Migrantes tienen un retorno navideño con sabor a crisis
La pantalla muda del aeropuerto indica el estado de los vuelos y anuncia que faltan solamente diez minutos para que los migrantes pasen por esa puerta y se conviertan, nuevamente, en residentes de su país.
Es la escena de las 05:00 y de las 20:00, horarios en que llegan los aviones provenientes de Nueva York y Madrid a Guayaquil.
Los viajeros aparecen con menos maletas, pocos regalos y mucha preocupación por la situación económica que atraviesa España, país que fue para ellos en años anteriores una suerte de paraíso donde “se trabajaba tanto como se ganaba”, según Mariana Torres, auxiliar doméstica, que regresa preocupada, pero contenta.
“Quiero ver mi barrio, a mi familia, prefiero no pensar en el paro, en lo que me podría pasar si pierdo mi trabajo. España fue un escape para mí cuando no encontré un trabajo durante la crisis bancaria, pero ahora hasta he pensado en regresar al país, cuyo desarrollo se aprecia mejor desde afuera”.
Otra mujer se frota las manos y no despega los ojos del marco de la puerta automática por la que pasan todos los migrantes. Como otras madres mayores de 50, que esperan a sus hijas, está rodeada de sus nietos y nietas, la segunda generación que se encarga de criar: “Ella me dice cuando hablamos por teléfono que el trabajo está escaso, que hay mucha gente desocupada en Madrid porque el turismo ha bajado”.
La angustia velada de Isabel Burbano se repite en otras personas que aguardan en el aeropuerto Simón Bolívar, antes de las 20:00, para recibir a los migrantes que llegan en el vuelo de Iberia.
En esta Navidad, el vuelo de Madrid trae pasajeros que empujan enseres repletos de modestia.
La escasez contrasta con el panorama del año pasado, lleno de fundas de centros comerciales, con nombres impresos de marcas reconocidas y papel tissue.
Sobre una de las dos maletas de Sandra viaja una consola de Wii, regalo para su hijo de 12 años al que poco le importa el obsequio porque lo que quiere es abrazar a su mamá.
Madres, hermanos, hijos, amigos y vecinos contemplan con ilusión aquella puerta. Los niños juegan a perseguirse o a las peleas, pero una pequeña llamada Samantha espera sentada a Yadira: “¡Mi mami, mi mami, mi mami!...”, le grita a su abuela de vez en cuando.
“Ya mismo sale un pescado que viene y te muerde porque no le gustan los malcriados”, le responde la mujer, ensayando cierta pedagogía del terror para callarla, aunque no le funciona. En la entrada del aeropuerto, los que se cansan de esperar el arribo, salen a comprar comida para lanzársela a los peces.
Diferente es el escenario que pinta el vuelo proveniente de Nueva York. Las familias lucen ojerosas, vistiendo sus uniforme de trabajo, preocupadas por las maletas extraviadas de sus parientes, pero visiblemente felices.
“Mi hija viene cada dos años, yo tengo acá a los bebes porque para ella es muy difícil tenerlos allá”, cuenta Jaqueline Arteaga.
El más pequeño de sus cuatro nietos llega al aeropuerto con un pequeño banquito de madera. Abre una mochila mientras sus hermanas juegan y corren, utilizando el piso encerado como pista. José no ha terminado sus deberes y se esfuerza por completar las oraciones.
“Ella los extraña, pero yo pienso que soy mejor mamá para ellos en este momento, no por nada he tenido siete hijos”, comenta, mientras empiezan a desfilar los migrantes, oliendo a detergente norteamericano y pisando el suelo con botas de felpa.
Angélica Martínez, vestida muy elegante, con el cabello casi blanco de lo platinado que lo lleva, regresa como todos los años en Navidad a su país. “Es diferente, no tengo claro todas las cosas bonitas que hay allá, pero aquí la gente te mira a los ojos en la calle, así somos los latinos, cálidos”.
Aunque la modestia de la noche contrasta con la bonanza de la mañana, pese a que muchos no conocen los orígenes de la crisis española y las implicaciones de los préstamos subprime, todos los viajeros consultados tienen cierta esperanza.“¿Por qué creo que las cosas van a mejorar en España? No lo sé, quizás es una cosa de ser ecuatoriano, nosotros siempre salimos adelante”, comenta Daniela, que viene desde Madrid preocupada por la contracción del sector turístico.
“Si antes contrataban a 40, ahora se quedan con 20”, cuenta, “y lo que más miedo me da es que el banco me quite mi casa. Hace poco no más una señora ecuatoriana fue desalojada en Torrejón de Ardoz; la gente que hace activismo en España, parte del grupo de los indignados, la quiso ayudar”.
A Samuel sus vecinos lo reciben con una camiseta del “Ídolo del Astillero” mientras los primos le comentan del fútbol pero él también habla de política: “Ahora que ganó el PP lo que alguna gente teme es que quieran sacar a los migrantes y se hagan más fuertes los controles”, asegura.
Pero no hay relato triste o crisis económica por terminar de afrontar que no se borre al menos cuando los familiares se reencuentran, en cuyo instante ríen o lloran abrazados. “Estoy pensando seriamente en acogerme al Plan Retorno, con todo lo que ha pasado en estos años, le tengo más fe a mi país”, concluye Samuel.