Que Emilio Palacio deje de ser el ejemplo de nada
Nadie gana, nadie pierde. Hay sentimientos cruzados, pero en el fondo una sola certeza: la prensa ecuatoriana tiene, de hoy en adelante, retos y obligaciones fundamentales con los cuales puede devolver al Ecuador el sentido de su función social y la responsabilidad con sus propios periodistas, editores y, ante todo, con sus audiencias. Que también el Gobierno y la oposición los tiene y los debe asumir con absoluta claridad.
Diario El Universo debe demostrarle al país que está obligado a hacer solamente periodismo y no dejarse envolver por los aplausos y falsos halagos de políticos en decadencia y otros aspirantes a cargos públicos que usan al periódico como bandera. El Universo tiene que decirle con absoluta claridad al Ecuador si vamos a seguir leyendo un libreto escrito por el abogado Joffre Campaña o las diatribas de Emilio Palacio.
Los hermanos Pérez, que no son periodistas, quienes heredaron un periódico cimentado en pilotes editoriales claros, de su padre Carlos Pérez Perasso, deben devolver a los lectores una imagen de credibilidad para seguir dialogando como actores ciudadanos de un país que requiere vencer la pobreza, acabar con la inequidad y dar a sus nuevas generaciones esperanza y certezas.
Si, como reveló el presidente Correa ayer, hubo la intención de rectificar, porque elaboraron un borrador de disculpas, ¿qué les hizo echarse para atrás? ¿Quiénes estuvieron alentando la confrontación? ¿Si reconocieron que Palacio mintió, la próxima vez que un periodista o editorialista lo haga van a rectificar como es su obligación, ética, legal, constitucional y periodística?
De lo que se sabe, hubo varios intentos de los hermanos Pérez por asumir la rectificación y dar por terminado el conflicto en el que los metió Palacio. Algunos de sus allegados hicieron lobby para lanzar mensajes y recibir respuestas de modo que el conflicto no fuese utilizado políticamente, no perjudicara económicamente a la empresa y se garantizara con ello la estabilidad de los trabajadores y empleados. Eso, en Guayaquil, se ha comentado en algunos círculos y en distintas reuniones.
De ayer en adelante no puede haber triunfalismo de ninguna naturaleza. Ya empezaron Emilio Palacio y Carlos Vera, entre otros periodistas/políticos/activistas, a festejar como si se tratase de una vendetta ganada desde supuestas trincheras mediáticas, insistiendo en adjetivos como totalitarismo, tiranía, dictadura. Nadie puede aceptarles ese triunfalismo. Si alguien perdió, en el caso de que existieran y justificáramos la existencia de perdedores, sería la sociedad, porque nos dedicamos a ver la confrontación en vez de aprobar una Ley de Comunicación o abordar los problemas fundamentales de la gente.
Que Palacio no se sienta triunfador de nada porque él es el peor ejemplo para las nuevas generaciones de periodistas y un mal paradigma para todos los medios de comunicación, que ahora tienen a unos clones por ahí que gustosos estarían, para colocarse en pantalla y en tarima, de ser enjuiciados por alguna autoridad por la cantidad de epítetos que lanzan todos los días en sus “columnas de opinión” o en las redes sociales.
Que Juan Carlos Calderón y Cristian Zurita nos devuelvan la confianza en el periodismo, desde sus medios y funciones, cumpliendo la norma básica del oficio para contrastar las fuentes y no supeditarse a una de las partes interesadas en un conflicto.
No solo fue el artículo “No a las mentiras”;
esta es, como ya hemos dicho, una lección para todos, pero en particular para los medios de comunicación, que de un tiempo a esta parte reemplazaron a la oposición, fueron utilizados por ella y convirtieron sus páginas en escenarios de disputas ideológica y política en vez de ser lo que deben de ser: espacios para la información veraz y verificada, reflexión colectiva plural, y también en los que las ideas circulen, se contrapongan en función de la sociedad y no solo de los “poderes”.
Es una lección política para el presidente Rafael Correa, por supuesto: supo desde el principio a quién se enfrentaba, cómo iban a recibir una decisión de esa magnitud quienes siempre se sintieron inmunes a la justicia. Pero también el Mandatario sabe que la desproporción de la demanda económica desvió el centro del conflicto. Sirvió para que los abogados y los políticos oportunistas desfiguraran la raíz de los juicios. O sea, el Presidente, en su legítimo derecho y porque su dignidad estaba siendo afectada, bien pudo dimensionar el efecto y el uso arbitrario y politizado que se iba a generar por demandar a un “ente poderoso” (como es todavía El Universo) con una suma que sobrepasaba su capacidad de pago. Sabía que ofrecer esa suma al proyecto Yasuní no significaba nada para la prensa y los opositores.
La oposición se desnudó con esto: ningún político aceptaría que se lo injuriase. Y si lo han aceptado ha sido por una hipocresía sin nombre: necesitan de los medios para existir y de algunas empresas periodísticas para sostenerse mediáticamente.
De lo contrario no estarían en la escena porque su popularidad, y menos aún su prestigio, tendrían acogida en la población.
Aquellos políticos que hablaron de libertad de expresión, como el ex presidente Osvaldo Hurtado, lo hicieron desde una utilitaria condición, pues él mismo y otros más, en privado, siempre han criticado a la prensa, la han denostado y hasta humillado con sus acciones y gestiones indirectas. Cuando los medios públicos, ahora, los revelan en sus acciones y hasta en algunos actos de corrupción y en “delitos morales”, como ocurre con asambleístas de oposición, entonces somos solo gobiernistas. ¿Y no responden ellos por sus actos como autoridades cuando ofenden a periodistas de los medios públicos?
Si el Presidente extendió su perdón, ¿no corresponde a los directivos de El Universo, a los periodistas Calderón, Zurita y hasta a Palacio asumir con humildad la responsabilidad de rectificar? De lo escrito ayer, no lo van a hacer, con lo cual no contribuyen para nada al llamado que han hecho sectores “neutrales”.
De todas maneras se cierra un capítulo triste y doloroso para el Ecuador. De aquí en adelante quedan varias tareas pendientes en la agenda pública de los ecuatorianos: aprobar una Ley de Comunicación para definir las reglas claras de los medios y de los poderes. Esa es una responsabilidad colectiva que empieza por los legisladores, ahora menos presionados por el caso El Universo. Y aunque no hubiese ley, la madurez y responsabilidad de los medios, la obligación ciudadana de los políticos, y la tarea histórica de los gobernantes pasa por cumplir fielmente sus deberes y no confundirlos a favor de intereses políticos y menos por manejos oscuros de cierto lobby internacional.