La segunda década del siglo ya define al Ecuador posconstituyente
Ahora se ha sembrado mucho. Está ahí. Esperando la cosecha. Los beneficiados serán quienes, desde las nuevas generaciones, sumillen con su aprovechamiento pleno esa siembra para forjar nuevos retos. Porque si de algo podemos estar seguros es de que el año 2012 fue bueno, en la mayor y mejor extensión de la palabra. Los índices económicos son una parte indicativa de esa valoración, empero, al no englobar la totalidad, no explican su alcance. Quizá el dato más significativo sea el estado de ánimo de la gente. Las encuestas lo confirman muy regularmente en los últimos años. Y no olvidemos que estamos entre los diez países más felices del mundo.
Los ecuatorianos no ven con pesimismo su futuro. Tienen sembradas esperanzas de mejorar su calidad de vida porque en el reciente lustro han comprobado que es posible. Es más: las nuevas generaciones de estudiantes, los que salen de la escuela o están por salir del colegio, no imaginan su futuro inmediato sin estudiar. Ya no hay muchos jóvenes que tengan como destino el trabajo cuando es edad de estudiar y de disfrutar de su juventud. Aunque faltan leyes y estructuras jurídicas para sostener y apuntalar el cambio hacia la sociedad del Buen Vivir, la ciudadanía se ha encargado de desarrollar iniciativas, emprendimientos e ideales para darle sostén a lo que en principio fue una osadía política. Imaginar la recuperación de la patria era como hablar de alcanzar el paraíso terrenal o una oferta demagógica.Hoy es posible: la patria tiene sentido y un hondo contenido político desde la ciudadanía, por encima de los errores cometidos, de las falencias administrativas y burocráticas, con los actos de corrupción inaceptables y condenables, con la carencia de talento y formación general para responder a las demandas del crecimiento económico y la competencia internacional.
Todo ello ocurre con dos elementos poco valorados a la hora de la evaluación objetiva: el Ecuador no tiene moneda propia desde hace doce años y la producción petrolera, con precios altos, carece de la infraestructura para aprovecharla en su plenitud. No olvidemos que, hasta hace poco tiempo, no teníamos autosuficiencia eléctrica y la energía la importábamos. Esos factores medulares de la producción son la clave para un cambio de paradigmas si se quiere insistir en el concepto clásico de desarrollo. Sin embargo, este país sin estructura para potenciar la industria petrolera, sin moneda nacional y sin centrales eléctricas para la autosustentación sale adelante e invierte dentro de sus fronteras y no destina los recursos públicos al pago de las deudas externas para beneficio de los tenedores internos, algunos de los cuales ahora “brillan” en algunas listas de candidatos.
A pesar de ello, el Ecuador muestra una solvencia económica que lo ubica entre los dos países de la región con el mayor crecimiento. Cerró el año 2012 con un crecimiento del Producto Interno Bruto de alrededor del 5%; el desempleo cayó a un 4,2%, uno de los más bajos de la historia; la clase media crece y ocupa más del 50% de la población; el salario básico unificado aumentó a 292 dólares y este año se “dispara” a 318 dólares, ubicándose en la meta de ser el “salario digno” de los ecuatorianos.Aunque no se valore ni se tenga en cuenta en los análisis políticos que la construcción de las libertades pasa también por mejorar la calidad de vida de la gente.¿Cuanto más pobreza hay es mejor la responsabilidad de la sociedad para valorar las libertades de unos pocos, que pueden hablar y hasta gritar, mientras otros están más preocupados por sobrevivir?
Es tan cierto e indiscutible que jamás antes en la historia de la República del Ecuador la pobreza extrema por ingresos (miseria total) se había ubicado en 9,4%. En 2007 estaba en 16,9%. Y como esa pobreza ha bajado en los sectores más excluidos históricamente (indígenas, campesinos, afroecuatorianos y niños) no constituye motivo de regocijo ni de angustia de las élites nacionales, más preocupadas de ver disminuidas sus ganancias, pero jamás verificando pérdidas en sus cuentas. Por eso ahora podemos hablar (y los llamados cientistas sociales lo pueden corroborar) de que hay un cambio en la relación de poder. A secas parece nada, pero en el fondo hay un indicador: quienes nos imponían recetas, fórmulas, “paquetazos” y hasta proyectos económicos camuflados de planes sociales son los que ahora abogan por un cambio de modelo, se instalan en las listas de la derecha, aunque siempre se hayan mostrado socialdemócratas o entrevistadores críticos de todo poder.
Claro que falta mucho y un déficit gravitante es la revolución agraria, donde se asienta la esperanza de un cambio transformador de esa relación de poder para constituir otro mapa agrícola, para impulsar la soberanía alimentaria y potenciar el modo de vida que no dependa del mercado internacional y menos de la exportación de materias primas. Es paradigmático que Ecuador ahora discuta si el futuro es extractivista o es ambientalista. En esos polos no cabe distinción racional para afrontar los retos del presente. Dejar que la pobreza desaparezca por obra y gracia de la naturaleza es como pedir que solo con las lluvias se siembren y cosechen todos los productos de primera necesidad.
El año pasado, por los discursos y por los cambios de actitud de ciertas dirigencias, es notorio que ha faltado sustentación política y pragmática para colocar en su verdadera dimensión cuáles son las fuentes económicas que sacarán al Ecuador de la pobreza. Si dejar enterrado el petróleo cambiara de un día para otro el problema de fondo de la economía ecuatoriana, solo sería cuestión de firmar el decreto, pero no es posible ser irresponsable con millones de ecuatorianos que por décadas han soportado la ausencia de infraestructura de atención social básica, la cual no va a salir de los árboles ni de los pájaros.
¿Qué hace un mandatario responsable si ve que no hay escuelas, hospitales ni carreteras y menos aún recursos para las emergencias? ¿Pide prestado al chulquero internacional? ¿Se cruza de brazos y echa la culpa a la naturaleza y al pasado oprobioso que nos han legado gobiernos irresponsables con mandantes muy obedientes con sus financistas de campañas electorales?
Y también dejamos atrás un año donde la disputa mediática ha sido la palestra de fondo en la relación de poder. Tras el perdón a los sentenciados medios y periodistas hubo poca autorreflexión por parte de la prensa comercial. Ni pizca de autocrítica. No se escucharon las voces que demandaban, hace no menos de una década, una mejor calidad del periodismo para mejorar la democracia. Hoy el espíritu de cuerpo, alentado por grupos de poder, lanza a los periodistas y a los medios contra el Gobierno con consignas y hasta paradigmas que muchos de ellos ni siquiera profesan en la vida privada ni son partidarios de ser herramientas de poderes ocultos. ¿Es la prensa efectivamente un contrapoder? ¿De quién?
La prensa, en el mundo, está en crisis. De ello da fe lo que este año también probaron Julian Assange y los WikiLeaks. Y más que la prensa, quienes sostienen esa crisis, sin ánimo de superarla, son los grupos empresariales de comunicación. Para ellos sigue siendo un negocio que solo se sostiene si acumula poder e incide sobre las autoridades y con ellas toma decisiones a su favor y de sus socios. Las empresas periodísticas manejan un bien público, pero reproducen lo que sostienen los neoliberales: lo público -mientras rinda ganancia- vale y se privatiza; mientras dé pérdidas, pasa al Estado. Y como eso no es posible con la información, la disputa real es ahora discutir abiertamente hasta dónde es ético, legítimo, democrático y responsable que la información siga siendo un bien de lucro.
El año que comienza debe revelar una maduración democrática de los electores y actores políticos para garantizar la profundización del cambio, la defensa de las conquistas alcanzadas, para renovar la creatividad y hacer de cada proyecto un modelo nuevo dentro de un paradigma sólido como es el Buen Vivir. Si 2013 constituye el inicio de una nueva etapa, que sea para garantizar mejores condiciones de vida para todos, nunca para regresar a las tenebrosas épocas de los ajustes, los feriados bancarios, los congelamientos, la emigración inmisericorde y mucho menos para la privatización de los servicios públicos y hacer del Estado su monigote.