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“Nunca pierdas la fe, porque la fe mueve montañas; el Dios que se menciona en la Biblia es el mismo que yo pude ver”, afirma la superviviente

Una nueva oportunidad de vida

Una nueva oportunidad de vida
16 de marzo de 2014 - 00:00

Por: Olga Naranjo Riofrío y Cristina Cazorla, Universidad Politécnica Salesiana. Docente tutor: Susan Escobar

El que sobrevive pasa trabajos para dormir, mas no para soñar. Lo ocurrido el 27 de febrero de 2010 se volvió una cicatriz, pero, sobre todo, punto de partida para volver a nacer.

Como terapia a Rosa Benites, actual docente de la Universidad Politécnica Salesiana, le aconsejaron contar este suceso, ya que así lo superaría poco a poco. Lo hizo a su hija, mas a su otro pequeño no le dijo nada debido a que él quedó inconsciente durante el suceso.

Como muestra de agradecimiento a Dios, la familia Tapia Benites forma parte de talleres de motivación y de charlas espirituales.

Ella junto a otros líderes orientan a las parejas de su urbanización donde comparten la palabra y cuentan su experiencia de vida.

Considera que no es casualidad lo que vivieron y hubo un propósito en el hecho de que se mantengan juntos. “Si tú tienes fe, para el que cree todo le es posible”.

Momentos del terremoto

“Cuando sentí el movimiento telúrico me asusté. Desperté a mi esposo Álex Tapia. La habitación contigua era la de mis hijos, ellos se habían dormido en la misma cama. El remezón fue tan fuerte que apenas pude levantarme, corrimos a verlos, y fue en ese momento que el edificio se partió en dos. Lo único que gritamos fue: ¡Dios, protégenos!”.

La estructura se derrumbó hacia el lado del departamento en el que ella y su familia vivían.

Mientras este se iba desmoronando Rosa vio cómo su hijo menor de un año once meses caía, quedando todos bajo los escombros.

“Gracias a Dios el colchón donde los niños dormían cayó sobre nosotros protegiéndonos; pero el resto de pertenencias se iban sobre él. Por el peso de todo, creí que moriríamos ahogados”.

Alex  Jr., Rosa María Benites de Tapia, Álex y Doménica sobrevivieron al terremoto de Chile.

De pronto se dio cuenta de que su hija mayor, Doménica, estaba cerca de su brazo izquierdo, lo que la tranquilizó. La nena gritaba: “¡mamá, mamá ¿qué pasa?! Ella le contestó convencida: “tranquila mija, vamos a salir de aquí”. A la vez se escuchaban los gritos desgarradores de sus vecinos quienes también pedían auxilio.

“En mi desesperación de madre trataba de encontrar a mi hijo. Le pedí a Dios que me ayudara mientras estiraba mi brazo buscándolo hasta que pude tocar su cabello. En ese instante sentí que la sangre regresó a mi cuerpo”. Gracias a la siguiente réplica, sostuvo, con tan solo dos dedos logró halarlo y arrastrarlo hacia su cuerpo. “No sé de dónde saqué fuerzas”. La familia entera ya estaba reunida.

Rosa María sentía un viento helado y no sabía de dónde provenía. “Observé una luz y le dije a mi esposo: esa es la que nos conducirá a la salida, ve a buscarla”. La claridad tan solo era visible para ella, por lo que a su esposo se le hizo difícil encontrarla. Pese a que él no la visualizaba completamente fue en busca de ayuda. Mientras se apartaba, el orificio al que yo llamo “triángulo de la vida”, se estaba cerrando poco a poco. Ella se impresionó, y empezó a gritar.

Álex Tapia regresó e intentó abrirlo nuevamente para sacar a su esposa y a sus hijos.

Con las piernas dormidas Rosa María tuvo dificultad para salir. Apenas podía dar unos pasos. Su esposo exclamaba: “¡Negra, por tus hijos haz el intento de salir!”. Los niños y él la miraban aterrorizados. Al final, la cargó en brazos y fue así como la rescató.

Al derrumbarse el edificio la familia cayó a un hueco de seis metros aproximadamente. Tuvieron que escalarlo para salir.

Para ello utilizaron las vigas peladas más los pedazos de cemento de la estructura como escalera.

Aquella luz que Rosita notaba era la de un foco de emergencia que había quedado encendido. El pasillo del edificio se había partido por la mitad, y se encontraban casi al comienzo de este, pero la salida les daba al otro lado, por lo que tuvieron que recorrer cerca de seis metros.

“Mientras caminábamos observamos precipicios que llevaban al subsuelo. Con los pedazos de madera que encontramos logramos hacer un puente. A medida que avanzamos en busca de la brisa más fuerte, el foco se apagó. En ese momento llegaron los bomberos y nos colocaron una escalera ayudándonos a bajar, ya que al escalar, sin percatarnos, habíamos pasado el nivel de la calle”.

La familia Tapia Benites salió por sus propios medios. Los socorristas nunca les preguntaron sus nombres ni tampoco les dieron los primeros auxilios. Ellos estaban preocupados por rescatar más gente. “Logramos salir a través de un clóset que en un principio creíamos que era una ventana. De tantas opciones los bomberos colocaron la escalera precisamente por donde salimos. Nos vieron, nos ayudaron a salir y continuaron con sus faenas de rescate”. Cuando el pánico cesó al fin, agradecieron a Dios por estar vivos.

En 2012, dos años después, el equipo de salvamento junto y su esposo afirman que la única habitación a la que se tenía acceso era la de sus hijos. Las demás –tanto la de ellos como la sala- estaban impedidas por vigas. También se enteraron de que habían caído sobre uno de los vehículos que estaba en el subsuelo, el techo del carro se hundió y tomó la forma de ‘cunita’, y el colchón fue su protección.

Álex cuenta a su manera todo lo que le tocó vivir aquel fatídico día.

“Ahora valoro mucho más las cosas del día a día y la vida. En ese momento Dios nos cuidó, nos protegió, nos ayudó a superar los traumas. Esta experiencia me ha llevado a aumentar mi fe, acercarme más y a ser más creyente. Cuando pasamos ciertos problemas o situaciones difíciles conocemos el verdadero significado y su importancia en nuestra vida”, sostiene.

Reconoce que ahora ve la vida de manera diferente y reflexiona acerca de lo poco que se valoran las cosas importantes.
“Salimos de esa situación con la fe puesta en el Creador. Considero que las cosas no pasan por casualidad, todo tiene una razón de ser”, insistió.

Tapia relató que durante el movimiento telúrico él y su familia quedaron atrapados en la planta baja del edificio y cuando despertó todo estaba oscuro. Escuchaba a su esposa algunos metros más arriba, ella le decía que veía una luz.

Él no recuerda si al segundo o tercer día de la tragedia fue a reportarse. Su jefe vivía cerca del edificio Alto Río, cuando lo vio imaginó lo peor, los creía desaparecidos o muertos.

“Por eso fue tan grande la alegría de encontrarnos vivos a mi familia y a mí”. Mi jefe estaba tan impresionado por la forma en que se derrumbó el edificio”.

En esos días, la comunicación se restablecía poco a poco y había dificultad en la señal de radio, televisión y otros equipos.
Las líneas telefónicas estaban colapsadas. “Al tercer o cuarto días logré comunicarme con mi familia en Ecuador, gracias a unos vecinos que me prestaron un celular. Les dije que todo estaba bien, quedaron más tranquilos al escuchar mi voz”.

A la pregunta sobre ¿qué pensaba en esos momentos?, expresó que: solo en salvar a su familia y en tratar de ayudar a la gente que pedía auxilio, aunque no pudo hacer mucho por la oscuridad.

Revela que lo ocurrido fue muy duro para él y sus allegados, pues les cambió la vida por completo.

“No fue fácil al principio, pero gracias a la ayuda de profesionales, familia, amigos pero sobre todo la de Dios, logramos salir adelante y seguir nuestros objetivos”.

Las causas del desplome

Un informe realizado por el Instituto de Investigaciones y Ensayos de Materiales (Idiem) de la Universidad de Chile detectó incumplimientos de la norma de hormigón armado, errores de cálculo y cambios en planos del edificio.

Ingenieros estructurales con experiencia en sismos afirman que nunca una estructura se cae por una sola causa, sino por una suma de estas. En el caso del desplome del edificio Alto Río de Concepción, se sumaron cuatro.

Uno de los principales problemas estuvo en los pilares del primer piso, donde se produjo una fractura a lo largo de toda la edificación.

Otro inconveniente se produjo en los llamados ejes (pilares) 11, 17 y 24. Los fierros que deben ir por su interior no tenían el largo que dicta la norma internacional.

Una falla más fue que el suelo sobre el que se levantó la obra fue calificado como Tipo II (firme), cuando en realidad era de Tipo III (medio). Estos y otros factores incidieron en la caída del inmueble donde vivía la familia ecuatoriana que ahora da fe de un milagro..

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