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Los vendedores están desapareciendo. Algunos caminan por las zonas periféricas de la ciudad

Una costumbre que se resiste a morir

Ellas conocen a su propietario, saben el lugar en donde tienen que detenerse y hasta las casas de los clientes. Pocas veces pasan inadvertidas ante la gente. Foto: Janmmel Arveláez / ULVR
Ellas conocen a su propietario, saben el lugar en donde tienen que detenerse y hasta las casas de los clientes. Pocas veces pasan inadvertidas ante la gente. Foto: Janmmel Arveláez / ULVR
28 de junio de 2015 - 00:00 - Karolina Dávila. Estudiante de la ULVR

“Una persona que realiza esta labor y se preocupa por su familia es responsable”, comenta Luis Ávila, de 42 años.

Este hombre es uno de los pocos vendedores de leche de chiva que recorren las calles de Guayaquil. Ávila, quien es oriundo de la provincia de Loja, vive en Guayaquil hace 30 años junto a su esposa y sus 2 hijos, y es él quien se encarga de todo lo relacionado con los gastos de su hogar.

Cuenta que solo terminó la instrucción primaria y que su jornada de trabajo comienza a las 07:00 y culmina pasadas las 13:00.

El recorrido inicia desde el segundo puente de la Perimetral donde se ubica el tanque elevado de Interagua. Luego camina varios minutos para localizar a sus clientes que van a ingerir la leche de chiva.

Este comerciante tiene dos rutas para realizar la venta. De lunes a viernes camina por la parte de atrás del Suburbio, cerca del Estero Salado, y los sábados y domingos recorre la Perimetral hasta llegar por el hospital Guayaquil, donde un chofer en una camioneta lo recoge para llevarlo a casa, también cerca de la vía Perimetral.

Luis tiene un total de 60 clientes, de los cuales 30 son fijos. La jornada diaria le deja una ganancia de $ 45. Asegura que los días que gana más dinero son los fines de semana.

Por ello no deja pasar ninguna fecha sin trabajar, y si lo hace, es para realizar actividades familiares que debe cumplir, como alguna reunión en la escuela de sus hijos.

El costo del vaso de leche es de $ 0,50 y $ 1,00, aunque el valor real es $ 1,50 y $ 2,00, pero este comerciante prefiere vender en el mismo precio para no perder su clientela y, además, terminar más rápido la venta.

Recorridos periféricos

En su recorrido encuentra a varios niños, por eso al grito de ‘chiva, chiva, chiva’, corren en busca de sus padres para que les compren el producto.

Álex Franco, de 4 años, se desespera por un vaso de leche. Pero no es el único. Rosa Guaranda, de 81 años, también degusta de la delicia láctea todos los días. “Soy clienta fiel de don Lucho y tomo leche desde chica porque me hace bien para la tos”. 

“Todos toman la leche de chiva, los niños, adultos, y lo hacen porque es beneficiosa para la salud, cura la gripe, la tos y la anemia”, acotó Luis.

Para la doctora nutricionista Mariuxi Egas Miraglia, la leche de chiva es nutritiva. “El mismo hecho de provenir de un animal le otorga proteínas. Pero es importante revisar la composición de la leche, porque cada especie tiene su nivel de proteínas”, indica la especialista.

Un trabajo sacrificado

¿Por qué Luis decidió emprender este negocio? ¿Quién le enseñó esta labor? Cuenta que primero trabajó como chofer en Santo Domingo de la Tsáchilas, pero la actividad no era de su agrado porque muchas veces el clima le jugó malas pasadas.

“Algunas veces las llantas patinaban y eso me generó temor. Un día decidí que era mejor caminar y así me sentí más seguro. Recuerdo que salí a caminar por la ciudad y vi a varias personas dedicadas a este negocio. Me hice amigo de algunas de ellas y así aprendí el oficio”.

A mucha gente no le agrada este tipo de trabajo, por lo agotador que resulta. Elisa Armijos, de 37 años y esposa del comerciante, dice que el trabajo dignifica al ser humano, pero la actividad que realiza su pareja es muy peligrosa por los sectores que recorre.

“Sé que es un hombre esforzado, que busca el bienestar de su familia, pero camina por la Perimetral y el Suburbio Oeste. Siempre temo por su vida”.

Luis conoce bien su ruta de trabajo. Para facilitar la caminata bautizó a cada animal con un nombre: María Cecilia, Rosita, Martha, la Pintada, Tomasa y la Cachuda, esta última es la líder del grupo. Afirma que esta chiva es la que decide en dónde se detienen y cuándo empiezan a caminar.

Derribando un mito

Muchas personas en Guayaquil, en especial quienes consumen este producto, creen que en la ubre de las chivas se les inyecta leche. “Biológicamente eso no se puede; ese mito tiene sus años, pero en realidad es imposible”.

Luis Ávila no se detiene ante ningún comentario. Tiene muy claro que todos los días tiene que llevar dinero para mantener a su familia.

Las calles son su empresa, esa empresa que él recorre bien agarrado de las riendas de sus chivas. (I)

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