El cuerpo sin vida de Hólger Nazareno, la más reciente víctima del escape de amoniaco en el puerto de Manta, yacía en una improvisada sala de velación, en el complejo de la empresa Ales.

En una esquina estaba doña Lida Quiñónez, quien lloraba en silencio y tapando su boca con un pañuelo, por la muerte de quien consideraba su hijo, ya que lo crió por 10 años.

Ella llegó ayer a la ciudad, procedente de Esmeraldas, para el velatorio. Nazareno murió la tarde del lunes, tras 47 días de agonía, producto de la inhalación de gas en el barco pesquero Betty Elizabeth.

El hombre tenía 9 hijos. Siete de ellos, con edades entre 2 y 14 años, acudieron al complejo. Ni la mayor, una adolescente de 15 años, ni la menor, quien tiene 6 meses de edad, se encontraban.   

Los menores jugaban con un balón de básquet, ajenos a la realidad que significa perder a un padre.  

Por ratos ingresaba alguno a la improvisada sala. “Mi papi, mi papi”, dijo el niño de 4 años, para de inmediato salir y seguir jugando.         

La viuda, Mariana Polo, se encontraba haciendo gestiones para que el cuerpo pueda ser trasladado a Santo Domingo de los Tsáchilas, donde será velado hasta hoy. La mujer estaba con una de sus hijas en brazos.

“Ya estamos terminando los trámites”, dijo brevemente Polo, quien destacó que la empresa SerpePacific, para la que trabajaba su esposo, ha cumplido con todos los gastos correspondientes al tratamiento médico de su cónyuge, así como con un desembolso económico para que la familia se mantuviera desde el accidente, ocurrido el pasado miércoles 23 de abril.

Ella espera que los directivos de SerpePacific se acerquen en los próximos días para dialogar acerca de la indemnización por el fallecimiento de su esposo.