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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo

Álvaro Noboa está convencido de que la quinta sí será la vencida

Era   septiembre de 2012. Una abultada billetera de color azul eléctrico era lanzada con presunta indiferencia por un magnate ecuatoriano en el estudio de un   canal internacional de noticias. Dos minutos antes, en la parte inferior de la pantalla, el generador de caracteres sentenciaba: “Saber perder”. Fue el puntapié inicial de la quinta campaña presidencial de Álvaro Noboa Pontón.

Nacido en Guayaquil, en lo que pocas veces podría ser más acertado llamar “cuna de oro”, Noboa estudió la primaria en su ciudad natal. Al igual que sus hermanos, fue enviado a Europa a estudiar la secundaria. La historia oficial dice que obtuvo el título de abogado en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Guayaquil, donde desarrolló un breve y poco documentado recorrido político. Algunos de sus amigos lo describen en aquella etapa de su vida como un “cuasi comunista”, lo cual concuerda con sus propias palabras durante el debate presidencial de diciembre pasado, cuando dijo:  “me perseguían por amar a los pobres”.

Difícilmente estarían de acuerdo con estas declaraciones quienes lo responsabilizan de los incidentes de 2002 en la Hacienda Los Álamos, cuando campesinos trabajadores  de Noboa  fueron atacados con armas de fuego en una huelga,  circunstancias pobremente investigadas por autoridades y medios de comunicación.

Tras la muerte de su padre, Álvaro estuvo inmerso en largos e intensos litigios con sus hermanos por la fortuna familiar, que dejaron más de 20 millones de dólares en honorarios a ejércitos de abogados alrededor del mundo. El desenlace de este conflicto dejó a Noboa en una posición privilegiada, desde la cual probablemente entendió que procurar el poder político es importante para mantener el poder económico.

Desde entonces   se convirtió en “Alvarito” y se presentó a la sociedad ecuatoriana como su salvador definitivo. No solo hizo uso de elementos simbólicos extremadamente arraigados en la cultura popular -lo cual no lo distinguiría del común de los políticos-, sino que  se esforzaba por encarnarlos: demasiado, dirían algunos, pese a que esa estrategia lo llevó a la segunda vuelta de las presidenciales en tres de las cuatro elecciones en las que ha participado.

Ecuador ha presenciado la creación, desarrollo y debacle de múltiples versiones de Alvarito: el hacendado generoso, el mesías enviado de Dios, el empresario visionario. Suficiente para alcanzar segundos lugares. Quizás el punto álgido de su relación con los votantes se dio en la segunda vuelta de los comicios que darían la presidencia a Rafael  Correa por primera vez. Arrodillado en una tarima, con un gigantesco rosario en el cuello, la Biblia en la mano derecha y un puñado de billetes sobresaliendo de su bolsillo, suplicaba a los ecuatorianos por su voto. Poco antes, en un confuso discurso, logró  llevar las hostilidades entre él y su adversario a un nuevo nivel, cuando al referirse a las presuntas mentiras de la campaña de Correa, exclamó impetuosamente: “desnudito te tengo, bacalao”. Quizás en aquellas ocasiones, algunos otrora votantes del líder del Prian sintieron que éste había ido demasiado lejos.

Hoy en día, Dios ya no le dice a Noboa que será presidente. Al parecer el ser supremo ha encontrado interlocutores más legítimos entre los actuales candidatos.

Sin la carta religiosa, el candidato sostiene una imagen de millonario solidario, incapaz de entender la feroz persecución que el Estado mantiene contra él para que pague sus impuestos, o el resentimiento de muchos sectores de la sociedad contra  millonarios como él.

Anhela, según mencionó  en el debate presidencial, que el público tenga con él las mismas deferencias que tiene con Christina Aguilera o Lionel Messi. Defiende persistentemente un modelo de explosivo desarrollo social a partir de la creación de pequeñas y medianas empresas, así como facilitar el crecimiento de las grandes corporaciones con un sistema tributario menos riguroso.

Mantiene la noción de progreso norteamericana de los años 50, prometiendo salarios con los que cada ecuatoriano pueda tener   vehículo y casa propios.

Todo recuento de la trayectoria de Noboa es también una historia contemporánea de la estética kitsch en la política ecuatoriana. Y es también un correlato de la innegable influencia política que ha ejercido en  los últimos tres lustros. Más allá de sus continuos fracasos electorales, Alvarito es ya un personaje mítico en el imaginario de los ecuatorianos de toda clase social.

Este es su mayor logro y su mayor problema: mientras más se convierte en pintoresco referente de la historia política en el Ecuador, más alejado queda del poder.

2006. En una entrevista Alvarito produce el que quizás sea uno de los momentos con más carga irónica de la historia política nacional, al hacer una analogía entre sí mismo y el personaje principal de una graciosa película de Woody Allen, curiosamente llamada Bananas.

Con esa referencia el candidato trataba de explicar que, al igual que lo que sucedía con la amante del personaje principal del filme, a sus rivales políticos siempre les parecía que a él le faltaba algo.

Con el paso de los años, este episodio ha tomado aspecto de confesión de diván: Alvarito, el hombre que lo tiene casi todo pero a quien algo le falta, parece estar condenado inexorablemente a apostar periódicamente mucho de su capital –económico, subjetivo, espiritual- para obtener lo único que no posee. 

Alguien podría decirle que desde la teoría lacaniana se conoce que ese objeto perdido, aquel que llegaría a completar al sujeto en falta, no existe y, por tanto, aquello que conscientemente anhela no es en realidad lo que desea. Pero Alvarito, sujeto persistente según sus amigos, no parece ser un hombre que escuche consejos ni sepa perder.

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