¿La Cámara de Comercio hizo el guión para un salto al vacío?
Ecuador ya no es el país que gobernaron Lucio Gutiérrez ni Guillermo Lasso. Tampoco el que diagnostica Mauricio Rodas, menos aún el que sueñan Álvaro Noboa y Nelson Zavala. Quizá es el que cuestiona Norman Wray y en donde no solo hay violencia delincuencial sino la más grave: la desatada en hogares y entre las parejas. Todos ellos apuntalaron el miércoles pasado una sola plataforma: desmontar la lógica y estructura del espíritu de la Constitución de Montecristi, aunque en el discurso algunos reivindiquen los derechos y libertades consagrados en esa Carta Política.
¿Observamos un “debate” sobre el país real, profundo y concreto que queremos cambiar todos? ¿Es posible cambiar el mapa político desde un diagnóstico en el que caben valores como “hacer plata”, “acabar con la ilegalidad de la ley”, notarizar “el cero impuestos” o “yo no soy el pasado”?
El país que describieron los candidatos presidenciales es el mapa construido sobre algunas premisas falsas o por lo menos descontextualizadas: hablan de pobreza sin considerar los datos de esa realidad y ofrecen millones de empleos a diestro y siniestro sin los presupuestos mínimos y sin “extractivismo”; reivindican las libertades (así en plural) y saturan las pantallas diciendo, en libertad, todo lo que sienten y piensan, sin miedo alguno; evocan un futuro donde no caben impuestos ni deudas y menos inversión pública, como si ahora la realidad fuese un castillo de arena que solo requiere algo de cemento.
Si esta fue la oportunidad para mirarlos en “cuerpo y alma” también sirvió para reconocer el deterioro de la reflexión, de la calidad de la propuesta y el signo que impone el show mediático. (¿No fue muy sintomático que las barras fuesen de mayoría derechista?)
Cada uno, desde sus tiendas y asesores, se considerará vencedor. Por lo pronto hubo un resultado “positivo”: quienes se asumen como los predestinados para gobernar tuvieron frente a sí sus posibles opositores del futuro y sabrán que con ellos no habrá pactos ni acuerdos, mucho menos gobernabilidad, solo oposición de la de siempre: Norman Wray tendría a las élites empresariales encima (como se reveló su reacción cuando él habló de un pacto fiscal); Lucio Gutiérrez tendría a un Álvaro Noboa exigiéndole que cumpla su palabra de no perseguirlo aunque él no pague impuestos ni cumpla las leyes laborales con sus empleados; Guillermo Lasso tendría a un Mauricio Rodas exigiéndole la propiedad intelectual de todas sus propuestas; Nelson Zavala a un Álvaro Noboa disputándole la herencia divina de gobernar en nombre de Dios.
Y, claro, todo parte de un esquema que la Cámara de Comercio de Guayaquil, en boca de la moderadora, planteó para “estimular” el debate: Ecuador no puede seguir siendo gobernado por el mismo proyecto político. De ahí que el sentido de las preguntas estuviese dirigido a satisfacer la expectativa de los empresarios y de esas élites incómodas con el modelo vigente. No tuvo los argumentos ni los insumos para, partiendo de la realidad, no de los prejuicios, posibilitar una reflexión mucho más profunda y la exhibición de planes y propuestas coherentes con esa realidad.
(¿Quizá por eso Guillermo Lasso ya tenía todo escrito y casi cronometrado al punto de que el guión, en su lógica le funcionara armónicamente?).
Un “fantasma” rondaba por el escenario y solo apareció en la boca de dos de los candidatos al final del debate, cuando se aflojaron las tensiones y dieron rienda suelta a sus más íntimas pulsiones. Ese “fantasma” decide el rumbo del debate (y de la política) cuando a él le achacan todos los males del país, pero se olvidan de que parte de la pobreza nace del poder financiero y oligárquico, que tiene a dos de sus más notables representantes como candidatos.
Si hubiese una segunda parte de este debate sabríamos cuánto evaluaron los asesores. Y en lo fundamental quedaría claro que así como se presentaron no hay posibilidades de crear una ilusión movilizadora en los electores. Si este debate, el de la Cámara de Comercio, constituye el factor de desequilibrio en la decisión de los electores, ya vendrán las encuestas para afirmarnos el peso gravitante que tiene “el fantasma” de los debates. Por una sola razón: en la lógica del marketing político gana mucho más quien sin estar presente es el más nombrado y su recurrente presencia (hasta metafórica) potencia su condición de eje de la política nacional.
Ningún candidato elevó a titular de primera página una propuesta “revolucionaria”; ninguno activó los hilos de una noticia poderosa para generar la discusión más provocadora. La idea de Lasso de cuasi privatizar la salud no daría para titular sino para llorar. Si cuando Wray propone el pacto fiscal y desde las barras de Lasso hay pifias queda claro que el Ecuador de las élites no acepta la equidad, solidaridad y mucho menos el desprendimiento económico. Y por lo mismo, Wray tendrá que explicarle al país cómo gobernaría con base al diálogo con quienes no le quieren oír y utilizarán los poderes fácticos para imponer sus voluntades e intereses.
Finalmente, todos los candidatos hablaron de democratización de la comunicación, de devolverle a la ciudadanía los medios incautados y de hacer de los medios públicos unos entes no gubernamentales. Lasso habló para las barras de no aprobar una ley mordaza y hasta Wray dijo que el “poder” no imponga la agenda en los medios. ¿Con qué ley de Comunicación? ¿La que elaboren la AEDEP, AER y Fundamedios? ¿Es para ellos que se dirige la comunicación pública? La democratización de la comunicación y sus derechos no es un asunto solo de medios, sino de políticas públicas y sinceridad ética, mediática y política de esos medios.