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Paulina Vélez llega lúcida y saludable a los 100 años

Paulina Vélez llega lúcida y saludable a los 100 años
21 de enero de 2012 - 00:00

La entrada del inmueble donde algún día funcionó el Instituto Tecnológico Superior Franklin Verduga Loor, construida en forma de arco con bordes de estilo clásico, evoca un aire de nostalgia para Paulina Vélez de Verduga, una dama  que el próximo 30 de enero cumplirá 100 años de edad.

Dedicada a la docencia durante la mayor parte de su vida, Vélez es la madre de conocidas figuras de la política y sociedad ecuatoriana, como César Verduga, ex ministro de Gobierno; Franklin Verduga, ex diputado; e Ilitch Verduga, columnista de El Telégrafo, tres de los siete hijos que procreó junto a su esposo, Franklin Verduga Loor (+).

Pese a los años, doña Paulina mantiene la lucidez necesaria para sostener una conversación. Su forma de andar, asimismo, le hace aparentar menos edad.

En una oficina donde el retrato de su difunto cónyuge es la primera figura visible en su escritorio, doña Paulina toma asiento para empezar a evaluar el siglo de vida que está por alcanzar.

“Todos me preguntan lo mismo”, responde sonriente cuando se le inquiere sobre su secreto para llegar a tantos años sin una pizca de vejez.

Si la lectura le ha fascinado, si se pasea cotidianamente, evita comer en la calle, o no padecer más de la cuenta por las dificultades que hoy la vida le presenta,  ella no se permite dar consejos sobre la forma de llegar lúcida y saludable a los cien años.

Pero lo cierto es que no para de sonreír en cada frase que pronuncia y le cuesta mantener las manos quietas. Su gesticulación es tan dinámica como las historias que relata.

Nacida en Portoviejo, en los días en que ese cantón manabita lucía como un pueblo “en el que todos conocían a todos”, doña Paulina cree que la docencia hay que llevarla en la sangre para saber enseñar.

Tercera entre cuatro hermanos, de sus padres recuerda la mística laboral. “Con tan poca tecnología, en los pueblos había que ser ingenioso y trabajador para salir adelante”.

Una vez egresada de la secundaria, decidió dedicarse a la enseñanza y conoció a don Franklin, por la afinidad en esta labor.

No da mayores detalles de cómo empezó a formar su familia, pero por más de cuarenta años su vida alternó entre la vocación  de profesora y madre.

El privilegio de tener tantos años también le ha permitido conocer decenas de gobiernos. “Me hubiese gustado conocer a Eloy Alfaro, pero justo fue asesinado el año en que nací”, afirma.

No se atreve a decir cuál de los gobernantes fue el que peor se desempeñó -uno de los secretos de su larga vida es no sufrir por cosas superficiales-, pero sí considera que Carlos Julio Arosemena Monroy “fue el más humano”.

El ex Mandatario fue amigo cercano de Franklin Verduga Loor. “Tan íntimos, que mi esposo sufrió persecución por parte del gobierno militar”.

Franklin Verduga fue tomado preso y llevado a Quito. Posteriormente salió hacia Chile, junto a su familia.
En esa época, mientras su esposo se dedicó a la docencia universitaria, doña Paulina se encargó de apoyar a sus hijos mientras desarrollaban sus carreras.

“Estos aspectos hay que saber tomarlos como mejor se pueda, pues en familia cada uno tiene un rol que cumplir”.

Durante esta época, hizo una pausa en la carrera docente. “Mi esposo empezó a juntar muchos libros y gracias a ello pude continuar cultivando la lectura”.

Durante la conversación, varias llamadas telefónicas interrumpen el hilo de las remembranzas. Los hijos y nietos están cada día pendientes de su matriarca.

“Ellos cuidan de mí todo el tiempo”, manifiesta doña Paulina, para quien las reuniones de Navidad y Año Nuevo son todo un suceso, por la cantidad de familiares -sin contar a los parientes políticos- que llegan a saludarla.

En 1978, “cuando las aguas bajaron”, la familia Verduga Vélez regresó a Ecuador y casi en forma inmediata fundó el instituto tecnológico que recibió el nombre de  su mentalizador: Franklin Verduga Loor.

“Fuimos los primeros en Guayaquil”, comenta la dama portovejense. A partir de este momento, retoma brevemente su carrera docente.

Hace varios años, debido a la depuración realizada a nivel educativo superior, el instituto cerró sus puertas y dejó de impartir enseñanza. “Si no se insistió es porque creo que mi ciclo, en ese aspecto de mi vida, concluyó”.

Otra virtud que se destaca en doña Paulina es la necesidad de salir a defender a sus hijos debido a polémicas políticas. “No me han temblado las manos ni los labios para transmitir las palabras que fuesen necesarias para hacer respetar el apellido de mi esposo”.

Un aperitivo en medio de la conversación. Teniendo varias alternativas, se inclina por la más dulce y azucarada.

“Tengo todo en orden, según mi médico, y aún no hay necesidad de restringir los alimentos”, manifiesta con una sonrisa porque aún puede comer todo lo que se le antoja.

Solo una situación borra brevemente la sonrisa de su rostro: la muerte de su compañero sentimental hace más de once años.

“Ese sí fue un golpe duro”, dice con voz entrecortada mientras mira la foto de don Franklin en su escritorio.
Entre alegrías y tristezas, doña Paulina se considera una persona realizada. “Todos mis hijos son profesionales, tengo nietos abnegados y bisnietos juguetones... Ser una maestra ha sido un privilegio más que un trabajo”.

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