Niños trabajan para ayudar en el hogar
Es cerca del mediodía y el sol golpea con intensidad en la intersección de las avenidas Rodolfo Baquerizo Nazur y Benjamín Carrión, en la ciudadela La Alborada. El calor, el smog de los vehículos, el ruido de los pitos de los buses y la agitación marcan la actividad comercial incesante de este sector del norte de la ciudad. Este es el escenario de Andrés y Leonardo, quienes permanecen en una esquina vendiendo periódicos.
Para esta hora, Andrés de 15 años pero con apariencia de 12, ya ha terminado el recorrido que cada día, desde hace más de un año, realiza por varias etapas de la urbanización, llevando las noticias debajo de sus brazos delgados. Su día empieza a las 05:30 y termina pasadas las 23:00.
“Luego de la venta, voy a mi casa a almorzar, descanso un rato y de ahí, hago los deberes. Voy al colegio Juan Manuel Córdova, que queda en Bastión Popular, cerca de mi casa, a partir de las 19:00”, dice Andrés, con el rostro aún cansado por la caminata de la mañana.
Él y su hermano trabajan para ayudar a Piedad Robles, su madre de 39 años, quien también pasa la mañana con ellos en la calle, vendiendo diarios como El Universo, El Comercio, El Telégrafo, Diario Super y PP.
“Yo trabajaba como empleada doméstica pero era muy cansado, me quitaba todo el día y, además, no pagaban bien. Vi que a mi suegra y a mi cuñada les iba mejor en el negocio de los periódicos, así que decidí entrar”, sostiene mientras cuenta que diariamente ganan un promedio de $10 y que este valor aumenta de $20 a $25, dependiendo de las promociones o productos especiales que vienen con los diferentes diarios.
Andrés explica que su papá tiene un taller de enderezada y pintada de vehículos y que ellos no trabajan por obligación, sino para ayudar en su casa y para aprender el valor del esfuerzo. “Hay niños que solamente pasan en casa estudiando o jugando y cuando crecen desconocen lo duro de la vida y quieren seguir siendo dependientes de sus padres. Ellos no saben lo difícil que es conseguir el dinero, economizar”, afirma Piedad, mientras aclara los motivos por los que está de acuerdo con que sus hijos trabajen con ella en la calle.
Sin embargo, afirma que la educación es importante, por eso este año matriculó a sus hijos en el ciclo nocturno para que alcancen a llegar a tiempo. “El año pasado estudiaban en la tarde y debíamos correr para llegar puntuales, ahora es más sencillo”, dice la madre.
Pero Kelvin López, de 39 años, dice que hay que tener mucha suerte y una gran madurez emocional para no corromperse con el trabajo callejero. Él habla desde su experiencia, pues fue betunero desde los 7 hasta los 13 años en su natal Cascol, en la provincia de Manabí.
“Existen dos caminos: que uno se haga adulto a la fuerza o que se haga delincuente, que se agarre algún vicio como el alcohol o la droga”, afirma mientras mira por el retrovisor de uno de sus nueve taxis. Hoy es conductor profesional.
Andrés y Leonardo son parte de la estadística levantada por el Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia (CNNA) en el año 2009, que indica que 2.8% del total de menores en la Costa se dedica al trabajo infantil.
La mañana avanza y en otro punto de la ciudad está Carlos Moreira, de 11 años. Su figura pequeña de poco más de un metro, de piel oscura, y cabello ensortijado, se mueve con agilidad entre los camiones, tráilers y vehículos pesados que circulan por el kilómetro 23 de la avenida Perimetral, a la altura de la entrada de la Línea 8.
“Agua, agua, lleve”, vocea. En sus manos lleva una funda transparente con varias botellas del líquido, energizantes, bebidas aromáticas de boldo y leche de soya. Carlos vende el producto a los conductores de los vehículos, mientras desde el parterre lo observa Luis Moreira, de 37 años, su padre.
Carlos, su padre y sus cuatro hermanos menores viven en la Cooperativa San Francisco, una zona cercana a la Penitenciaría del Litoral en el noreste de Guayaquil.
Él no va a la escuela al igual que sus otros hermanos. El año pasado cursó hasta quinto grado y este año debe trabajar para ayudar a su papá, quien tuvo un accidente laboral que ahora le impide desempeñarse con normalidad.
“Desmontaba cerámica de un container y cargué demasiado peso. Se me dislocaron tres vértebras y ahora ya no puedo trabajar”, dice Luis con aflicción.
Su tiempo de ser niño es pasadas las 15:00, cuando retorna a su casa y juega partidos de fútbol con sus vecinos o con sus hermanos.
“Ahora como no puedo tener un trabajo estable, el dinero no me alcanza para ponerlos en la escuela”, afirma Luis, mientras agrega que Carlos le manifestó que ya no quería seguir estudiando y que prefería trabajar para ayudar en su casa.
Su historia es parecida a la de Sebastián Quijije, de 13 años de edad, quien labora en la vía a Daule al pie del Parque Industrial California. Sebastián, lo mismo que Carlos, no estudia y debe ayudar a su padre a trabajar para él y para sus hermanos.
Él acude a este punto todas las mañanas a partir de las 8 desde la Cooperativa Ciudad de Dios, en el noroeste de la ciudad y permanece hasta las 6 de la tarde. “Con el dinero que gano ayudo en mi casa y también ahorro para poder estudiar el año que viene”, dice Sebastián, mientras sostiene la botella de refresco que vende en las líneas de buses que circulan por el sector.
De su vida familiar no habla mucho, solo dice que tiene cuatro hermanos y que no tiene mamá. “Se fue con otro hombre cuando yo era pequeño. Nos abandonó”, afirma con la mirada fija.
Su colega de calle es Jefferson Suárez, de 12 años, quien vende pequeñas fundas de agua de coco. Él, en cambio, acude a la escuela todos los días en la tarde desde las 12:30 y trabaja solo los fines de semana, sin embargo el miércoles pasado no tuvo clases – dice- por lo que aprovechó el día para ir a vender sus productos y sacar algo “para las golosinas del recreo”.
“He visto cosas feas por aquí: niños a los que han atropellado o robado, pero a mí nunca me ha pasado nada”, cuenta con algo de temor.
Jefferson explica que vive en la Cooperativa Voluntad de Dios con sus padres. Ella trabaja como empleada doméstica y él como albañil. No obstante, él busca salir a trabajar porque - explica- quiere tener su propio dinero.
“Mis padres dicen que no trabaje, que ellos me dan todo lo que yo necesite”, confiesa.
Según el Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia, un 5.4% del total de la población infantil en el país se dedica a realizar actividades laborales.