Los Orbe terminan 5.475 días sin saber de Verónica
Aquel día de un mes lluvioso transcurría con regularidad en la capital. Las primeras horas de la mañana se abrigaban con algo de luz, mientras que en la tarde una tenue llovizna cubría la ciudad. Hernán Orbe, de 46 años, vivía en el calor de su familia compuesta por su esposa Yolanda y sus cinco hijos.
Verónica, la primera de ellos, estudiaba la carrera de Economía. Como era costumbre, aquel jueves 25 de abril de 1996 almorzó con su familia. A la una de la tarde sus padres la despidieron. Desde esa hora nunca más la volvieron a ver. La última bendición, el último abrazo, una última caricia y el recuerdo de su sonrisa mientras se alejaba, es lo que aún conservan.
Su padre recuerda claramente el día en que Verónica nació, sus primeros años, las travesuras, las primeras palabras, cuando de niña la cargaba para jugar, sus inquietudes, su suave tratar, cada detalle de su vida y su carácter durante los 22 años en que la vio crecer.
Con la voz entrecortada menciona que ella le enseñó a “ser padre”. Ambos, afines a la música, solían tocar la canción “Historia de amor”, en el piano colocado a un lado de la sala, que ha permanecido cerrado desde hace 15 años, salvo por las contadas excepciones en que Hernán toca un poco para recordar a su hija a través de las melodías.
Al amanecer del 26 de abril, a la una de la mañana, los padres de Verónica se pusieron en alerta. Ella no regresaba. Su papá llamó inmediatamente a su novio Stalyn Padilla, de 26 años, quien no supo dar razón alguna de Verónica; pero la insistencia de una segunda llamada hizo que Stalyn contará parte de lo sucedido.
Ese 25 de abril, a las 19:30, Verónica salió de la universidad en compañía de Padilla. Se dirigieron hasta la ciudadela El Madrigal, al sur de Quito, en el sector de Monjas. En el trayecto se encontraron con un tío de Verónica, que sorprendido preguntó a dónde iban. Las palabras de ella fueron “solo vamos a que Stalyn tome una pastilla para el acné y me va a dejar en la casa”.
Según el testimonio de Padilla, cuando llegaron a su casa se demoró unos minutos en entrar y salir nuevamente. Cuando él salió, Verónica ya no estaba.
Las investigaciones policiales no encontraban respuesta alguna. Familiares y amigos de Verónica emprendieron una búsqueda. La ciudad se empapeló con 30.000 afiches con su foto. Grupos de personas buscaron en quebradas y sitios alejados. Era como si la tierra se la hubiera tragado. En ese entonces la noticia fue motivo de grandes notas y reportajes periodísticos. Las hipótesis iban desde un secuestro hasta una venganza personal. Su padre era entrevistado por casi todos los medios de prensa y su rostro dibujaba la angustia que nadie quisiera vivir.
Hasta hoy no saben cómo han podido vivir sin ella. Cada día de sus vidas se opacó con su partida. Aquella incertidumbre de no saber en dónde está y qué le pasó volcaron la tranquilidad de una familia en una angustia permanente, cada minuto del día se volvió el trago amargo. Las semanas y los años pasaron. Cada miembro de la familia Orbe Aguirre tuvo que reconstruir sus vidas por la ausencia de uno de sus seres más queridos.
Hernán Orbe cuenta cómo hasta su casa llegaron dos parasicólogos: un estadounidense y una cubana. Con la voz entrecortada prefiere no hablar sobre aquella experiencia.
Tras 15 años, el pasado uno de mayo, en el sector Patrimonio Familiar, a 6 kilómetros del lugar de donde desapareció Verónica, una mujer que escarbaba la tierra para enterrar a uno de sus animales muertos encontró restos humanos.
Aquel día Hernán encendió la televisión y escuchó la noticia del hallazgo. Mientras se frota las manos y mira al cielo, cuenta como sintió la necesidad de ir a verificar con sus propios ojos si se trataba de su hija.
Cuando llegó a la morgue, la pregunta que Hernán se hacía todos los días (“¿Dónde estás hija mía?”) tenía respuesta. Una radiografía de un clavo colocado en su pierna derecha por un accidente, y una comparación dental le dijeron que su búsqueda terminaba ahí. El forense determinó que Verónica murió por una grave fractura en la parte posterior del cráneo.
En los laboratorios de ADN de la Fiscalía General, la microbióloga Verónica Villegas se encargó de determinar finalmente que entre los restos encontrados y muestras de sangre de los padres existía un 99,99% de compatibilidad.
La ropa encontrada con los restos no era la que Verónica llevaba el día de su desaparición, pantalón y zapatos cafés y un buzo blanco. Aparentemente su asesino la cambió para despistar a la Policía.
Por 15 años la familia Orbe se ha preguntado ¿dónde pueden vivir sin recordarla o dónde pueden recordarla sin que les duela? Las lágrimas de Hernán se contienen en sus ojos, pero cuenta cómo sueña con que todo sea una pesadilla y un día tan solo pueda despertar. No ha encontrado paz, solo algo de alivio.
En los años que duró la investigación, el principal sospechoso fue su novio Stalyn Padilla, quien durante las investigaciones espiaba a los Orbe por las ventanas de la casa. La madre de Padilla declaró que no escuchó ni vio cuando su hijo entró a la casa a tomar la pastilla, pero escuchó el grito de una mujer. Semanas después en un allanamiento realizado a una propiedad de los Padilla, en el sector de Amaguaña, se encontró enterrado bajo un árbol de higo una sábana con manchas de sangre y semen, además de ropa interior femenina. Según el informe policial la tierra fue removida.
Padilla estuvo preso durante un año en la cárcel No. 2 de Quito. Sin embargo, el representante de Derechos Humanos en ese entonces, Alexis Ponce, envió una carta a los órganos judiciales pidiendo que se investigue, pues era posible que un inocente esté pagando una culpa que no cometió.
La familia Orbe nunca ha tenido tranquilidad completa. La ausencia de Verónica jamás se suplirá. Quince años después de su desaparición, sus padres decidieron reorganizar lo que durante años fue su refugio: el cuarto de su hija. Muchas cosas conservan de ella, fotos, libros, objetos personales. “Lo que siento tras la pérdida de mi hija es como llevar atado al pie una bola de esclavos, pero llena de penas”, dice Hernán mientras frota sus ojos.
Después de la desaparición, por vecinos, amigos y una empleada doméstica Hernán se enteró del carácter violento de Padilla, y como él hace tiempo atrás había agredido físicamente a su hija.
Cada día al salir al trabajo Hernán debía guardar su pena y su angustia. “Aprendí a ser un estratega, como en un tablero de ajedrez”. Según la Dirección de Extranjería, Padilla abandonó el país en 2008 con destino a Los Ángeles, California.
El 25 de junio de 2011, antes del medio día, en compañía de familiares y amigos los restos de Verónica fueron enterrados, pero su historia sigue viva.