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Tarros de herbicidas llegan a orillas del norte

Una comunidad acorralada por el nuevo Guayaquil

La población de Solfo, ubicada en el km 1,6 de la vía Terminal- Pascuales (polo de crecimiento de Guayaquil), sueña con agua potable y servicios básicos. William Orellana / El Telégrafo
La población de Solfo, ubicada en el km 1,6 de la vía Terminal- Pascuales (polo de crecimiento de Guayaquil), sueña con agua potable y servicios básicos. William Orellana / El Telégrafo
07 de septiembre de 2015 - 00:00 - Redacción Guayaquil

¿Qué es Solfo? Las 22 familias guayaquileñas que viven en una humilde comunidad con ese nombre no tienen respuesta.

“No sabemos”, coinciden niños, jóvenes, adultos y ancianos del lugar, donde hay árboles de guaba, limón, coco, maleza y casas de caña.

En los mapas tampoco está dicha tierra de color amarillo; y en buscadores vagamente se la relaciona con fotos de alguna piedra rara.

La última imagen, sin clarificar el “enigma”, parece una metáfora de su realidad. Son extraños. Se convirtieron en un pequeño campo (que existían en antaño en la zona norte antes del diseño del ‘nuevo Guayaquil’) que ha quedado acorralado por dos sofisticadas urbanizaciones privadas y un extenso cinturón de concreto llamado vía Terminal-Pascuales (km 1,6).

La lucha por mantener un estilo de vida “financiado” por la naturaleza cada vez se torna más difícil. Desde el fondo de la comunidad, que limita con el río Daule, llega en canoa, con el rostro adusto, un habitante que vive de la pesca.

Luego de una fría madrugada, regresa a las orillas de Solfo, a las 11:00, solo con un pequeño bagre colgando de una piola.

Delia Aspiazu, madre de familia de dos niños, cuenta que cada vez hay menos especies y, en consecuencia, menos ingresos. Los vecinos tienen dos opciones: lo venden en Pascuales o lo cocinan. “La vida es dura”, confirma Delia. “Hay ocasiones en las que no se pesca nada”.

Ella, una mujer amable, suele acompañar a su esposo en las faenas. Salen en la noche y regresan al día siguiente. “Hace mucho frío. Se ven culebras que saltan en el agua, que vuelan”, describe con temor. En “días buenos”, continúa, pueden obtener ingresos de $ 10 por la venta de los mariscos. 

El comunero Modesto Domínguez considera que el “desarrollo” avalado por las autoridades está matando la fuente de alimentos. “¿Por qué no se preocupan del río en vez de estar pensando en poner un puente por aquí (viaducto Guayaquil-Samborondón)”, cuestiona al alcalde Jaime Nebot Saadi.

Para mostrar el daño se acerca a la fangosa orilla y toma varios envases plásticos amontonados y que flotan diariamente. En ellos reza herboxone y clincher (herbicidas). “Este veneno viene del río. Así alejan el camarón”, denuncia preocupado.

Solfo también es el vecino extraño que hacía ladrillos y tenía arrozales. Luego de la colonización de las inmobiliarias los habitantes dejaron las actividades porque no se ajustaban al estatus del sector. El ganado también desapareció. Actualmente, algunos hombres buscan trabajo de albañiles. Los adultos mayores no saben leer, ni escribir.

Varias veces han sido tentados para que vendan sus tierras para urbanizarlas. “No ofrecen un precio justo”, recuerda Perfecto Pinela.

Ellos, confiesan, saben que son el vecino raro de tierras apetecidas. Sin embargo, son felices a pesar de no tener servicios básicos. “Pero no tenemos que pagar (alícuotas) para que nos arreglen el jardín. Este es gratis”, aclara Perfecto. (I)

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