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Hay platos típicos que se encuentran en cualquier esquina

Los ‘piqueos’ de paso son parte del arte culinario guayaquileño

Los ‘piqueos’ de paso son parte del arte culinario guayaquileño
18 de mayo de 2014 - 00:00 - María Ponce Chóez, Diana Vera Florencia y Viviana Castillo, estudiantes de la Facultad de Periodismo de la Universidad Laica Vicente Rocafuerte

Guayaquil es una ciudad en donde se observa con frecuencia que sus habitantes comen en locales improvisados. Ya sea por costumbre o simplemente porque el hambre no espera. Estos sitios están por doquier. Aunque también los comerciantes se encargan de acercar el producto al consumidor.

La ‘tripita mishki’, el maduro con queso, el mote con maní y los jugos de coco son algunos de los aperitivos. Las personas los consumen por costumbre, bajos costos y por falta de tiempo, pues no hay que esperar mucho para ser atendido.

La venta informal de estos alimentos se concentra, principalmente, en lugares donde existe mucho movimiento de personas: centros comerciales, zona céntrica, instituciones educativas, y edificios empresariales. Su consumo no tiene clase social, ya que lo compran tanto el rico como el pobre.

Marlene Díaz, de 22 años de edad, se dedica desde hace tres a vender tripita mishki en la Av. Juan Tanca Marengo, junto al centro comercial Mall del Sol (en el norte).  El oficio lo aprendió de su prima. Comenta que no es tan fácil tener un negocio de este tipo como se puede llegar a creer. Ella invierte cerca de $25 y obtiene de ganancia $ 10 o $ 15 por día. Su jornada diaria empieza a las 05:00. A esa hora acude al camal del cantón a comprar las vísceras, las lleva a su casa, las lava y las condimenta.

En la tarde acude hasta el sitio en donde empieza a vender. Pocas veces la acompaña Junior Stalin, su hijo de 5 años. No lo lleva porque el sitio es peligroso por el tránsito vehicular. Los precios varían entre $0,50 , $1 y $2. Teresa Arellano, una de las compradoras, dice que “todos los días espera bus en esa esquina y que el olor a asado es lo que atrae a los comensales”.

Susana Tingo, en cambio, vende maduro con queso. Ella tiene 10 años en este negocio, que lo comparte con su esposo Juan Soledispa. Todos los días invierte $ 10 y gana el doble, excepto los fines de semana que suma $35. El trabajo empieza a las  03:00 cuando Juan acude hasta el mercado de mayorista en Montebello, donde compra los maduros, mientras que el queso lo adquiere en el Mercado Central de la calle 10 de Agosto,  al igual que la mantequilla y la salprieta.

Con todos los ingredientes regresa a su casa ubicada en el Plan Socio vivienda. Ahí descansa durante la mañana y a las 17:00 se dirige hasta la avenida Rodolfo Baquerizo Nazur, afuera de la iglesia ‘Nuestra Señora de la Alborada’ (en el norte) en donde estaciona su carreta, enciende el carbón y empieza a asar los maduros; el aroma se extiende por todos lados y eso atrae a la clientela, comenta Tingo.

Los hijos de esta pareja, Carlos de 16 años, y Hugo de 15, conocen el duro  y sacrificado trabajo que realizan sus padres. Saben que gracias a la actividad que realizan pueden estudiar. Los dos están en cuarto año de secundaria, pero en diferentes colegios.

Claudia Carranza, de 24 años y empleada de un banco, asegura que al salir de sus labores diarias comerse un maduro con queso la reanima. “Casi todos los días compro porque muchas veces a las 17:00 da mucha hambre”.

Otro de los platos más ofertados a los guayaquileños, a pesar de que es originario de la Sierra, es el mote con maní.  

Juanita es una mujer de 30 años de edad. Ella aprendió el oficio junto a su cuñada. Actualmente lleva tres años dedicada por completo a esta labor comercial. Todas las noches esta mujer deja cocinando el mote. A las 04:00 se despierta para  preparar aderezos (chicharrones, habas, chifles y huevos duros) y así tener todo listo para la venta. Invierte $ 25 cada día y logra ganar, en 10 horas de trabajo, de $ 20 a $ 25.

Juanita, como la llaman sus amigos, es madre soltera  de un  adolescente de 11 años que está por iniciar la secundaria. Mientras su hijo se dirige a estudiar, ella alista todo para su jornada diaria, toma un bus desde Los Vergeles, lugar donde vive, hasta las afueras del Gobierno del Litoral, en la avenida Francisco de Orellana. Ahí  ocupa un espacio en la vía pública desde las 08:00 hasta las 16:00, de lunes a viernes. Para Jorge Vera Pesantes, cuidador del carros del sector, “una porción de mote le quita el hambre a cualquiera”.

Junto a Juanita  se halla Johnny Ayoví, quien se encarga de refrescar las calurosas tardes de los ciudadanos con su exquisito jugo de coco. Johnny asegura que aunque la ganancia no sea grande, obtiene de $10 a $ 15 por día. Ya se acostumbró a estar bajo el sol esperando que sus clientes lleguen.

“Lo único complicado de mi trabajo es cuando se termina el jugo y debo dejar encargada mi carreta con otra persona para dirigirme hasta mi casa ubicada en el Guasmo Sur, para traer más jugo. Pero lo hago con orgullo y ganas porque de esta manera saco adelante a mi esposa y a mi hija de tres años de edad”, expresa.

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