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El Telégrafo
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La adecuación de la cabina no siempre es en el mismo lugar, sino dónde esté disponible

Internas cuentan sus historias en un programa radial cada domingo

En el consultorio médico del Centro de Rehabilitación se instalaron los equipos para el programa de radio. Foto: William Orellana/El Telégrafo
En el consultorio médico del Centro de Rehabilitación se instalaron los equipos para el programa de radio. Foto: William Orellana/El Telégrafo
03 de agosto de 2014 - 00:00 - Karla Naranjo Álvarez

Es viernes, un día diferente a la rutina de la semana. Otro tipo de ambiente se percibe y observa en cada mirada y movimiento de las mujeres del Centro de Rehabilitación Social de Guayaquil. Ellas encierran un mundo de historias y recuerdos que merecen ser contados desde los muros de la cárcel donde hoy residen.

Una grabación del programa radial las distrae. Este espacio se convierte en un aliado para transmitir al público sus historias. Aquí ellas no tienen límites o barreras.

Los rayos de sol atraviesan las 3 ventanas enrejadas de una pequeña habitación que funciona como laboratorio clínico y que fue adecuado, casi regularmente, como cabina de radio dentro de este Centro de Rehabilitación Social de Mujeres de Guayaquil.

‘Estación la Libertad’ es el programa presentado por las internas, grabado desde hace 2 años dentro del reclusorio, producido por Mayra Benalcázar y transmitido los domingos de 18:00 a 19:00 por Radio Pública del Ecuador.

Aurora, una privada de la libertad, es una de las locutoras del programa; por eso prepara su garganta con gesticulación y vocalización, antes de acercarse al micrófono instalado en un escritorio, para empezar a ensayar la presentación.

El reloj marca las 11:45 y ella está lista para empezar con la grabación de las historias de sus compañeras internas.

En ese instante entra al improvisado estudio una señora de unos 35 años y se sienta a su derecha. Llegan las señas del técnico y da inicio a la grabación.

“Hola. ¿Cómo te llamas?”, le pregunta Aurora. “Soy Flora y estoy sentenciada a 8 años por tenencia ilegal de drogas... Llevaba cápsulas en mi organismo”, rememora y cuenta lo duro que le resultó caer en prisión; a la vez, la locutora revisa las 9 preguntas ‘de cajón’ que tiene escritas en una hoja de dibujo. Además, a medida que escucha a su entrevistada, apunta otras que le llegan a la mente.

Frente a ellas se ubica Víctor, el operador técnico, quien observa la pantalla de su computadora portátil para comprobar que el sonido esté bien nivelado y que llegue con nitidez, no causando molestias en los oyentes.
Por ello los cristales de los tragaluces estaban cerrados y el calor se concentraba en el consultorio de 3 metros cuadrados de superficie.

Flora narra que las instrucciones que le dieron los traficantes fueron específicas, no debía comer. Solo tomar líquidos durante 3 días antes de ingerir el estupefaciente, pero estuvo casi 10 días sin hacerlo. “Boté de mi cuerpo 110 cápsulas”, cuenta la interna, y en el habitáculo los espectadores se miran sorprendidos. “¡Ciento diez cápsulas!”, exclamó casi susurrando una funcionaria que tenía en sus manos el listado de las 9 privadas de la libertad que intervendrían en el programa.

Las conversaciones se extienden hasta un máximo de 10 minutos. Cuando la segunda privada de la libertad estaba lista para contar su experiencia, empezó un bullicio en el área donde funcionaba una guardería para los hijos de las internas, a unos 60 metros de la cabina.

Ahí el grupo musical del penal, llamado ‘Prisioneras del amor’, animaba la entrega de diplomas a quienes culminaron sus talleres de rehabilitación. Beatriz se entretenía en el evento y, por eso, no llegó a la grabación.

Beatriz, de origen colombiano y Aurora fueron elegidas en un casting de voces y actitud frente al micrófono. Un mes antes de salir al aire se capacitaron en talleres de producción de radio, locución y guión.

De ahí, la instrucción ha sido permanente durante los 4 meses de experiencia en esta actividad, que es considerada parte de los beneficios penitenciarios.

La nómina de presas es combinada, entre ecuatorianas y extranjeras, para que cuenten sus historias. No son elegidas a dedo, sino que pasan por evaluaciones sicológicas y deben estar de acuerdo en exponer sus testimonios de vida. Las entrevistas continúan con recesos de un par de minutos.

Mayra orienta a la locutora Aurora sobre algunas preguntas que no puede dejar pasar. “No tenemos censura sobre dialogar de algún tema”, comenta la productora.

El turno es para Viviana, de piel trigueña, cabello ensortijado y de 1,70 m de estatura. Sus primeras respuestas fueron mezquinas, cortantes y a veces simples monosílabos.

Ella también fue detenida por droga. Recordó que en sus primeros pasos por los oscuros pasillos de la cárcel, con celdas de lado y lado, escuchaba como si las paredes le hablaban: ‘Carne fresca’, decían las voces sin rostros. “Silencio en la sala”, advertía la productora del programa. Otras internas que esperaban su turno para la entrevista murmuraban y eso impedía continuar con la grabación.

La siguiente mujer se presentó como Villavicencio, de acento colombiano y sus ojos reflejaban tristeza. Ella fue detenida con 44 cápsulas de heroína líquida que portaba en su vientre. “Nada, ni el lujo se compara a la libertad”, expresó.

Transcurren 10 minutos y Aurora continúa recibiendo a otras compañeras. Así pasan por la misma silla Ángela, Pastora y ‘La Mona’.

No hay un lugar fijo

Cada vez que la empresa productora llega al penal femenino busca un lugar adecuado para instalar los aparatos. A veces es el laboratorio de sicología o la antigua guardería, no tienen un sitio fijo para la actividad.

Mayra camina de un lado a otro, pregunta la disponibilidad y atraviesa rejas con sus brazos marcados con los sellos que ponen al ingreso al reclusorio. Cuando es día de visita, además, se ciñen un brazalete.

Los Agentes de Tratamiento Penitenciario (ATP) también marcan al técnico que la acompaña; en esta ocasión es Víctor, que en una maleta negra lleva la computadora portátil, un interface de audio, dos micrófonos con su respectivas bases y los cubos con el logo Radio Pública. La consola de sonido va en su mano.

Una extranjera locutora

En el pasillo de la sala donde se realiza el programa de radio están ubicadas algunas aulas de clases. Por ese pasadizo camina la colombiana Beatriz, la otra locutora, que llega ansiosa agarrando su frondosa cabellera de rizos rubios tinturados, que se comprimen en una cola de caballo. “¿Cuántas faltan?”, pregunta. “Quedan 3 todavía”, le dice Mayra.

La primera mujer que responde tiene su cuerpo marcado por tatuajes y 5 nombres visibles en su espalda: Briggitte, Boris, Bryan (sus 3 hijos), Derian y Melani (sus 2 nietos). En su brazo tiene grabado el nombre de su pareja.

Luego ingresan una marroquí, con una carpeta llena de fotografías de su familia a la que no ha visto, y una de las caporales de la cárcel.

Esta última es la encargada de proteger, distribuir los espacios y aconsejar a las internas. Otro día se repetirá la audición, serán otras historias, otros mensajes y las mismas locutoras.

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