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El Telégrafo
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A 30 mil dólares asciende el perjuicio causado por choque

A 30 mil dólares asciende el perjuicio causado por choque
05 de febrero de 2012 - 00:00

Una semana después que se produjera el choque entre un bus de la línea 92 y un articulado de la Metrovía, en la intersección de las calles Sucre y García Avilés, en el centro de Guayaquil, y donde como consecuencia del impacto uno de los automotores se salió de la calzada y se incrustó en una casa de dos pisos donde funciona el Comercial Katherine, los perjudicados aún esperan que se dé inicio a las obras de reparación.

Fausto Moncayo, dueño del inmueble afectado, indicó que ha avaluado los daños en la estructura y estos ascienden a 12 mil dólares.

Ese monto deberá ser resarcido por el Consorcio Metrobastión, indicó Moncayo, quien agregó que los personeros de ese organismo deberán acudir al sitio y hacer su propio avalúo, mientras tanto solo se han limitado a hacer la limpieza de los escombros.

El otro afectado es Wilson Loor, dueño del local Katherine y quien rentaba en dicho inmueble. Dijo que el perjuicio por la mercadería dañada, por las vitrinas y exhibidores alcanza los 18 mil dólares.

Loor se ha visto obligado a habilitar un local en el edificio contiguo al afectado, para poder comercializar parte de sus productos, mientras el almacén principal es reacondicionado. Indicó que esta situación no será por menos de 6 meses.

Moncayo relató que a pesar de la fuerza del impacto  la casa, que  tiene más de 80 años de construcción, no sufrió mayores daños y no se ha afectado al resto de la estructura.

Contó que ya fue al barrio de El Astillero, donde localizó a dos albañiles que tienen experiencia en trabajar  en ese tipo de edificaciones.

Los obreros realizaron una inspección a la vivienda y le aseguraron que la casa, de construcción mixta a base de guayacán, es antisísmica y que cuando sufrió el golpe, se movió, pero regresó a su sitio original sin afectar sus cimientos.

Como un detalle, Moncayo comentó que esos albañiles de la antigüedad estaban acostumbrados a trabajar con la madera, que la cortaban y cepillaban en noches de luna llena, como especie de secreto para lograr una mayor durabilidad.

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