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El Telégrafo
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Una paliza llevó al 'Ángel de la Muerte' al cementerio

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El martes 28 de marzo se encendieron las alarmas de emergencia en la Correccional de la ciudad de Toledo, en el condado de Lucas, de Ohio, Estados Unidos, en una de sus celdas yacía gravemente herido el asesino serial

Donald Harvey conocido como ‘El Ángel de la Muerte’ y quien purgaba cuatro cadenas perpetuas.

En un hospital de la ‘Ciudad de Cristal’, llamada así Toledo, por las industrias de vidrio, fue asilado Harvey, de 64 años de edad, quien el jueves 30 de marzo falleció como consecuencia de los golpes que le propinaron privados de la libertad.

“Fue atacado la tarde del martes por varios reclusos en su celda, luego lo trasladaron a un centro médico, pero falleció a causa de las lesiones”, explicó el teniente Robert Sellers, portavoz de la Patrulla Estatal de Carreteras de Ohio.

Harvey, quien fue sentenciado por 24 crímenes en 1987, confesó que mató a 54 personas. La brutal paliza que lo llevó al cementerio es investigada por la fiscalía de Ohio, a fin de determinar a los responsables de este hecho.

De buen estudiante a asesino

Donald Harvey nació en Butler County, Ohio, el 15 de abril de 1952. Su maestra de primaria lo describió como un chico especial, pero sus compañeros de clase lo calificaron como un solitario, era la ‘mascota del profesor’. Aunque era buen estudiante leía libros y obtenía excelentes calificaciones, abandonó la escuela y se puso a trabajar en una fábrica de Cincinnati. En un recorte de personal fue despedido.

Su familia se trasladó a una pequeña localidad de los Apalaches en Kentucky, donde  su madre lo alentó a cuidar a su abuelo, quien se encontraba en el hospital de Marymount, en London.

Las monjas  del centro médico le ofrecieron trabajo como ayudante y  aprendió a realizar las tareas de enfermero. Meses después de trabajar en el hospital, Harvey, que ya tenía 18 años de edad, cometió su primer asesinato. Se trataba de un paciente que sufría una embolia y cuando fue a revisarlo vio que se había ensuciado el rostro con sus propios excrementos. Harvey se enfureció y lo mató. Luego limpió al cadáver y fue a darse un baño antes de avisar a las enfermeras del deceso.

Tres semanas después volvió a matar, desconectando el oxígeno a una mujer anciana. En un año había asesinado a una docena de pacientes. En marzo de 1971 fue arrestado por un robo menor y cuando lo interrogaron confesó sus crímenes pero la Policía no encontró evidencia que lo condenara y lo dejaron ir.

Se enlistó en la fuerza aérea, pero sirvió menos de un año, pues sus superiores lo consideraron no apto para las tareas militares. Tras esto sufrió varios episodios depresivos, se sometió a sesiones de terapia electroconvulsiva (electrochoques) y sin curarse salió del hospital.

Tras regresar a Cincinnati consiguió un empleo en el turno de la noche como ayudante de enfermería, lo que le daba acceso casi ilimitado al hospital. Además tenía escasa supervisión. Durante los siguientes 10 años cometió 15 asesinatos.

Diario de los crímenes

Harvey llevaba un diario de sus crímenes donde anotaba con gran precisión los métodos que había utilizado: una bolsa o una toalla húmeda sobre el rostro del paciente, veneno para ratas en el postre, arsénico y cianuro en el jugo de naranja, en los catéteres de los pacientes o por vía intramuscular.

En 1985, los guardias del hospital le descubrieron que portaba un arma de fuego entre otros accesorios médicos, lo que ocasionó su salida. Y consiguió empleo en el Drake Memorial Hospital de Cincinnati. Pronto volvió a sus andadas y mató al menos a 23 pacientes en más de un año.

Tras la muerte de John Powell, un hospitalizado que había estado en coma durante unos meses pero que comenzaba a mejorar, murió a manos de Harvey. El patólogo que realizó la autopsia detectó la intoxicación con cianuro y dio parte a las autoridades.

La Policía sospechó de Donald Harvey, dado que sus compañeros de trabajo lo apodaban ‘El Ángel de la Muerte”, siempre estaba cerca de aquellos que morían.

‘El Ángel de la Muerte’ a prisión

En abril de 1987,  la Policía consiguió una orden para registrar el apartamento de Harvey y hallaron frascos con cianuro, arsénico, libros de ocultismo y sobre venenos y, por supuesto, el registro de sus crímenes, los cuales anotaba cuidadosamente en su diario.

Fue arrestado e hizo un trato con las autoridades mediante el cual se confesaba culpable pero se le garantizaba que no se le aplicaría la pena de muerte.

Tras su detención, su madre, Goldie McKinley, declaró a los medios que su hijo era “buen chico”, pero que estaba “muy enfermo” y lo que necesitaba era “un buen médico”.

En el juicio Harvey se confesó culpable de 33 cargos de asesinato, pero conforme pasaban los días, la cuenta subió a 70.

Durante el juicio aseguró que mataba a sus víctimas por compasión, pero la Fiscalía defendió la teoría de que él mataba por placer.

También en la audiencia de juzgamiento salió a relucir que torturaba a sus víctimas y que a otras las mató mediante asfixia tapándoles las caras con almohadas cuando estaban postradas en las camas del hospital, poniéndoles una bolsa de plástico sobre la cabeza o dejando sin relleno los tanques de oxígeno que necesitaban.

Finalmente, solo se confirmaron 24, por lo que el juez lo condenó a cuatro cadenas perpetuas. Después, fue enjuiciado por diferentes estados de la Unión Americana y el conteo de crímenes subió a más de 60.

Harvey afirmó en una entrevista a la CBS en 2003 que llevar a cabo los asesinatos fue muy sencillo para él. “Los doctores están tan ocupados que el paciente puede morir sin que venga el doctor y lo certifique. Eso me ocurrió con un residente, que murió y el galeno lo mandó directamente a la funeraria”.

‘El Ángel de la Muerte’ es considerado uno de los mayores asesinos en serie de la historia criminal de Estados Unidos y que nunca mostró arrepentimiento.

“La gente me controló a mí durante 18 largos años, pero después pude controlar mi propio destino. Yo manejé también la vida de otras personas, ya sea que debieran vivir o morir. Yo tengo el poder de controlar”, dijo fríamente Donald Harvey a un reportero. (I)

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