El Cristo del Consuelo atrajo promesas y ventas
Robert Barros salió con su silla de ruedas por las calles de Guayaquil en la mañana de este viernes 19 de abril. Él llevó sentados en cada una de sus piernas a sus dos pequeños hijos. Su esposa empujó la silla, por la intersección de las calles A y Federico Goding.
La familia entera escoltó la procesión del Cristo del Consuelo, la más importante de Guayaquil, que se celebra el Viernes Santo. Los feligreses, como Robert, se sobrepusieron a cualquier dificultad y participaron en el masivo encuentro de creyentes católicos.
Robert, a pesar de que está afectado por el cáncer, estuvo en la partida (Iglesia Cristo del Consuelo) desde las 07:00. El recorrió los dos kilómetros hasta la Plazoleta Cristo del Consuelo. “Salí con mi familia para pedirle salud a Dios”, expresó Robert.
En la edición número 59 de esta peregrinación la intensidad de los rayos del sol fue menor que en los años anteriores. Por ello, las motobombas del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, estacionadas en puntos estratégicos dosificaron el agua que arrojan con sus mangueras sobre los más de 500.000 católicos que este viernes recorrieron el Suburbio porteño.
Algunos ciudadanos como Rafael Pérez, desde el balcón de su casa, lanzó botellas con agua purificada para calmar la sed de las personas que acompañaron a la imagen de Cristo. Él, con cautela, las lanzó a quienes pasaron por el portal de su casa.
Otros, en cambio, llevaron su carro y se estacionaron en la 12 y Sedalana con fundas de agua. Las obsequiaron a los transeúntes deshidratados por la humedad del momento. El ambiente estuvo por los 28 grados centígrados a las 11:00.
La fe se expresó de diversas maneras en las calles. Carlos Versoza, un hombre de la tercera edad, caminó con una imagen de madera de Jesús. Él sujetó con todas sus fuerzas el rostro de color café.
Carlos anduvo los dos kilómetros con la efigie de 30 libras de peso. Para él es una tradición acudir a esta cita, pues lleva 40 años consecutivos recordando este día de esa forma. “Saco fuerzas de donde puedo”, expresa el hombre que restauró la pieza de madera, cuyo origen desconoce.
También la adulta mayor Silvia Holguín se sumó a la masa humana que caminó con Cristo por las calles principales del Suburbio. Ella se sujetó con seguridad de su caminador y a paso lento cumplió con su tradición católica.
La mujer agradeció a su Dios por la vida que lleva y por la familia que tiene. Hace cuatro años utiliza la ayuda técnica, pero ella se moviliza a casi a cualquier parte.
También Humberto Mendoza, de 22 años, se sacó los zapatos, se recogió la basta de su jean y cumplió con la penitencia de andar descalzo en la procesión. El piso estuvo tibio y cubierto de pequeñas piedras puntiagudas. Empero parte de su promesa, que prefirió ocultarla, implicó soportar el dolor.
Uno de sus retos fue evitar que las personas le pisaran los pies en el Puente de la A, ya que la multitud empezó a empujar a los demás para acercarse a la imagen que fue llevada hasta la Plazoleta Cristo del Consuelo.
Los policías que custodiaron la realización del rito pidieron constantemente que avanzaran rápido, con el fin de evitar que alguien resultara aplastado o hacinado.
En este año, más que en el anterior, fue evidente la presencia de personas que comerciaron alimentos, productos en la zona y servicios.
Luisa Mendoza, vecina del sector, sacó al pie de su casa una pequeña mesa y comerció corviches por $ 0,50. Ante el olor a pescado algunos se detuvieron y aprovecharon para desayunar rápido, sin perder de vista la “caravana”.
Asimismo, ante la necesidad de los ciudadanos, otros optaron por alquilar los baños de sus inmuebles por el mismo precio. Pero el negocio más ingenioso, fue el de una vecina de la Plazoleta que cobró $ 0,25 por pasar por la sala de su casa y su cocina para llegar más rápido a la Plazoleta.
Es que su vivienda, que está junto al Estero Salado, está al final de una calle sin salida. Pero si ingresa por la puerta principal del inmueble y sale por su patio, se acorta el camino. Esto permitió a los que iban atrasados adelantarse a la procesión mediante el citado atajo.
Los vecinos, que se esmeraron preparando y vendiendo comida, miraban con desconcierto cómo ella captó más volumen de usuarios y dinero. En 15 minutos pasaron más de 100.
Al final, los católicos hicieron fila para acercarse a la efigie y realizar diversas peticiones a Dios. Algunos también tuvieron que acudir a una carpa especial para retirar a niños y documentos extraviados en la procesión más concurrida del país. (I)