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San Francisco y La Merced: dos plazas históricas

La plazoleta de La Merced nació con la iglesia del mismo nombre y empezó a edificarse en 1850.
La plazoleta de La Merced nació con la iglesia del mismo nombre y empezó a edificarse en 1850.
11 de mayo de 2014 - 00:00

La plaza de San Francisco se remonta a la época colonial (finales del siglo XVII), cuando huyendo de las amenazas piráticas, los guayaquileños construyeron Ciudad Nueva. En 1700, ya se habían repartido los solares circundantes y bordeando la plazoleta estaban las casas de Antonio Salavarría, Francisco Castañeda, Joseph Morán, Magdalena de Castañeda y Juan de Aguirre, así como el propio convento de San Francisco que aún no ocupaba la totalidad de la cuadra.

El Cabildo amenazó con derribar el convento de los franciscanos porque habían construido más allá de la línea de fábrica; sin embargo, los clérigos impusieron su voluntad gracias a sus influencias. No en vano la cofradía de Nuestra Señora de los Ángeles, a cargo de la congregación seráfica, era una de las más populares de la ciudad, pues agrupaba a los trabajadores de los astilleros y sus familias.

La plazoleta y luego plaza de San Francisco fue el punto medular de Ciudad Nueva. En ella se celebraban todas las fiestas populares: corridas de toros, juegos de luces, comedias y elección de reinas desde 1900. También convivía la otra cara de Jano: en el siglo XIX, en tiempos de revueltas, la plaza se convertía en sitio de horca y paredón.

Desde 1880, la plaza alberga la primera estatua monumental que tuvo Guayaquil, dedicada a Vicente Rocafuerte y elaborada por el artista-ingeniero Aime Millet.  A partir de entonces se llamó, indistintamente, Plaza de San Francisco o Plaza Rocafuerte. En 1896, las secuelas del “incendio grande” afectaron a tan bella estatua; no obstante, se mantuvo en pie y su restauración corrió a cargo de la Sociedad Filantrópica del Guayas.

A pesar de su talante circunspecto, Vicente Rocafuerte ha sido muy inquieto, pues al monumento lo han movido varias veces, a lo largo y ancho de la plaza. En 1917, el escritor José Antonio Campos (Jack the Ripper) ironizaba que la estatua estaba creciendo, pues se añadió un bloque de piedra debajo del zócalo original. Hoy diría Campos que Rocafuerte se está “hundiendo” en una piscina, en medio de una plaza más limpia y con mayor espacio para transitar, pero con pocos árboles.

Por su parte, la plazoleta de La Merced nació con la iglesia del mismo nombre, cuya construcción empezó hacia 1850. En el plano de Manuel Villavicencio (1858) se observa un terreno vacío frente a la iglesia que ocupa la cuarta parte de la manzana, entre las calles Nueva, de la Gallera, Olmedo y La Merced, posteriormente llamada calle de Bolívar o del Bajo.   

En 1867, el viajero francés De Gabriac relata el ambiente que se vivía en una fiesta religiosa de La Merced: “En la mañana hubo una gran misa, donde las damas asistieron en vestidos negros y cubiertas de sus mantos como de costumbre; pero fue en la noche que tuvo lugar la ceremonia principal. La plaza vecina había sido engalanada con estandartes y colgaduras. Había guirnaldas, farolillos, linternas chinas exuberantes, en fin, una iluminación completa, sin olvidar desde luego, los juegos de artificio, candelas romanas y sobre todo los petardos… Mientras estas detonaciones se hacían escuchar fuera, interiormente se celebraba la salvación, sin reverencia o no, por lo menos muy alegremente”.

El barrio de La Merced siempre fue considerado aristocrático, pero perdió su carácter residencial, a medida que se asentaba la modernidad y se densificaba la movilidad humana en el centro. A partir de 1895, La Merced también recibía el nombre de “Plaza de Pedro Carbo”, pues ya se proyectaba levantar una estatua en homenaje al tribuno liberal guayaquileño.

El 10 de agosto de 1907 se inauguró el parque Pedro Carbo con un elegante diseño de rejas bajas y pequeños jardines, en torno a un farol que se emplazó justo en el sitio escogido para el monumento. Por fin, el 8 de diciembre de 1909, los guayaquileños pudieron apreciar la obra escultórica del italiano Augusto Faggioni, con un Pedro Carbo de rostro severo en el centro de una de las plazas más agradables que tiene la ciudad.

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