesar unas rejas que -para el resto de reclusas que no estudia- están cerradas.
La mayoría de estudiantes vistió camisetas blancas. En la fila, una detrás de la otra, se hacían bromas como si fueran niñas que entran al primer grado.
Acceso a la educación
En Ecuador, hasta el mes de septiembre de 2019, 5.521 personas privadas de la libertad cursaban escuela y colegio en los Centros de Rehabilitación Social (CRS).
Elsy cuenta que de pequeña vivió en un recinto de Balzar, un cantón de la provincia de Guayas, donde creció cuidando animales y cosechando productos. Ni siquiera sabía que era necesario estudiar.
Antes de ser aprehendida, quiso prepararse y por lo menos ser bachiller. “Pero llegué a una escuela y se rieron de mí por no saber lo que ya sabían y decidí no regresar”.
Esta vez se sentó en la primera fila y no sintió vergüenza, pues otras compañeras están en su misma situación. Elsy está presa hace tres semanas por tráfico de drogas. Cuenta que su hijo fue detenido por el mismo delito cuatro meses antes, pues vendía las sustancias en su casa.
Patricia Rodríguez, líder educativa del CRS, informó que una semana antes de empezar clases se difundió la opción de estudiar. Las internas fueron invitadas y luego se las evaluó para ubicarlas según sus conocimientos.
Para este período 2019 se abrieron plazas en Alfabetización (para quienes no saben leer ni escribir) y otras dos equivalentes a cuarto y quinto grados.
Para aprobar deben cumplir con deberes y pruebas como en la educación regular, la diferencia es que cada módulo dura seis meses.
La funcionaria precisó que las personas que se involucran en los procesos de rehabilitación no solo adquieren conocimientos, sino que también acumulan requisitos para conseguir beneficios penitenciarios.
Asegura que los primeros días es difícil mantener a las internas en las aulas, pero luego asistir a clases se convierte en un hábito y solas cumplen sus horarios.
“A veces dejan los estudios cuando escuchan sus sentencias y caen en depresión. Algunas son condenadas a 25 o 30 años y no quieren ni salir de sus celdas, pero conversamos y las animamos a que lo mejor será aprovechar el tiempo y mantener la mente ocupada”.
En otra aula está Amber, una sudafricana detenida hace cinco meses con droga en el aeropuerto de Guayaquil. Ella habla tres idiomas: inglés, africano y suajili.
La delgada joven, de 28 años, ojos azules, 1,70 m de estatura y cabello castaño recogido con dos trenzas perfectamente peinadas decidió estudiar para aprender el español.
En el poco tiempo que ha estado en Ecuador ha aprendido ciertas oraciones y frases por la necesidad de comunicarse y puede mantener una conversación, pero hablando de forma pausada.
Ella llegó al salón de clases con un bolso de colores verde, amarillo y rojo en el que llevaba su infaltable diccionario de inglés/español.
No tenía un cuaderno así que una compañera arrancó una hoja y se la regaló. El agradecimiento fue una sonrisa.
En sus primeros minutos dentro del aula tuvo que transcribir las palabras dictadas por la profesora Ana Castillo, quien viste una camiseta color vino con el sello del Ministerio de Educación.
“Yo soy delgada, pero firme. Las chicas están animadas, pero como en toda escuela hay quienes no toman el estudio en serio”, dijo la maestra.
Amber escuchaba cada palabra que la profesora Ana dictaba en voz alta. Parecía que la dibujaba en la mente y luego la plasmaba en el papel con un bolígrafo de tinta azul. Después la comparaba con la que escribía otra interna en el pizarrón.
Las confusiones comunes que tuvo radicaban en el uso de las letras C y S, B y V y algunas tildes.
La extranjera luchaba por entender las reglas en el salón donde había unas 30 alumnas. Algunas muy inquietas, otras concentradas en cada palabra y otras intentando copiar.
Sara, una mujer afro, escribió las 10 primeras palabras en su papel y eufórica manifestó que no tenía ningún error.
La profesora se acercó a su pupitre, le revisó las palabras y le puso un gran 10. Eso fue motivo de celebración, pero también de nerviosismo, pues le tocó salir al frente a escribir otras palabras.
Esta vez solo se equivocó en una. Se olvidó de ponerle tilde a máquina.
En el mismo edificio donde van a la escuela Elsy, Amber, Sara y otras 191 internas, también cursan la secundaria otras 210 privadas de la libertad. (I)