Motocicletas son el único puente entre Monte Sinaí y área urbana
Una quebradiza construcción de caña, con una hoja de zinc sostenida por maderos endebles, el suelo polvoriento... ese es el paradero. Allí debajo, Zoila Mosquera, de 23 años, y su pequeña Laura, de 6 meses, se cubren del resplandor del sol mientras esperan pacientemente, en un día laborable, por una de las motos que brindan el servicio de transporte público en Monte Sinaí, un populoso sector de la ciudad donde ella habita, junto con casi 100 mil personas.
“Traigo a mi hija de su chequeo médico, porque ha estado con algo de malestar”, explica mientras se sube, cuidadosa, en la moto, con la bebé tomada por un lado y la pañalera por el otro.
Zoila vive en la cooperativa denominada Realidad de Dios, un lugar de complicado acceso durante el invierno por la gran cantidad de agua de lluvia que se acumula a lo largo de varios tramos, y por el lodo que se forma en sus calles estrechas, sinuosas y sin asfalto, que se han abierto con dificultad entre las elevaciones de tierra o pequeños cerros que conforman este sector.
Al igual que ella, miles de familias viven en condiciones similares. En el sitio abundan las construcciones de frágiles casas de caña y -en el mejor de los casos- de madera. Allí la falta de servicios básicos, como agua potable y alcantarillado, es evidentes.
Además de los citados problemas, uno más se suma a su realidad: la falta de transporte adecuado para quienes habitan en las cooperativas asentadas en Monte Sinaí.
Es por esto que una agrupación independiente, de aproximadamente 25 motorizados, brinda el servicio a zonas como Voluntad de Dios, Realidad de Dios y Trinidad de Dios, hasta donde no llegan las tradicionales líneas de buses o taxis.
“Por la avenida principal de Monte Sinaí, es decir, la que está asfaltada, circulan algunos buses de la línea 132; pero solo hasta ahí llegan, no más, y nos dejan lejos de nuestras casas (algunas a 15 minutos por caminos fangosos). Por eso, nos parece que estas motos nos ayudan mucho y brindan un servicio que es muy necesario, especialmente en el invierno, que es cuando todo se complica por el lodo y el agua”, afirma Juan Ayala, quien utiliza el informal transporte desde hace 8 meses para ir desde su casa hasta la avenida principal, donde toma un bus urbano.
“Llevamos un año atendiendo a los moradores del sector. Hemos tenido buena acogida. Esta actividad, además de ayudarnos a llevar el pan a nuestras casas, nos sirve para apoyar a la comunidad”, explica Rolando Vernaza, de 42 años, quien es el tesorero de la asociación.
Según él, la agrupación no se encuentra regulada por ninguna institución ni autoridad. “Nosotros mismos hemos tratado de normarnos y de manejar este grupo”, añade.
Explica que sus horarios son indefinidos, pero que las horas en las que tienen más demanda son las de la mañana, entre las 05:00 y las 09:00; y en la tarde, entre las 14:00 y las 19:00.
“Cuando es época de clases, el mediodía se vuelve muy movido, hay bastante trabajo para todos; pero ahorita estamos un poco flojos en ese horario”, sostiene.
De acuerdo con el tesorero de la agrupación, varios de los motorizados que trabajan también se dedican a otras actividades, por lo que solamente llegan por horas. Sin embargo, por la falta de un empleo estable, la mayoría de ellos se dedica únicamente a trabajar en las motos, como es el caso de Jesús Vera, de 21 años.
“Diariamente nos hacemos un promedio de $ 20. De eso sacamos para la gasolina y para nuestros gastos”, sostiene el joven.
Julián Pivaque es otro de los moradores del sector que utiliza este tipo de transporte, “muy conveniente” para esa orografía. “El valor que pagamos es $ 0,25 por carrera, que puede variar si es que la distancia a donde nos dirigimos es grande, cuando vamos lejos. Yo no tendría problema en pagar más, porque es un servicio que es bastante útil”, afirma este habitante del bloque 3A de Realidad de Dios.
No obstante, las lluvias de los últimos días ha complicado el trabajo de los motorizados.
Acción comunitaria
En Realidad de Dios, el pasado miércoles, aproximadamente dos metros de terreno cedieron hacia un torrentoso cauce, formado por una tubería de agua de lluvia, lo que dejó incomunicados a dos grandes grupos de viviendas.
Los más perjudicados fueron los que brindan este servicio de transporte.
Una gruesa caña sirvió de puente a los hombres y mujeres de la zona, que debían ingeniarse una forma de atravesar ese peligroso tramo. Por su parte, los motorizados se arriesgaban a cruzar por un sector del “río” que se formó a un costado del camino.
“Esto ocurrió a las 05:00. Yo estaba cruzando y sentí que esta parte se hundió. Me asusté porque llevaba pasajeros, pensé que me iría abajo”, relató Óscar Villegas, miembro de la asociación de motorizados, pero que trabaja de forma independiente desde hace 5 años.
Luis Alberto Holguín, otro propietario de una moto, sostuvo que el terreno se había ablandado, pero que antes no estaba así.
“Hacen falta tubos más grandes que ayuden a evacuar el agua y que no nos causen este perjuicio. Nosotros vivimos de esto”.
Iván Pincay, otro ciudadano del sector y también usuario del servicio de los motorizados, reclama mayor atención de las autoridades, pues afirma que año a año tienen problemas similares.
Iván vive casi 10 años en la zona. Su casa de caña, en la que habita con su familia, está a unos 50 metros de la zona del colapso de la vía. Allí la situación es igual o, incluso, peor.
En medio de las vías secundarias inundadas, una tubería rota que sirve para la evacuación del agua de la lluvia es usada como piscina por los niños de la cooperativa. Desde la parte más alta posible y en medio de piruetas y trampolines, los pequeños, siempre bastante entusiasmados, se lanzan y chapotean en este improvisado parque acuático.
“Aquí sucedió algo parecido a lo de afuera. La calle se llenó de agua y colapsó. Entre todos buscamos sacos de cascajo y arena para rellenar los bordes de la tubería y ayudar a que las motos circularan, aunque de todas maneras muchos se quedaron sin poder salir hacia sus trabajos”, indica Fermín Mite, mientras señala hacia su casa de caña, que sobresale de en medio del cenagal que la rodea.