Dos años de estabilidad y cambios en democracia
La pregunta que ronda en la cabeza de quienes analizan el proceso político regional y el ecuatoriano en particular es: ¿Cómo se hace una revolución en democracia?
Y la respuesta adquiere la mayor complejidad a la hora de pasar revista estos dos últimos años del gobierno de Rafael Correa. Claro: los paradigmas, modelos, esquemas y hasta fórmulas para “hacer una revolución” están cuestionados, como debe ser, por la realidad y sus demandas, tensiones, contradicciones y contingencias.
A ello habría que añadir la frase famosa de Winston Churchill y que muchos reivindican para defender la democracia liberal como el único modelo posible para el planeta: “La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”. Frase que ha servido a Slavoj Zizek, filósofo y ex candidato a la presidencia de Eslovenia, para cuestionar a quienes creen que esa democracia es de por sí la meta, el paradigma para solucionar todos los males del universo sin descontar la posibilidad de que en ella misma también está la razón de la pobreza, la inequidad y hasta los desajustes económicos mundiales.
Por lo mismo, la evaluación no pasa por la lupa de la derecha, que no acepta su debacle; por la izquierda tradicional, exasperada porque las políticas no coinciden con sus manuales; y menos por quienes, en la búsqueda de un poder, se colocan del lado de cualquier grupo que les garantice una cuota en cualquier poder.
A la luz de la realidad, compleja y absurda a veces, estos dos años están marcados por un concepto subvalorado intencionalmente: la estabilidad. Y esa estabilidad no solo la definen los indicadores económicos, pasa también por el nivel de realizaciones sociales, culturales y económicas de una nación, y no de un grupo, empresa, partido político o persona en particular.
¿Nos olvidamos de que en Ecuador están enterradas las “cartas de intención”, los “salvatajes” y los “paquetazos” como sinónimo de gestión y administración soberana?
Como dice Enrique Dussel, filósofo argentino-mexicano: “Esta es la época que le toca a la izquierda gobernar”. Y eso implica organizar y manejar la economía, contar con una agenda internacional soberana y sentar las bases de otro desarrollo y bienestar, que no estén ancladas a lo peor del capitalismo.
Ventajosamente, para todos y todas, estos dos años han sido de gobernabilidad y gobernanza, en el estricto sentido. Salvo por el lamentable y penoso momento del 30-S, el Ecuador lleva cuatro años y medio con un gobierno estable y una vida social armónica, a pesar de las calamidades de la pobreza, actos de corrupción y deficiencias propias de más de tres décadas de sometimiento a un modelo excluyente y empobrecedor.
No se trata de una estabilidad como sinónimo de inmovilidad o quietud. Al contrario: es la estabilidad de la dinámica del cambio en orden y bajo un programa y planificación legitimados por la voluntad popular. Y a eso se añade otro valor fundamental que descuentan los opositores superficiales: la confianza. La ciudadanía, los actores sociales y económicos son beneficiarios y benefactores de la confianza en la que se desarrolla este Gobierno y las instituciones del Estado, incluidos los municipios y órganos de control.
Esa confianza tampoco es sinónimo de “chequera en blanco”, abuso o falta de control. Ella pasa por la prevalencia de la realidad por encima de los discursos y la oratoria. Hay evidencias: obra pública, planes sociales, acciones concretas para emergencias o desastres, respuestas a demandas, pero también una economía administrada y planificada en función de los intereses de la gente, de las capacidades y posibilidades de la producción, sin irrespetar al sector privado y sí garantizando su desarrollo.
Y eso explica la dinámica del movimiento social: ¿Cuándo fue el último levantamiento indígena en el Ecuador? ¿Alguien se acuerda cuándo ocurrió la última huelga nacional de los trabajadores privados y empleados públicos?
Simbólicamente, estos dos años también son la era de la visibilización de puentes, carreteras, hospitales, centros de salud, escuelas del milenio, etc. En otras palabras: geografía y paisaje del país han cambiado. Lo reconocen compatriotas que vuelven del exterior o hacen turismo interno, sin descontar a los foráneos.
Con todo esto, dan vueltas también estas interrogantes: ¿Por qué parecería que hay tanta disputa política? ¿Por qué los medios exacerban la confrontación? ¿Es cierto que se vulneran derechos fundamentales, como la libertad de expresión y de pensamiento?
Ello ocurre, con los matices del caso, porque en todo proceso de transformación, aunque sea bajo la lógica de la democracia formal, las resistencias son enormes y respaldadas por otros factores.
Es innegable que han sido dos años de una disputa política e ideológica expresada en las banderas levantadas por los medios a favor de la libertad de prensa, los movimientos ecologistas, indigenistas y de maestros por las leyes de Aguas, Minería y Educación Superior y por la aplicación de políticas públicas nacionales.
Sin embargo, es innegable también que esa disputa política tiene un hondo contenido ideológico. No basta con decir “no estoy de acuerdo”. Es de responsabilidad política e ideológica (más si se autodefinen de izquierda quienes protestan) dar respuestas y alternativas válidas, oportunas y eficaces.
Entonces, por todo lo anterior, lo de fondo es que el Ecuador ha vivido estos dos años con estabilidad y confianza, el decantamiento de quiénes somos en realidad todos los actores sociales, políticos, culturales y económicos. Eso no es ni bueno ni malo por sí mismo: solo revela cómo nos estamos relacionando y desde qué posturas asumimos el destino del país.
Por eso, esa transformación revolucionaria, desarrollada en paz y dentro de los límites de la democracia formal, nos lanza un mensaje trascendental, ahora que hacemos un alto para evaluar los dos años de gestión del Gobierno: el cambio no se puede detener, hay que profundizarlo con mayores y mejores contenidos, como una responsabilidad colectiva.
El Gobierno tiene la obligación de ajustar sus tuercas en la calidad de la gestión y del gasto, en los controles contra la ineficiencia y la corrupción, omitir críticas al pasado y arribar a la propuesta de nuevos imaginarios y proyectos que cobijen todas las voluntades y aspiraciones.