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Conocidos como ‘lagarteros’, estos cantantes trasnochan en varios sectores de la urbe

Los serenateros de las esquinas aún mantienen la tradición musical

Más de 30 personas ofrecen sus servicios musicales a lo largo de la calle Esmeraldas. Foto: Archivo/ El Telégrafo
Más de 30 personas ofrecen sus servicios musicales a lo largo de la calle Esmeraldas. Foto: Archivo/ El Telégrafo
06 de septiembre de 2015 - 00:00

Juan Numerable y Carolina Aragón  

El vehículo empieza a rodar despacio y en segundos los serenateros lo rodean. Las ofertas van y vienen. Con guitarra, acordeón y otros intrumentos musicales. Las propuestas son variadas y al alcance de todo bolsillo.

En Guayaquil todavía perdura una romántica serenata de pasillos, valses y boleros al son de viejas guitarra y melodiosas voces. Los encargados de todo eso son los músicos populares que mantienen vigente esta tradición que nació en la década del 20, cuando los músicos de la época eligieron una cantina ubicada en las calles Quito y  Clemente Ballén (en donde hoy está ubicada una farmacia). Ahí todos los días, al caer la tarde, se reunían junto con los poetas, quienes les entregaban sus poemas para que los músicos los convirtieran en canciones, a este lugar se lo llamó la ‘Lagartera’, cuenta la historiadora Jenny Estrada.

Al llegar la noche, los bohemios, enamorados, trasnochadores y amantes de estas melodías, llegaban a esa esquina para contratar a los dúos, tríos y grupos de músicos que con guitarras en mano entonaban pasillos, valses, boleros y otros géneros y cuyas voces se esparcían en el silencio de la madrugada y al pie de los antiguos portales, balcones y calles de nuestra ciudad.

En aquella época era una forma muy común de enamorar a las jóvenes.

La historiadora asegura que después de algún tiempo, aproximadamente en el año 50, la ‘Lagartera’ cambió de lugar y se ubicó en las calles Santa Elena (hoy Lorenzo de Garaicoa) y Colón, en donde ahora se encuentra la casa del Sindicato de la Música. Este sitio es conocido por los artistas como la ‘Base’.

En este sitio se reunían los mejores intérpretes de la época, entre ellos el máximo cantante ecuatoriano: Julio Jaramillo.
 

Luis Silva Parra, de 85 años, se considera un auténtico ‘lagartero’ que empezó a la edad de 17 años. Cuenta que en aquella época, por una serenata de 3 o 4 canciones, se cobraban 10 sucres. “Nosotros cobrábamos por un sereno 10 ‘latas’, así le decíamos, y eso nos lo repartíamos entre 3 o 4, dependiendo de cuántos éramos, y podíamos vivir de nuestro trabajo”, dijo Silva.

Aunque han pasado algunas décadas, aún existen grupos de músicos populares, que se concentran en algunos lugares de la bohemia en Guayaquil, como la esquina de Esmeraldas y Alcedo, donde el trío Los Caminantes, integrado por Andrés Indio (47), Milton Bermúdez (58) y Kléber Bermúdez (63), todos los días deleitan con su música a los clientes que visitan la picantería ubicada en ese lugar.   

“Nosotros hacemos música nacional en las calles, esto es una tradición que la heredé de mi padre, él me inculcó este amor por la música nuestra. Así nació mi atracción a lo que ahora es mi vida y mi sustento diario”, expresó Andrés.

Ellos consideran que los mejores meses del año son febrero, por el día del Amor y la Amistad; y mayo, por el mes de las madres. En esos días la agenda es muy apretada. Los enamorados buscan llegar a sus parejas con melodías de amor. Y en mayo todos quieren decirle a sus madres, con música, cuánto se las quiere.

“Aprendimos a tocar la guitarra de forma empírica, viendo entonar las canciones a nuestros padres, es así como desarrollamos el gusto por la música, algo que en la actualidad se ha perdido en los jóvenes. He visto que pocos son los jóvenes que se interesan por la música nacional”, manifestó Milton.

Los tiempos cambian y también el costo de las serenatas de pasillos y otros ritmos. Kléber Bermúdez comentó que el repertorio que ofrecen a los clientes del restaurante es de 10 dólares las tres canciones o un tema en 5. “Por una serenata cobramos 100 dólares, aunque podemos cerrar el trato hasta en 60 dólares, eso lo repartimos entre los tres”.

Mariachis y seudónimos

Con el pasar de los años, esta tradición ha sufrido algunos cambios, por ejemplo, antes se contrataba a los músicos para dar serenatas de amor, ahora se los busca para amenizar cumpleaños y matrimonios.

Sin embargo, estos músicos se han visto amenazados por el gran número de grupos de mariachis que existen en la ciudad, que también ofrecen sus servicios.

Estrada asegura que esta costumbre se está perdiendo paulatinamente, debido a que no hay quién la transmita, tanto es así que hoy en día los jóvenes ya no escuchan pasillos. “Se interrumpió el hilo conductor de la tradición, que eran las abuelas, quienes nos arrullaban con pasillos en las hamacas”.

Cuenta la historia que el nombre ‘lagarteros’ nació hace muchos años, cuando alguien que observaba  a los músicos mientras aguardaban a sus clientes, los comparó con los “lagartos esperando a su presa”. Y desde entonces, el cariño y la tradición de los porteños los bautizó como los ‘lagarteros’.

“Los músicos actuales que ejercen esta actividad desconocen el origen de esta tradición”, afirmó Estrada. Y añade que son los mismos que hoy les disgusta que los llamen ‘lagarteros’.

Por su parte, Silva acotó que el respeto por ese término se ha perdido, ya que, por ignorar su connotación, equivocadamente se cree que la denominación ‘lagartero’ es peyorativa y que equivale a ‘músico de última categoría’. Sin embargo, él sabe muy bien lo que significa y con la mano en el pecho afirma: “Yo orgullosamente fui ‘lagartero’... y a mucha honra”. (I)

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