167 días al cuidado de un hijo víctima de la tragedia
Por su pálido y frágil rostro una pequeña y lenta lágrima resbala. El sentimiento que esta encierra denota impotencia, desesperación y angustia. Sentimientos que son parte de las vidas de Wilma y Manuel Cosíos desde hace seis meses, cuando el menor de sus tres hijos, Édison de 17 años, durante una protesta estudiantil, fue herido en la cabeza por el impacto de una bomba lacrimógena, dejándolo en un “coma en vigilia”. Desde el 15 de septiembre de 2011, las jornadas se volvieron eternas (han pasado hasta ayer 167 días).
Sin esperar a que el cielo se despeje, a las 05:00, y sin perder tiempo, los padres de Édison emprenden desde la Argelia (sur de Quito) un recorrido que los lleva algo más de 30 minutos, la primera y única parada de su viaje es el Hospital de los Valles, en donde Wilma pasa más de 15 horas al día.
Al pie de la cama de Édison, esta mujer encuentra valor, en cada gesto, cada movimiento, cada bostezo, cada parpadeo o reacción al dolor que ve en su hijo.
Mientras intenta retener las lágrimas, no pierde la esperanza. “Aún te esperamos”, le susurra en el oído.
La estampa de una virgen, en la cabecera de su cama, acompaña al joven en las noches que su madre no duerme con él.
A cada minuto, Wilma está pendiente de la medicación que le suministran, especialmente el control sobre la hidratación.
El padre de Édison, Manuel, trabaja en una fábrica, pero apenas termina su turno va al hospital a acompañar a su hijo hasta las 22:00. Hora en la que debe regresar, junto a su esposa, a casa a esperar otro día más.
Cada dos horas deben moverlo de posición, para evitar lesiones en la espalda. Todo el tiempo le hablan de cómo están sus hermanos y sus 2 sobrinos. Édison ha pasado por más de 10 cirugías y ha estado expuesto a diferentes infecciones. Estos días atraviesa por una neumonía.
Manuel recuerda que aquel día del trágico suceso recibió una llamada. Le informaron que su hijo había sufrido un accidente. Por las noticias, Manuel se había enterado de las manifestaciones estudiantiles, cuando llegó al colegio le avisaron que había sido llevado al Hospital Eugenio Espejo. Al llegar, la noticia fue devastadora: Édison había entrado en coma.
Ese día le practicaron dos operaciones. Pero al segundo día, el director del hospital les comunicó que “Edy” había fallecido. Sin embargo momentos después, entre los sentimientos de dolor y rabia, una enfermera les dijo que su hijo había reaccionado, revivido, era una segunda oportunidad, recordó su padre mientras frotaba sus manos buscando algo de calor al tiempo que miraba el amanecer por las empañadas ventanas del cuarto de su hijo.
Ambos recuerdan que en el Hospital Eugenio Espejo, “Edy” estaba mejor, se comunicaba mediante señas, pero un día ordenaron darle una medicación para el sueño.
Con la voz entrecortada, su padre dice: “Desde ese día no volvió a despertarse ni a comunicarse”. Su madre narra que durante unos días olvidaron hidratarlo, lo que afectó su recuperación, por lo que fue trasladado al Hospital de los Valles.
Con indignación mencionan que el entonces ministro de Salud, David Chiriboga, únicamente le pidió disculpas por lo sucedido.
En su casa, al sur de Quito, en el sector de la Argelia, sus hermanos Andrés y Andrea lo esperan impacientes. En su cuarto están colgadas las medallas que Édison ganó practicando volley.
Una vela permanece encendida alumbrando sus fotos, cartas, oraciones y recuerdos, que están por toda la casa. Sus amigos recuerdan como el “flaco” subía y bajaba las 42 gradas del colegio Mejía.
Era apasionado, dice su madre, le encantaba la política, su vivacidad, energía y entusiasmo contagiaban. Le gustaba mucho el dibujo y la pintura, pero pensaba estudiar psicología clínica en la universidad.
En navidad, la novia de “Edy”, Sol decoró la habitación 19 del hospital con un árbol navideño y guirnaldas. Ella ha sido un constante apoyo, dicen los padres: “Ha estado en cada momento acompañando a nuestro hijo”. Ella le habla de sus amigos, del colegio, de cómo todos esperan ansiosos su recuperación y, sobre todo, de justicia.
Desde hace unas semanas, en la terraza de su casa se construyen dos dormitorios, uno para los padres de Édison y otro para él. El del joven tendrá aproximadamente 25 metros cuadrados con baño privado, el resto de espacio está distribuido para la cocina, el comedor, la sala y el baño de las visitas.
En la parte externa se construyó una rampa que facilitará el ingreso de la camilla. Los médicos dicen que no hay nada más que hacer y que es preferible que “Edy” sea llevado a su casa, cerca de su familia.
El pasado jueves, miembros del Departamento de Criminalística de la Policía y peritos de la Fiscalía, realizaron una segunda reconstrucción de los hechos en el colegio Mejía.
Los padres de “Edy” pidieron a la Fiscalía ampliar la indagación previa, pues una serie de fotos, del fotoperiodista Edu León, son ahora evidencia dentro del proceso.
En tanto, Xavier Mejía, abogado del policía Hernán Salazar, principal involucrado, dijo que hay dos uniformados más que serán investigados.
En la diligencia se utilizaron maniquíes y se lanzaron varias bombas lacrimógenas para ubicar la posición del estudiante y los policías, que ingresaron al colegio ese día.
A “Edy” lo trasladarán a su casa, según se proyecta, el próximo miércoles. Mientras tanto, cada día, su novia, Sol, le repite “dame tu mano y rueda conmigo mi amor”.