Mami Zoila quiere justicia por el asesinato de Andy en EE.UU.
Andy tenía 14 años cuando abandonó el sector donde creció: el barrio San Miguel, en el cantón Naranjal, en la provincia de Guayas.
Ya pasaron tres años desde que lo vieron arrastrar sus maletas emocionado, pues viajaría al condado de Queens, en Estados Unidos, para reencontrarse con sus padres Édgar y Rosa, quienes partieron de Ecuador -en un viaje ilegal- cuando él tenía 4 años.
Si bien mantenían el contacto telefónico, él quería volver a abrazarlos y conocer a su hermano menor.
No se llevó todo, algunas de sus cosas las regaló a sus primos y tíos con quienes se crió en una sencilla casa de construcción mixta, cerca del parque San Miguel, en la vía principal. La más apenada al verlo partir fue su abuelita, a quien le decía mami Zoila. Ella cumplió ese rol en su infancia y parte de la adolescencia.
El chico era su consentido. En la mañana él estudiaba y en las tardes la acompañaba a comercializar banano, papaya y otras frutas en un triciclo. Cuando ella no podía, él iba solo, pues conocía el recorrido.
“No se avergonzaba de trabajar. A veces, luego de vender, iba a recoger lavazas y sus amigos del colegio lo molestaban, pero él seguía, no le daba pena”, contó Ginger, una prima de 20 años, quien se crió con Andy y lo consideraba como un hermano.
La pariente contó que su ñaño, quien el 25 de mayo hubiera cumplido la mayoría de edad, llamaba casi a diario a su mami Zoila para decirle que cuando consiguiera trabajo le mandaría dinero para que no trabajara más en el triciclo.
“Mami no quiero que un día llamen a darme la mala noticia de que un carro la atropelló y no la volveré a ver”, le decía Andy y ella le respondía que haría o dejaría de hacer cualquier cosa por él.
Lo paradójico de la vida es que quien perdió la vida fue Andy. El adolescente fue encontrado sin vida en Kissena Park, en el vecindario de Flushing en Queens, Estados Unidos. Una excursionista vio su cuerpo el 24 abril cuando trotaba por el sitio.
El día anterior, a las 17:30, Andy salió de casa y solo dijo a sus padres que volvería pronto, pero no lo vieron más.
Una parte de Zoila murió con Andy. Desde que entró la llamada internacional para darle la noticia del asesinato de su nieto ya no quiere salir en el triciclo, lo dejó cerca de la puerta. Sus otros nietos tratan de animarla, pero es difícil. Ella quiere respuestas. “¿Por qué le hicieron esto, ni a un perro se lo trata así?”, repite la acongojada mujer que insiste en que quiere justicia.
Ahora solo le quedan los recuerdos en la memoria y en un cartel con fotos, elaborado por los amigos de Andy en Queens, y que enviaron junto a su féretro en un vuelo hasta Guayaquil. El pasado martes, el cuerpo del naranjaleño fue sepultado en el cementerio del cantón donde nació. Los padres lo decidieron así, pues planean regresar a Ecuador.
Eduardo Peralta, tío de Andy, lo describió como sano, callado y tranquilo. Narró que su hermano (papá de la víctima) le contó que estaba preocupado por su hijo, porque en el colegio le hacían bullying y que, además, había muchas pandillas que presionaban a los adolescentes. “Por su personalidad creemos que él no quiso formar parte de esos grupos y por eso le hicieron daño”.
Añadió que los progenitores intentaron cambiarlo de institución, pero no lo permitieron. “Yo le decía mi viejo Andy. Él estaba contento allá. Quería hacer su vida en ese país y ser policía o militar. Ahora queremos justicia, no venganza”.
José Luis, un primo, espera que encuentren y sancionen a los culpables. El joven recordó el día que acompañó a Andy a sacar la visa americana a Guayaquil. “Esperé afuera del Consulado, porque él entró con una tía. Él salió contento cuando le dijeron que sí podía viajar y nos abrazó. Era su sueño ir a Estados Unidos y estar con sus padres”.
Luis Enrique Urbina vende ceviche de concha a 100 metros de la casa donde creció la víctima. “Era un gran muchacho. Ayudaba a su abuela y también a sus vecinos. Si alguien le pedía un favor no ponía mala cara, sino que siempre estaba dispuesto a ayudar”.
Johanna Yong, quien vive frente a la casa de la familia Peralta, lo recordó como el acompañante fiel de su abuelita. “Nos sorprende lo que pasó, porque él fue a buscar una mejor vida, sin olvidar a quienes lo cuidaron”. (I)