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El Telégrafo

“Fue una pesadilla... mire cómo me destrocé la pierna”

“Fue una pesadilla... mire cómo me destrocé la pierna”
17 de marzo de 2013 - 00:00

Laura Ballesteros nació en Esmeraldas, pero tras once años en el puerto principal asegura que se siente más guayaquileña que quienes nacieron cerca del río Guayas... y doña Laura conoce bastante de estos afluentes.

Ha pescado, nadado y lavado en los ríos que pasan cerca de su ciudad natal: el Esmeraldas y Teaone. “Desde muy niña allá se comienza a tener responsabilidades y se le pega a una la costumbre de poner el lomo en cualquier trabajo”.

Tales costumbres laborales le han servido mucho en los últimos días debido a que en Monte Sinaí, donde vive actualmente, los cauces que se formaron con las recientes lluvias terminaron por complicar su situación habitacional.

Los años de vivir cerca de ríos le dieron la oportunidad de advertir los efectos de la proximidad a una zanja que aparece cada invierno cerca de su vivienda.

Laura levantó con ayuda de sus hijos una modesta casa de caña guadúa de dos plantas que, en su parte baja -de casi dos metros de altura- tiene la cocina, comedor, baño y un patio. Mientras que en la parte alta se construyeron los cuartos.

La medida preventiva de dejar las habitaciones en la parte alta sirvió el martes 2 de marzo pasado cuando  el nivel del agua de la zanja se elevó por encima del metro de altura.

Revivir la escena cambia el tono de su voz y las palabras se entrecortan por aquel recuerdo. “Fue una pesadilla... mire cómo me destrocé la pierna tratando de ayudar a mi nieta para que no se la llevara la corriente”, comenta.

Laura describe cómo su nieta, por curiosidad, se paró en uno de los escalones y un mal paso provocó que la mitad de su pequeño cuerpo terminara en la corriente.

La abuela reaccionó rápido y  agarró de la mano a la menor. Sin embargo, el volumen de su cuerpo  hizo que perdiera brevemente el equilibrio y fue cuando raspó su pierna contra la madera de la escalera.

Han pasado tres días y Laura no ha parado de lavar la ropa que se mezcló con el agua lodosa que inundó la parte baja de la propiedad que adquirió a traficantes de tierra.

Mientras Laura muestra todo lo que ha tenido que lavar -incluso sin comer-, su esposo sale un momento a la zanja que, en su cauce normal, ayudó a lavar los mismos objetos que días antes ensució.

Su familia se dedica a la venta de agua de coco y trabajos ocasionales como domésticas y albañiles. Pese a las circunstancias, todas las actividades se mantienen.

La esmeraldeña no sabe qué esperar en los siguientes días... “Mi Dios me ayudará a salir adelante, porque nadie más apoya”.

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