Son las diez de la mañana del miércoles y decenas de comensales llenan Sabora, un local en las calles Capitán Nájera y Guerrero Martínez, en el oeste de Guayaquil. 

La especialidad del restaurante es el chaulafán criollo, que consiste en un plato con porciones de melloco, habas, mote, papa y huevo. A esta mezcla de sabores andinos los acompaña una salsa de maní con cuero y una porción de fritada.

El negocio abrió hace doce años, pero es el resultado de toda una vida de trabajo, cuenta Rosa María Tierra Macas, propietaria del local.

La microempresaria es oriunda de Riobamba y vino a trabajar a Guayaquil desde pequeña. Recuerda que en su adolescencia recorría a pie la ciudad ofreciendo porciones de mote con cuero de cerdo.
Cuenta que en aquella época, hace 18 años, su mayor preocupación era  tener problemas con la Policía Metropolitana, porque era prohibido vender en la calle.

“Nunca me voy a olvidar de que una mañana, los municipales se llevaron la canasta llena. Ese día perdí lo que ahora suman 20 dólares”, indica Rosa María Tierra. La comerciante dice que a partir de  esa experiencia se propuso formalizar su negocio para evitar más pérdidas.

Tierra, en sus inicios, instaló una carretilla en la esquina de las calles Capitán Nájera y Guerrero Martínez, pero pronto  la dueña de esa casa esquinera le propuso que alquilara uno de los  locales del sector.

Tierra aceptó el negocio y  Sabora abrió sus puertas para ofrecer un único plato, el chaulafán criollo.

“Al principio solo era mote y cuero, pero a petición de los comensales hemos sumado a la receta fritada, arverjas, choclo, chifles y otros ingredientes que han gustado”, sostiene la pequeña empresaria.
En sus inicios, el local vendía 50 platos de dos dólares, pero ahora comercializa 200 platos diarios.

A Sabora llega gente de todos los rincones de la ciudad, cuenta la propietaria del negocio. Explica que entre sus clientes están  los trabajadores de los talleres mecánicos de la zona, personal de oficinas, vendedores  y médicos.

Los sabores andinos se conjugan de una manera que logran cautivar a los cientos de comensales que llegan a diario al negocio de Rosa Tierra.

El local es ahora un emprendimiento familiar, que atiende al público de 09:30 a 16:00, los siete días de la semana. “Aquí la gente viene porque sabe que la comida es fresca. Todos los días preparamos los alimentos desde que amanece”, señala la propietaria del local.

Rosa Tierra no tiene entre sus planes expandir su negocio porque explica que el sector donde está ubicado es estratégico ya que sus clientes saben donde ubicarla.

El servicio a domicilio es una posibilidad que aún no descarta, pero  que analiza con cuidado para asegurar un buen servicio.