Dos procesadas en plena lid electoral
Cristina tiene 23 años y entre las cosas que volvería a repetir, en su vida, sería reunirse con sus amigos para analizar la política del país, afirma. Desde hace 10 meses que permanece detenida en la cárcel de mujeres del Inca y desde el pasado 21 de enero, diariamente, se levanta a las 06:00 para ser trasladada hasta la Corte Nacional de Justicia (CNJ), para comparecer en el juicio por los delitos de sabotaje y terrorismo de los cuales está acusada junto con nueve compañeros más.
El sábado 3 de enero de 2012, Cristina había empezado a trabajar como asistente contable. Ella salió de su casa con rumbo a un restaurante argentino en el que trabajaba llevando la contabilidad. Indica que llegó al local a solicitar al dueño que le permitiera hacer su proyecto de tesis, que consistía en un restaurante propio, que se basaría en un modelo similar al que prestaba sus servicios.
Luego del trabajo, Cristina fue a la reunión con varios amigos en Luluncoto, al sur de Quito. En su cartera llevaba la papeleta de inscripción para el seminario de tesis y un cheque de 60 dólares que su novio, Jafet Leyton, dirigente del Movimiento Popular Democrático (MPD), le pidió que cambiara. Cristina dice que la Policía utilizó el cheque para decir que ese partido político auspiciaba actos terroristas.
Cristina trabajó como cajera de cabinas, digitadora en una consultora y secretaria. Fue presidenta de la Asociación de la Escuela de Contabilidad y Auditoría, incluso viajó, a Nicaragua, a un encuentro internacional de facultades. Cristina tiene tres hermanos menores y su madre se dedica a lavar ropa.
Afirma que cuando salga en libertad se relacionará con el trabajo en las cárceles, por los múltiples problemas, como el hacinamiento, en el que viven los internos.
Cristina no conocía a Abigail Heras, otra de las procesadas, hasta aquella reunión en la que como movimiento, los jóvenes estudiaban acciones frente a la “Marcha de la Vida”, que se llevó a cabo el 8 de marzo de 2012.
Cristina conoció a Abigail aquella noche en Luluncoto y desde el día que fueron detenidas comenzó una relación de afectividad entre ellas, pues mutuamente se apoyan dentro de la cárcel, pues solo las dos entienden por lo que están pasando.
Tienen personalidades diferentes, pero la situación las unió, en un encierro que fomentó un compañerismo entre ellas.
La situación económica de Delia Sandoval, su madre, no es la mejor, pero se consuela al saber que su hija ya no mantiene la huelga de hambre, que duró más de un mes que la agotó física y emocionalmente y por la que fue atendida en un hospital.
Mientras está recluida, Cristina dedica el mayor tiempo posible a la lectura para así soportar el encierro, asegura con voz quebrada.