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Ecuador, 24 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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El cumplimiento del deber les ha costado la vida a 504 policías

De rodillas, con las manos y pies atados, así como con sus ojos y boca vendados, el policía Darwin Anrango, de 30 años, fue ejecutado por 8 sujetos armados. Su cuerpo fue encontrado en una zona desolada de Píntag, valle de Quito, con un disparo en la nuca.

Anrango y su compañero fueron secuestrados por miembros de una banda que se dedicaba al tráfico de cocaína en Guayas, Los Ríos, Sucumbíos, Santo Domingo de los Tsáchilas, Esmeraldas y Pichincha.

El día de su muerte, 19 de marzo de 2011, el uniformado y el compañero que sobrevivió perseguían a miembros de una banda que tenía relaciones con carteles mexicanos, en el sector de Baeza (provincia de Napo). Fue un operativo defectuoso que terminó con la vida de Anrango.

Pablo Cerda, coronel de la Policía, aún recuerda cómo en diciembre de 1993 murieron 18 gendarmes mientras realizaban patrullajes en el río Putumayo contra el tráfico de alcaloides y combustible, cuando fueron atacados por la guerrilla. Uno de sus amigos, el teniente Patricio Lasso, murió en el operativo. Es el hecho más trágico que ha vivido la institución. En aquella ocasión la Escuela Superior de Policía se convirtió en capilla ardiente para velar a los uniformados.  

Cerda perdió además a un hermano que también era policía. Esto sucedió en septiembre de 1998, en Portoviejo, cuando su familiar intentaba calmar a otro uniformado que se encontraba en estado etílico. El mismo coronel, un año antes, fue herido durante un operativo antidrogas. En esa ocasión seis policías más resultaron heridos. “Quise  salir de la Policía, sentía que estaba causando mucho dolor a mi familia, el trabajo es arriesgado”, señala el oficial.

El policía Nixon Chamba fue herido por Marco Pozo el 28 de junio del 2011. Ocurrió cuando varios antisociales intentaron asaltar un camión de la empresa Pura Crema.  En cuestión de segundos Pozo se acercó al policía y le disparó por dos ocasiones bajo el chaleco antibalas y le colocó una granada, que por suerte no explotó. Chamba requirió de varias intervenciones para no perder la vida.  

Otros policías han muerto en desastres naturales como el fenómeno del Niño, mientras salvaban a niños y mujeres, explica el general Fabián Solano de la Sala Brown. En una ocasión, un gendarme rescató a los pasajeros de un vehículo que había caído al río Quijos. El policía se resbaló y cayó al agua, fue arrastrado por la corriente y falleció.  

El uniformado Christian Granizo fue abatido mientras trabajaba de civil recogiendo información acerca del asesinato de un compañero suyo. Granizo fue victimado al ser descubierto por los narcotraficantes mientras se encontraba en Guayaquil. Lo mismo ocurrió con el teniente Moya, mientras vigilaba operaciones de compra de droga en Quito. Desde un vehículo abrieron fuego contra el carro de Moya, quien  se puso de escudo humano para proteger al resto de agentes que estaban con él.

En el Ecuador, desde 1996 hasta el 2012, 1.277 policías han muerto, de ellos 504, es decir 39%, fueron asesinados en el cumplimiento del deber, en su mayoría cuando realizaban investigaciones relacionadas a operaciones de narcotráfico.  El otro 61% corresponde a policías que han muerto por enfermedades o actividades ajenas a su trabajo.  

Entre el 2012 y 2013 la Policía registró que 2.191 uniformados ingresaron al dispensario médico también por problemas físicos desencadenados de dolencias y enfermedades por el trabajo.  

El último policía en morir fue Ángel Chimbolema, de 20 años. Recibió un disparo en el pómulo derecho mientras trasladaba en un patrullero a un joven de 16 años   detenido por robo a un domicilio. El adolescente se sacó las esposas, le quitó el arma y lo asesinó.

HERIDAS QUE DEJAN SECUELAS EN POLICÍAS

Según los registros del Hospital de la Policía Nacional, desde el 2008 se han contabilizado 580 uniformados que han quedado con algún tipo de discapacidad luego de haber sido heridos en el cumplimiento del deber. Estas lesiones se producen en accidentes de tránsito por persecuciones a delincuentes y otras veces mientras tratan de controlar protestas.

Uno de esos casos es el del sargento segundo de Policía Wilson Geovani Galván Rojas, de 41 años, quien resultó herido en su ojo izquierdo a causa de una piedra lanzada por los estudiantes del colegio Mejía en el 2011.

En la protesta resultaron heridos 10 policías, pero Galván fue el más afectado y debió ser sometido inmediatamente a una cirugía, pues presentó entallamiento ocular, motivo por el cual perdió la visión.

Los uniformados afectados continúan trabajando en actividades administrativas, como por ejemplo en capacitación de Derechos Humanos dentro de las varias unidades con las que cuenta la Policía.

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