La cárcel de las hojas secas, el olor a orina y la gallina guarica
La excitación por ingresar a la vieja cárcel municipal es intensa. Las decenas de historias y versiones de que en el lugar ‘penan’ hacen que el ambiente se vuelva pesado, pero claro, es una mala pasada de la parte emocional.
Una vez adentro, es como si el colorido se perdiese. Sobresalen los tonos grises de las paredes y el marrón de las hojas marchitas que yacen en el piso, caídas de las decenas de árboles que hay en el interior del reclusorio. No hay escapatoria, la puerta principal ha sido cerrada. El primer lugar que llama la atención en el sitio es el “infiernillo”. Es un callejón fétido. El olor a heces fecales y orina no impide que merme la curiosidad por entrar.
La oscuridad del lugar se ve apenas cortada por el hueco que hay en el techo. Un par de murciélagos vuelan por el lugar, lo que da mayor tonalidad lúgubre a este sitio.
De las 20 celdas del “infiernillo”, más de la mitad están ocupadas con basura, piedras y hojas secas. Sus puertas, de rejas recubiertas por alambre de púas, están en el piso. Da la impresión de que son catacumbas, aquellas en donde los cristianos se escondían de los emperadores romanos, en el siglo I.
Después de que el morbo por el “infiernillo” termina, aparece la salida nuevamente. Hay dos árboles de gran tamaño a un costado del patio, los que dan algo de colorido, aunque sus hojas palidecen.
A continuación está el área de las celdas comunes, que contienen cinco cuartos grandes y contiguos. Es un solo corredor, ya que las puertas han desaparecido. Estas son las áreas en las que alguna vez encerraron a decenas de personas, las que tuvieron que dormir sobre su propia orina.
Una imagen en la pared del “Divino Niño”, con la leyenda “Yo Reinaré” y otra gráfica de Cristo con la frase “No estás solo” contrastan notablemente con los centenares de grafitos del sitio. Hay dibujos diabólicos. Frases como “Sapo con patas” o “Aquí estuvo el alacrán” se pueden ver. Un gráfico, algo confuso, fue realizado con heces fecales, pero estas marcas vandálicas fueron hechas luego de que la cárcel dejó de funcionar.
El segundo piso es llamativo, aunque el suelo muestra fragilidad. Hay que caminar con cuidado, ya que un paso en falso podría hacer que la losa se desmorone. Hay dos áreas en las que reposan árboles, los cuales han logrado “colarse” desde el cerro Santa Ana. Una gruesa capa de hojas marchitas cubre el piso. Puede observarse botellas de cerveza, una docena de envases de vodka y cajetillas de cigarrillo en las diversas celdas de la parte superior.
Pero no todo es muerte y penumbra en el lugar. Hay dos versículos bíblicos en las paredes
Entre el silencio, un sonido de movimiento de las hojas, como pisadas de alguien, torna tenebroso estar en un sitio tan lúgubre... por más que sea el mediodía. El ruido proviene de un cuarto oscuro. Es incesante. Se trata de una gallina guarica. Está descuidada, lo más seguro es que haya caído de una de las casas contiguas a la cárcel.
Pero no es el único ser con vida dentro del sitio porque además están los murciélagos y un gato. El felino no se inmuta en lo más mínimo con la presencia humana, sigue posado en las hojas que le sirven como recostadero. Cada cuarto guarda cierta tenebrosidad, digna de una película de las del célebre director de cine Alfred Hitchcock.
Pero no todo es muerte y penumbra. Hay dos versículos bíblicos en las paredes, lo que demuestra que los reos tenían una esperanza de libertad dentro de su encierro.
El primero que se divisa es “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados”. Mateo 5:6.
El otro es: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. Juan 11:25-26.
Luego de tres horas de un sombrío recorrido, ver la “Calle del Dolor” (la Julián Coronel) es un dulce alivio. El colorido de Guayaquil y el bullicio de la ciudad indican que todo vuelve a la normalidad, pero queda una espina acerca de la vieja y anecdótica cárcel municipal...