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Olmedo y el 9 de Octubre (I)

Olmedo y el 9 de Octubre (I)
05 de octubre de 2014 - 00:00

A ningún compatriota le debe tanto el país como al poeta, abogado y político, don José Joaquín de Olmedo; toda nuestra independencia está imbuida de sus ideas libertarias. En las Cortes de Cádiz, cuando Ecuador era todavía colonia de España, se destacó por pronunciar un discurso en el que exigía la abolición de las mitas y  también expuso los fundamentos ideológicos de Octubre de 1820 y Marzo de 1845, que desde entonces han alimentado el anhelo de libertad de los ecuatorianos.

Para Olmedo, las leyes sabias deben no solo proponer el benéfico fin que buscan sino que son sabias si “hacen felices a los pueblos”. He ahí la gran diferencia con las propuestas actuales de los llamados países desarrollados; he ahí lo moderno de su pensamiento: la felicidad del ser humano debe estar por sobre todo. Luego estampará estas ideas en el Acta de Independencia y en el Reglamento Provisorio de Gobierno de la Provincia Libre de Guayaquil.

Las leyes de la patria fueron iluminadas desde las tempranas horas de su existencia por las ideas de Olmedo, que también le guiaron en su actividad política. En la Proclama a la Nación, suscrita por el Triunvirato que sustituyó a Flores luego de la Revolución Marcista de Guayaquil, y del que Olmedo fuera su presidente, defendió los derechos del hombre, no los tan cacareados por el imperio, que solo a él le benefician, sino los que conducen a la auténtica libertad; fue también el primer y único Presidente de la Provincia Libre de Guayaquil.

Para don Aurelio Espinosa Pólit, Olmedo no solo es prócer del Ecuador sino que también es el “Hombre de América”, porque además de ser el primer funcionario público que “legítimamente gobernó un jirón del territorio nacional independizado” en el que durante cinco lustros ocupó importantes cargos oficiales, “nunca por él apetecidos y desempeñados siempre con el máximo desinterés y la máxima pulcritud”, es también la voz de América que lanza el grito libertador, la enfática proclama de una fase divisoria en el destino de las naciones independientes, “dueñas en adelante de su autonomía soberana y de su porvenir”. Hermoso sueño frustrado, posteriormente, por las garras imperiales.  

Olmedo, José de Antepara y José de Villamil regresaron a Guayaquil en 1814 y juntos trabajaron con ahínco en propalar las ideas libertarias y en postular las leyes que regirán a una república independiente, democrática y soberana, tarea nada fácil si se considera la época en que vivían, luego de que los próceres del 10 de Agosto de 1809 habían sido ejecutados para impedir la independencia. Ese grito de libertad no fue apagado por el martirologio sino que, por el contrario, le dio aliento y ahora se propagaba no solo entre nosotros sino que se había enraizado en todos los ámbitos de la gran Patria Latinoamericana.

Mientras tanto, Simón Bolívar avanzaba desde Venezuela y Colombia al mismo tiempo que, después de independizar Chile, San Martín mantenía el bloqueo sobre el Callao; Guayaquil se convertía así en un punto estratégico.

A fines de septiembre de 1820 arribaron a Guayaquil Miguel de Letamendi, Luis Urdaneta y León de Febres Cordero. Procedían de Lima, donde habían sido retirados del famoso batallón Numancia por haber manifestado simpatía por la independencia y por sus expresiones de rebeldía, e iban en dirección a Caracas. José de Antepara, amigo de Miranda, que con otros guayaquileños pregonaban el ideal libertario, no dudó en invitarlos a que participasen en la revolución que estaban fraguando. 

José de Villamil con Ana Garaycoa, su esposa, organizaron en su casa, situada en el malecón del puerto, una velada social en honor a Isabelita Morlás, hija del Ministro de las Cajas Reales, don Pedro Morlás. Ese día, domingo 1 de octubre de 1820, Villamil lo creyó propicio para además organizar una reunión conspirativa, por lo que solicitó a José de Antepara que también invitara a los que estuvieran dispuestos a unirse a la revolución.

Asistieron a la recepción todos los patriotas guayaquileños, los jefes del batallón de Granaderos y los oficiales venezolanos.

En medio de la jarana, bajo el son de cuanta música de moda sonara y lejos del consabido bullicio, don José de Antepara se reunió con los demás rebeldes. Al acercarse la medianoche y luego de acordar que la revolución estallaría en las primeras horas del 9 de octubre, los patriotas juraron ofrendar su vida, de ser necesario, a cambio de conquistar la libertad. Don José de Antepara llamó a ese juramento ‘La fragua de Vulcano’, le puso este nombre en honor al hijo de Júpiter y Juno, cuyas manos forjaron las invencibles armas de Aquiles, y ninguna obra merecía perdurar tanto como la libertad de la Patria, cuyo destino quedó sellado para siempre al asumir los patriotas el compromiso de vencer o morir.

León de Febres Cordero hizo caer en cuenta a los presentes que el tiempo apremiaba,  dijo que no sería meritorio unirse a la causa de la independencia luego de que después de mil sacrificios Bolívar y San Martín la lograsen, que ese rol sería indigno de ellos. Pero que, en cambio, del triunfo de la revolución en esta importante provincia iba a depender el éxito de ambos generales, a causa del efecto moral que esto iba a producir, aunque no produjera nada más: “El ejército de Chile conocerá que no viene a un país enemigo y que en caso de algún contraste tiene un puerto a sotavento que se puede convertir en un Gibraltar. El General Bolívar nos mandará soldados acostumbrados a vencer y desde aquí le abriremos las puertas de Pasto que le serán muy difícil de abrir atacando por el norte”.

José de Villamil recuerda esas palabras en su “Reseña de los acontecimientos políticos y militares de la provincia de Guayaquil”. 

En la madrugada del 9 de Octubre de 1820, y bajo la consigna de “Viva la Patria”, ocultándose debajo de los portales de Guayaquil, protegidos únicamente por la penumbra que el tempranero sol pronto despejaría, los patriotas partieron a tomar el Cuartel de Granaderos y cumplir así su histórica misión; previamente habían distribuido tareas y responsabilidades a desempeñar.

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