Lilibeth quiere dejar la 'h' y conseguir la medalla de oro

Los uniformes de competencia permanecen empolvados dentro de la cajonera del dormitorio. En un vetusto armador metálico, Lilibeth exhibe las ocho medallas de plata y bronce que ganó representando a la provincia de Guayas en atletismo, judo y lucha libre.

La última cinta rodeó su cuello en 2013, cuando tenía 15 años. El oro le fue esquivo y dejó de buscarlo cuando empezó a consumir la droga  ‘h’, una combinación de heroína con químicos.

Desde niña, cuando apenas tenía cuatro años y caminaba de la mano de su mamá a las coloridas aulas del jardín, gustó de los deportes de mayor fuerza. Pasó por natación, gimnasia olímpica, atletismo, ciclismo, judo y se quedó en lucha. “Estoy dispuesta a regresar, a volver a entrenar. Quiero recuperarme”.

Ahora, a un año de recorrer dos décadas de vida, luce débil y desanimada. Casi no habla y es de mirada esquiva. Por momentos su rostro refleja indiferencia, pero cuando comenta escuetamente de su situación los ojos se le llenan de lágrimas. “A veces obligan, le pegan a los estudiantes y los amenazan. Tengo compañeros que están peores que yo. Necesitamos familias unidas.

En muchas ocasiones, Lilibeth intentó recuperarse, pero porque los demás se lo pedían. Solo dejaba de consumir un par de días y recaía. Ahora lo hace por ella. Lucha contra el dolor del cuerpo, las náuseas y otros síntomas que produce la abstinencia al estupefaciente. Ayer cumplió una semana sin consumir.

Su cabello está perfectamente peinado hacia atrás donde termina en una cola de caballo. Viste una ropa oscura y ligera como su cuerpo en extrema delgadez que cae en una silla plástica, color blanco. “Era tres o cuatro veces más gruesa de lo que es ahora. De mi hija no queda nada, ahora es agresiva, resabiada, malcriada”, cuenta John, su padre.

Agrega que Lilibeth aprovechaba un descuido para abrir sigilosamente la puerta de su casa, bajar  50 escalones de un cerro en Mapasingue Este, en el norte de Guayaquil, y perderse entre los callejones. Solía pasar dos días y las noticias de ella no llegaban. En ocasiones estaba con su enamorado, quien también tiene problemas de consumo.

Su madre, su padre y sus tres hermanas mayores consideran ‘tirar la toalla’ y dejarla que viva su vida como ha decidido, pero se engañan si dicen no preocuparse. Anhelan revivir los buenos tiempos, cuando reunidos en familia la animaban desde las tribunas en Guayaquil, Puyo, Esmeraldas. Ansían verla entrenar disciplinadamente, tener metas.

“Se perdió un torneo internacional en Brasil por la droga”, expresa Lorena, su madre, quien no pierde la esperanza luego de escuchar de  su hija que quiere rehabilitarse e internarse para dejar la adicción.

Lilibeth recuerda que le ofrecieron, o más bien la presionaron, a probar el narcótico en una aula de clases. No quiso especificar quiénes la amenazaron con hacerle daño a su sobrina si rechazaba la sustancia. Acepta que tuvo miedo y por eso accedió. Desde ahí quedó atrapada y aunque su madre la cambió de colegio no dejó de consumir, solo estudió hasta quinto año. “Hasta nos fuimos de este sector. La tenía rehabilitada a mi modo, con un doctor particular. Un día parecía que estaba muerta, tenía los ojos completamente blancos y era como un esqueleto. Pero Dios le dio la oportunidad y volvió a despertar”.

Lorena confiesa que jamás pensó que su hija podría caer en las drogas y que por eso nunca le habló del perjuicio que podría causarle. “Era una chica totalmente normal”.

Personal de la Secretaria Técnica de Prevención Integral de Drogas visitó a Lilibeth para ayudarla en su recuperación. (I)