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Las calles están llenas de polvo. La obra municipal no ha llegado a esta comuna

Puerto Roma, un poblado que pertenece a Guayaquil, sigue olvidado en el manglar

Una pequeña cancha de tierra es lo único que tienen los niños para hacer deporte. Foto: Cortesía / UCSG
Una pequeña cancha de tierra es lo único que tienen los niños para hacer deporte. Foto: Cortesía / UCSG
06 de septiembre de 2015 - 00:00

Por Fernando Monroy y Raúl López

El ruido de carretas, taxis y camiones destartalados interrumpe la tranquilidad de la mañana en el muelle del mercado Caraguay, al sur de Guayaquil. Este sitio es  la única conexión con Puerto Roma, el hogar de cientos de personas que se ofician como cangrejeros y que viven en el Golfo de Guayaquil.

Son tiempos de veda, esto significa que los botes hacia Puerto Roma son escasos. Sus habitantes son los herederos de una tierra en donde el agua potable, la energía eléctrica, la educación y la salud son un punto ciego en la agenda de las autoridades. Muy a pesar de que son parte de Guayaquil, en donde las autoridades municipales aseguran que existe un ‘modelo exitoso’.

El viaje en lancha a motor

En el muelle del mercado, la gente rumora que si una persona logra viajar, tal vez no regrese hasta el siguiente día, porque las travesías son poco comunes en temporada de veda. Pero solo son especulaciones. La ‘Manaba’, una mujer de ojos color miel, es la encargada de transportar a quienes van en busca de ese pueblo olvidado. El viaje dura  1 hora y 30 minutos, y aunque parezca pesado no lo es, por la vegetación que se puede apreciar durante el trayecto y la parte porterior de las ciudadela La Pradera y los Guasmos.

Ya  a la orilla de Puerto Roma se levantan casas humildes y pequeñas chancheras artesanales que fueron construidas sobre el río con ramas y troncos del manglar. En una de sus calles encontramos a Máximo Carpio, presidente de la comuna, quien no tardó en denunciar las carencias de su gente. Se refirió a Puerto Roma como un pueblo aislado, dividido de Guayaquil por el agua. Para él, las autoridades municipales los han abandonado.

Él y su esposa aseguran que en el centro educativo de la comunidad las clases no se desarrollan con normalidad, que apenas hay 8 profesores de los 14 que deberían trabajar en una escuela y colegio que ofrecen hasta el primer año de bachillerato.  Carpio dice que los profesores faltan constantemente.

La directora del plantel educativo, Mariana Avelino, manifiesta que en la institución estudian más de 400 alumnos y que algunos de los maestros cumplen dos jornadas. “Trabajamos cinco profesores en la mañana y tres en la tarde. Los de la matutina también colaboramos en el horario vespertino”. Además, dice que antes había 11 profesores, 3 de ellos licenciados, pero se fueron porque ganaban 380 dólares al mes y no tenían nombramiento. Ella admite que ante la falta de catedráticos han tenido que repartirse 2 o 3 cursos por profesor para enseñar.

“No tenemos los elementos básicos para trabajar, no hay agua; tenemos luz, pero solo durante 2  horas”, se queja la docente.

La directora añade que varias  computadoras del centro educativo se han quemado por sobrecarga de energía, que es distribuida gracias a un generador, donado por el Municipio de Guayaquil, para cerca de los 1.500 habitantes que viven en el sector. Pero de ahí no hay obras.

Avelino revela que cada vez son menos los alumnos que van a estudiar. “Yo empecé con 59 estudiantes en octavo año, ahora apenas tengo 29 en primero de diversificado”, asegura. Uno de los motivos de tal deserción estudiantil es que los alumnos se casan muy jóvenes y prefieren trabajar en la recolección de cangrejos que ir a estudiar. Esa actividad es la que predomina en esta población que pertenene al cantón Guayaquil.

Uno de ellos es Jairo, él tiene 20 años, cuenta que solo estudió hasta sexto año de básica y que desde ese momento se dedica a coger cangrejos, una labor heredada y que le representa de 20 a 30 dólares diarios. Jairo admite que, así como él, varios de sus amigos abandonaron las aulas ante la falta de dinero.

Hay quienes nunca han tomado un libro en su vida, como Roberto. Él no nació en Puerto Roma, pero se ha desempeñado toda su vida como cangrejero y estaría dispuesto a estudiar, ya que en su infancia, marcada por el trabajo, no había escuelas cercanas. Él cree que su oficio los ha condenado, pues coger cangrejos es lo único que saben hacer.

Las calles de Puerto Roma pocas veces lucen con personas. Las mujeres permanecen en sus casas cocinando o cuidando a sus hijos más pequeños, mientras los hombres, cuando es temporada de cangrejo, desde muy temprano viajan hasta el estero Mondragón, en donde realizan su jornada diaria. Pero en estos días la rutina del lugar se altera. Es tiempo de veda y el único entretenimiento son los naipes, mientras los niños se dedican a jugar entre ellos.

La única forma de llegar a esta olvidada y deteriorada comunidad es vía marítima. Todos los alimentos, medicinas, materiales de construcción e insumos son difícilmente trasladados en pequeños botes que se han convertido en el único nexo que los mantiene en contacto con el desarrollo urbanístico.

El paisaje de Puerto Roma es sombrío. Según datos del INEC, este es uno de los recintos de la parroquia Puná y posee cerca de 1.500 habitantes. (I)

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