En la cárcel, los internos aprenden desde las vocales (Galería)
‘Figueroa’ mira atentamente el pizarrón. Tiene 46 años y nunca había estado en un salón de clases. Lo que jamás imaginó es que lo experimentaría dentro del Centro de Rehabilitación Social (CRS) de Guayas, localizado en el km 17 de la vía a Daule, en la periferia de Guayaquil. El hombre debe pagar 8 años de privación de la libertad por un delito del que prefiere no dar detalles.
De lunes a viernes, sentado en un pupitre, está aprendiendo a delinear con un lápiz en un papel de cuadros las primeras vocales y consonantes, también a formar las primeras palabras. “Estoy poniendo de mi parte y ya puedo leer. A este lugar espero no regresar nunca más, pero por lo menos estoy aprendiendo”, mencionó.
Ledy Zúñiga, ministra de Justicia, Derechos Humanos y Cultos, indicó que en todas las cárceles de Ecuador hay 5.632 personas privadas de la libertad (ppl) en alfabetización, educación básica y bachillerato. “Ellos también asisten a talleres de rehabilitación y actividades deportivas y culturales”, indicó.
Las aulas de clase donde los internos del Centro de Rehabilitación Social (CRS) de Guayas aprenden, desde lo más básico hasta cómo manejar un documento contable, están en un solo bloque, distanciados de los pabellones por canchas y áreas verdes, que son iguales a las de cualquier escuela.
Todos visten sus uniformes, de camiseta anaranjada, pantaloneta y zapatillas. En las paredes pintadas de blanco hay carteleras con letreros de colores vivos y repisas. Sin embargo, no todos los alumnos tienen la misma edad. Ellos, desde las ventanas con barrotes azules del salón de clases, observan las celdas en las que pagan diferentes sanciones por los delitos que cometieron.
‘Figueroa’ relata que nunca había asistido a clases, pues de pequeño fue abandonado por sus padres. Su abuelita, con quien creció, no tenía los recursos para inscribirlo ni llevarlo a una escuela.
La maestra, quien no pasa de los 30 años, junta sus labios fuertemente. Juan (nombre protegido) inclina un poco su cabeza para escuchar mejor, levanta la mano y dice que es la consonante M. “Muy bien. Ahora dime una palabra que comience con esa letra”, insta la profesora. El interno mira hacia arriba y contesta con certeza: “Eso es muy fácil, con la M empieza mamá, la mujer que realmente me ama”, y suspiró.
Así van captando nuevos vocablos. En el tablero de acrílico blanco están escritos con marcador negro los términos en los que se emplean las letras A, M, P, T y S. En ocasiones se equivocan al distinguir sonidos, pero eso no los avergüenza, e intentan una y otra vez.
Sara Ochoa, integrante del proyecto de Educación Básica para Jóvenes y Adultos (EBJA) del Ministerio de Educación, explicó que los internos son capacitados desde lo más básico, como por ejemplo las vocales. “Primero les enseñamos las vocales, la fonología (reconocer sonidos de cada letra) y grafías (formas de las letras). También, sumas, restas, multiplicación y división, y cómo manejar documentos comerciales como papeletas de retiro y de depósito”, especificó.
Agregó que en el pabellón de mínima seguridad hay 4 educadoras y pueden tener hasta 40 alumnos por turno, en la mañana (de 09:30 a 11:30) y en la tarde (14:30 a 16:30). En el área de mediana seguridad hay 2 maestras y una en máxima seguridad. “Cada etapa dura 4 meses. Cuando termina ese período tomamos una prueba que la envía el Ministerio de Educación; si no aprueban, repiten el nivel. Los privados de libertad van subiendo de grado desde inicial hasta séptimo de básica”.
Ochoa manifestó que hay muchos internos que llegan con cero conocimiento. Eso se debe a que muchos tuvieron graves problemas de adicción a las drogas y les ha borrado lo que tal vez aprendieron. Además, sostuvo que no se les envía deberes, ya que no se pueden llevar los útiles escolares a sus celdas; por eso aprovechan las horas de clases para hacer tareas.
La profesional contó que empezó a trabajar en el centro de privación de libertad en abril y que al comienzo se le presentaron dificultades, porque a los alumnos que le asignaron no les gustaba el control ni la disciplina. “Pero poco a poco fuimos manejando la situación y ellos entienden que si no aprueban, no reciben beneficios penitenciarios, ni el certificado otorgado del Ministerio de Educación”.
Christian C. tiene 38 años y es oriundo de Ambato. A diferencia de ‘Figueroa’, sí estudió y se graduó de ingeniero en artes plásticas.
Él asiste a un curso diferente, en el que le enseñan inglés y primeros auxilios. “Estoy pagando un error que cometí en mi vida. La ambición por el dinero me trajo aquí y debo cumplir 6 años de prisión, recién llevo 3 años y 2 meses. También les enseño a mis compañeros a pintar y dibujar”, dijo.