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De civil a oficial en 5 minutos

De civil a oficial en  5 minutos
27 de marzo de 2011 - 00:00

Adquirir el uniforme de cualquiera de las  instituciones del orden público (Comisión de Tránsito, Policía Nacional o Fuerzas Armadas) ha sido -como dicen en la calle por estos días- más fácil que ganarle a Barcelona. Allí está el  porqué de  varios robos que se suscitan a diario  con la modalidad de delincuentes “jugando a Halloween”, es decir, bien disfrazados, que arremeten sin tregua contra la ciudadanía.

Durante  2010 se registraron quince asaltos en diferentes sectores de la ciudad por parte de delincuentes vestidos como elementos del orden. Según datos de la Unidad de Control y Gestión de la Seguridad Ciudadana y Orden Público (Ucgsc), ocho fueron los casos de  delincuentes camuflados con el uniforme de la Policía Nacional (PN) y siete los de aquellos con los de la Comisión de Tránsito del Guayas (CTG).

El robo a ciudadanos por medio de este método “histriónico” está en boga. Los bienes sustraídos por los asaltantes  son bastante variados. El año pasado, por ejemplo, lo que más  robaron fue  celulares y dinero. En segundo lugar se cuentan  las mercaderías trasladadas en camiones y, en tercero,   joyas, laptops, cámaras, entre otros artefactos electrónicos.

Algunas de  las zonas más afectadas, según datos de  la Ucgsc, son: la Isla Trinitaria, Mapasingue, Bellavista, Pascuales, San Felipe, Siete Lagos, las calles 9 de Octubre,  Chile y Antepara.

El camino más corto para ser policía

En una investigación sobre la venta irregular de uniformes, realizada por este diario, desde el 10 de febrero hasta ayer, se pudo constatar que en la parte trasera del Cuartel Modelo, ubicado en la Av. de las Américas, la venta es libre. Así mismo,   la vestimenta de la CTG y de las FF.AA., a pocas cuadras de la institución de tránsito vehicular, ubicada en Chile y Cuenca, también es de fácil adquisición.

El 17 de febrero, después de haber hecho un recorrido durante varios días por los exteriores del Cuartel  Modelo, decidimos ingresar a la sastrería “Chango”, el local más grande de venta de artículos de la Policía Nacional, ubicado en el barrio Chemisse.

El sitio es amplio, atiborrado de perchas y mesas con ropa policial. Al ingresar  con la idea de adquirir solo  una gorra y una camiseta de la institución, una señora -la esposa del propietario- inquiere, frunciendo el ceño:

- ¿Cuál es su rango  dentro de la institución?

- No soy miembro de la institución. La compra es solo por afición a los uniformes de la Policía.

- Solo se le vende a los miembros de la Policía. Debe demostrar la credencial para poderle vender.
Sin dilatar muchos minutos y sin  ahondar en las  explicaciones sobre el asunto de la  afición, la mujer agrega, un tanto impaciente:

-  ¿Qué nomás desea llevar para ver si le puedo vender?

- Una camiseta camuflada, una camiseta blanca con la insignia de la institución, un pantalón camuflado, camiseta negra del GOE, una gorra, un gas pimienta, un estuche para poner la pistola y una boina camuflada.

Al ver que la compra es  cuantiosa, la señora de Chango hasta recomienda más implementos.  La negociación  termina y  el total a pagar es de $71.

Después de haber adquirido el uniforme, queremos ir más allá y preguntarle a  Julio Chango -propietario-, quien también se encuentra  en el local, si es posible conseguir una pistola de elaboración nacional para la próxima semana. Responde: “Sí, se puede. Yo le consigo el número de la persona, usted hace el negocio, pero yo no me meto”.

Al día siguiente -18 de febrero-  regresamos al mismo local en busca de un chaleco reflectivo, uno de los implementos que no quisieron vender la tarde anterior.

-  ¿Puede vender el chaleco reflectivo que tiene  la palabra “Policía” impresa?

- Bueno, se lo vendemos, pero no lo vaya a estar usando por la calle, es para que usted lo tenga nomás.

- No se preocupe. 

- Y si en algún momento lo llegan a detener y le ven el uniforme diga que se lo encontró...

22 de febrero.  Nos dirigimos  a “Creaciones Génesis”, de propiedad de un ex miembro de la Comisión de Tránsito, según lo admite la  vendedora del local. Aquí requerimos que se nos venda un uniforme completo de cabo de la Armada. Ante tal pedido, la vendedora repite lo  mismo que escuchamos en el local anterior: “¿Qué rango  tiene dentro en la institución? Para poder vender  requerimos  su credencial...”.

- ¿De verdad? Es un regalo para mi padre.

- Bueno, dígame qué nomás  desea, de entre todo, para hacerle la cuenta.

La vendedora sabe que  no se puede hacer venta de uniformes  a personas que no son de la institución, pero no parece importarle demasiado. El total por el uniforme de cabo  es  $51,90.

Pasan tres días  y regresamos al mismo lugar, con la misma excusa, que parece funcionar a la perfección. Esta vez  para comprar un uniforme completo de la CTG, hasta con pito.

Esta vez, la vendedora no  pone absolutamente ningún pero, incluso nos ayuda con amabilidad a escoger las tallas, y hasta sugiere  que le pongamos al uniforme   todas las insignias, palas y botones para que se vea más real. En esta ocasión el total de la compra asciende un poco: $52.

Jugando a ser vigilante

Para constatar que los uniformes son los mismos  que utilizan las fuerzas del orden, se realiza un operativo ficticio con la     ayuda de un actor, que simuló ser en todo momento, sin titubeos, un miembro de la CTG.

El actor, ubicado en la calle 10 de Agosto y Boyacá, hace sonar su pito, mueve sus  manos dando    paso entre el agitado tránsito vehicular de las 17:00,  hora pico en Guayaquil.

A  los  carros que se asientan sobre la línea cebra les llama la atención, tal como lo establece la regulación de la Comisión de Tránsito.

Los conductores obedecen el llamado de atención del  “vigilante”. Los carros que se encuentran parqueados en la calle 10 de Agosto en dirección al Municipio son removidos de forma inmediata. El chofer de una camioneta Chevrolet D-Max -que se encuentra parqueada debajo de la señalética que indica que  es prohibido parquear allí- tiene que irse. Obedece. Se quiere excusar al ver la presencia del “uniformado” y  dice que  ya está por moverse, que son solo unos minutos, que está esperando a su esposa que  está por salir de un local comercial.

El actor  pide la licencia, matrícula y SOAT; el chofer, con tono  nervioso, pensando que  se lo iba a citar, dice: “No sea malito, ya me iba a mover”. El vigilante continúa insistiendo y el conductor obedientemente entrega los documentos requeridos por el “oficial”. Todos los papeles están en regla, constata el “vigilante”. “Pero para la próxima,  señor, ya sabe que aquí no se puede parquear. Por favor, siga que está obstruyendo el tráfico”, señala el “oficial”.

El “operativo” dura aproximadamente 30 minutos y no  levanta sospechas entre la ciudadanía.

Impecable traje de marinero

Otro actor, de traje blanco, sale a caminar por las calles, cruza por el “Parque de las iguanas” y no inspira recelos, es uno más del batallón.

El “marinero” decide parar en las afueras del parque y leer el periódico. Mientras lo hace, del lado del hotel Unipark circula en su carro Chevrolet Spark un elemento del Ejército, apellidado Barahona, según lo que afirma el  bordado en su boina. Barahona se detiene  por la luz roja, baja el volumen de su radio y achica sus  ojos como para ver al “marino”. Lo observa detenidamente, parece que va a parar, pone las luces de parqueo, se hace a un costado, lo mira de nuevo y continúa. El “marinero” pasa la prueba, el uniforme que utiliza es exacto, es el mismo.

¿Quién está autorizado para confeccionar el  uniforme policial?

En el país, Tecnistamp, empresa ubicada en la avenida Córdova Galarza, en Quito, es la  autorizada para proveer uniformes y material logístico a la institución policial y otras entidades del sector público.

Marcelo Dueñas, su asesor jurídico, explica que a partir de 1988 se constituyó como compañía de economía mixta. El 67% lo tenía la Policía Nacional, ahora ese porcentaje está bajo la administración del Ministerio del Interior.

Tecnistamp se fusionó con  Gasespol, que se dedica a la fabricación de armas, gases lacrimógenos, chalecos antibalas, señalización vial, entre otros implementos de logística. El empresario Carlos Cevallos Silva posee el resto de las acciones de ambas corporaciones.

Carlos Andrade, representante del Ministerio del Interior, manifiesta que, al ser el Estado el mayor accionista, la compañía pasa a considerarse pública. Los  uniformes que fabrica son los de la Defensa Civil, bomberos, Comisión de Tránsito del Guayas, entre otros.

La experiencia, tecnología y el control que se ejerce dentro del proceso de la fabricación del uniforme le permitieron  a Tecnistamp ser la única empresa autorizada por la Ley de Compras Públicas.

Existen mecanismos de seguridad implementados en dicho proceso  para identificar que la prenda es de la compañía y que solo puede ser entregada a miembros policiales.

Uno de ellos es la colocación de códigos de barras. Se trata de un adhesivo que contiene la identidad del miembro policial, su rango, función y su ubicación geográfica.

Existe una caja de dotación que es enviada a los repartos policiales en todo el país para garantizar que el producto sale de la planta hacia varios almacenes.

El calzado también corre por cuenta de Tecnistamp. Fabián Rosero, jefe del área, comenta que se fabrican 600 pares al día, entre zapatos de charol, botas y botines, que también poseen códigos de seguridad.

Si todos estos cuidados existen en la confección, el problema de la venta irregular -como  ha sido comprobado- se suscita luego: en los circuitos de distribución y los puntos de venta.

Agarraron al equivocado

Viernes 25 de marzo, 15:30, hora de hacer el último simulacro, con un uniforme de  policía. Es quizás el caso más importante, ya que con esta indumentaria es  que se cometen más atracos en la ciudad y en el país.

Mercado Central. Se enciende la bulla: dos vendedores de pescado se amenazan a cuchillo limpio. Con la mano sobre el tolete, sin sacarlo y con la seriedad del caso, el “oficial” exclama: “A ver, señores, guarden la calma”. Y la frase surte efecto.

El recorrido continúa. Lorenzo de Garaycoa y Clemente Ballén. Se escucha, muy cerca, un ronroneo de máquina a gasolina. Dos policías motorizados  solicitan documentos. Al ver que se trata de una investigación periodística, se tranquilizan un poco y comentan: “Nos dimos cuenta por el largo del cabello y por los zapatos, que no son los adecuados... Cuando vimos que se detuvieron al frente de esa joyería, nos pareció sospechoso”. Quieren subir hasta la oficina del Director General del diario. Ingresan argumentando que solo cumplen con su deber.

Es cierto, aunque falta la otra parte de la tarea: controlar la venta de uniformes que se expenden como agua en pleno calor de marzo; y que -lo que es peor-  son adquiridos por gente que no está pensando precisamente en el próximo 31 de octubre, ni en investigaciones periodísticas, sino en algún cándido al cual “tontear” para delinquir bajo un audaz camuflaje.

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