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Urvina y su legado de liberalismo social

Urvina y su legado de liberalismo social
01 de marzo de 2015 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

El 17 de julio de 1851, José María Urvina fue proclamado Jefe Supremo en Guayaquil, impugnando el giro ‘godo’ o conservador de Diego Noboa y la supuesta traición a los ideales de la Revolución Marcista de 1845. Pocos días después, el 25 de julio de 1851, redactaría la ley social más importante del siglo XIX: el decreto de abolición de los esclavos que en su considerando principal justificaba su promulgación, dado que “los pocos hombres esclavos que todavía existen en esta tierra de libres, son un contrasentido a las instituciones republicanas que hemos conquistado y adoptado desde 1820; un ataque a la religión, a la moral y a la civilización; un oprobio para la República y un reproche severo a los legisladores y gobernantes”.      

El general Urvina fue un liberal nacionalista y se erigió como el caudillo militar que era capaz de gobernar con mano firme, sin descuidar el cariz social de las reformas que efectuó.

En 1852 se reunió una nueva Asamblea Nacional en Guayaquil para reformar la Constitución de 1845, y entonces, una mayoría lo ratificó como presidente, ante el retiro voluntario del candidato Francisco Xavier Aguirre Abad.

La búsqueda del caudillo militar percibido como un líder de férrea personalidad, capaz de imponer la paz, la seguridad y el orden, ha sido sustancial en la cultura y mentalidad política ecuatoriana, a través de la historia.

Por ello, se veía a Urvina como el ‘hombre fuerte’ que podía manejar las riendas del joven país. En uno de sus mensajes al Congreso, Urvina expuso su propio credo: “La fuerza armada es la base del poder público, y mucho más en los pueblos incipientes, donde no hay aún hábitos arraigados de obediencia a la ley, donde faltan costumbres republicanas, y donde la democracia necesita hacer todavía conquistas”.1

Pero Urvina también fue el líder popular que atrajo la simpatía de las tropas  y otros sectores populares, quienes le siguieron porque supo implementar políticas de corte democrático y liberal. Cuando se produjo la abolición de la esclavitud, algunos terratenientes empezaron a traer chinos para reemplazar la mano de obra esclava en las faenas agrícolas. Sin embargo, Urvina recibió algunas quejas de maltrato y decidió suspender definitivamente la llegada de asiáticos al país.

Otra medida acertada fue la liquidación de las protecturías indígenas, lo que sirvió como antecedente para la eliminación del tributo indígena que se sancionó en 1857, durante el gobierno de Francisco Robles.

Quizá la decisión política más polémica en el gobierno de Urvina fue la expulsión de los jesuitas, según la interpretación de que la pragmática de Carlos III (1767) no se había extinguido. Entonces, se evidenció la pugna del caudillo militar con la élite terrateniente serrana que se mostraba reacia a aceptar las reformas liberales que introducía.

La más importante de las reformas económicas fue, a no dudarlo, la supresión de los aranceles a las exportaciones, archivando así las medidas proteccionistas que habían sido caballo de batalla de los terratenientes serranos desde la época colonial.

En torno a Urvina se había concretado un pacto político interclasista entre el ejército -fortalecido y controlado por el caudillo- y los agroexportadores costeños, que resultaba inédito en la historia del Ecuador. Por primera vez, dos sectores aparentemente opuestos unían esfuerzos para impulsar reformas de tinte democrático y progresista que sentarían precedente.

El rasgo personal que más se resalta en el perfil de José María Urvina es su enorme popularidad entre las milicias y los sectores populares. No en vano logró organizar una guardia personal conformada por negros y mulatos que recibió el nombre de ‘tauras’. Estos fieles seguidores a los que, irónicamente, el presidente llamaba sus ‘canónigos’, fueron vistos con perspicacia por sus rivales políticos, los conservadores. Según Benigno Malo, Urvina se había reservado esa “energía africana para salvarse de alguna revolución que su inconsecuencia con los partidos podía promover”.2       

En el balance final, Urvina es el dirigente nacional que sale airoso en su intento por transformar estructuras caducas, bajo la inspiración de un reformismo liberal cimentado en el ejercicio de un gobierno fuerte, sostenido por el brazo armado. Ese anclaje institucional, a su vez, le permite negociar con el sector más modernizante de las oligarquías nacionales: la élite agroexportadora de Guayaquil y la Costa.

Pero quizá el factor decisivo que explicaría el éxito del proyecto urvinista en una sociedad profundamente conservadora sea su indudable ascendiente popular. Se dice que ni siquiera sus enemigos se atrevían a escamotearle la popularidad de la que gozaba entre el común de los ecuatorianos. También es cierto que hizo méritos para ganarse ese sitial, impulsando y favoreciendo políticas sociales que redundarían en mejores oportunidades y condiciones de vida para quienes se beneficiaron de ellas, particularmente los negros que fueron liberados de la esclavitud.

1. Gabriel Cevallos García, Visión teórica del Ecuador, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Puebla, Edit. Cajica, 1960, pp. 620-621.

2.  Benigno Malo, Escritos y discursos, Tomo 1, Quito, Editorial Ecuatoriana, p. 442.

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