¿Un SIC-10 en pleno corazón de EE.UU.?
Barack Obama tiene un grave problema. Y no tiene idea de cómo salir de él. Si le otorgamos el derecho a la duda es sobre esos asuntos con los cuales quisiera mejor renunciar para no afrontar culpas o responsabilidades ajenas.
Las denuncias de Edward Snowden sobre las verdaderas razones de la existencia y funcionamiento de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad, por sus siglas en inglés) colocan al Gobierno estadounidense en la más incómoda de las posiciones. Claro, es difícil explicar y hasta justificar que a Julian Assange lo castiguen y hasta condenen públicamente por revelar los mayores secretos y, al mismo tiempo, conviertan al Estado en el mayor aparato de espionaje de sus propios ciudadanos, medios de comunicación, opositores, empresarios y el resto del mundo.
Snowden ha dicho textualmente, en la entrevista publicada ayer en este diario: “Nosotros pirateamos todo en todas partes”. Y algo más escandaloso: “Podemos intervenir ordenadores e identificar desde qué ordenador ingresa cualquier persona en cuanto entra en la red”.
Y con todo eso, ¿cómo se puede demandar a los demás países transparencia y respeto por las libertades? y, especialmente, ¿para qué quiere el Gobierno estadounidense estar al tanto de todo en el mundo?
Si a Assange lo juzgan y a Bradley Manning lo van a condenar, ¿qué van a hacer con los responsables de ese aparato que se parece al sistema de inteligencia y persecución que se creó en Ecuador y que ahora está demostrado que existió entre 1984 y 1988?
Ya no hay Guerra Fría ni el “cuco” del comunismo. Cada vez que puede, EE.UU. debe inventar enemigos de cualquier clase para justificar ese enorme gasto y aparataje militar.